«Y entrando en su aposento, sacó dél una maletilla vieja, cerrada con una cadenilla, y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano. El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilo de Tracia, y el otro, de Felixmarte de Hircania, y el otro, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes. […]
-Hermano mío -dijo el cura-, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos, y este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Fernández de Córdoba, el cual por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y dél solo merecido; y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas, que si, como él las cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y de coronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en su olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes.» (Don Quijote 1, 32).
Con estas palabras nos describe la inmortal obra de Cervantes la vida de otro extremeño olvidado por su pueblo. Fue tal la resonancia que este hombre tuvo en su época que no solo el creador de El ingenioso hidalgo don Quijote se acordó de él, sino que muchos de los autores del Siglo de Oro de la literatura española lo tuvieron más que presente, como Lope de Vega, quien escribió una comedia sobre su vida titulada La contienda famosa de García de Paredes y el capitán Juan de Urbina. Este interés solo puede traducirse en la conclusión de que sus hazañas fueron realmente conocidas durante sus años de vida y los tiempos que vinieron inmediatamente después a su muerte. Nos habla de un personaje importante, reconocido y especial que encontró su lugar en las obras de ficción de la época que engrandecieron su leyenda. Pero ¿quién era realmente Diego García de Paredes?
Nacido en 1468 en la localidad extremeña de Trujillo, hijo de Sancho Ximénez de Paredes, descendiente del antiguo linaje de los Delgadillo de Valladolid y de Juana de Torres, del linaje de los Altamirano, pertencía, por tanto, al estamento nobiliario local. Origen que le permitió crecer entrenándose en las armas y los oficios militares, además de conocer las letras. Son claras las referencias que encontramos a su vocación militar en la obra de Tamayo dedicada a su vida («criose al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre», «tanta afición en el noble joven y tantos brios en las fuerzas, que con la edad cada día crecían», o «en sus tiernos años vencía a todos los de su edad»). Esta facilidad en la vida bélica le llevó, como no podía ser de otra manera, al oficio de las armas.
No son claras las noticias que nos hablan de su participación en la Guerra de Granada. Algunos autores, como Miguel Muñoz de San Pedro niegan su participación y afirman que durante aquellos años se encontraba en Trujillo cuidando de su madre al quedar viuda y de sus hermanos pequeños. Otros, como Ignacio Calvo, no dudan en situarlo en primera línea de batalla durante todos los acontecimientos de magnitud de la contienda.
Los datos fidedignos de su vida comienzan a la muerte de su madre, en 1496. Es en este año cuando se embarca hacia la Italia del Renacimiento, concretamente hacia el Reino de Nápoles que durante aquellos años se encontraba en paz debido al fin de la contienda entre peninsulares y franceses. Sin embargo, Diego seguía buscando en las armas su forma de vida y junto a su medio hermano Álvaro partieron hacia Roma. Allí y ante la falta de un protector se ganaron la vida a través de la participación en ventura de enemigos o duelos nocturnos. Poco después consiguió ponerse al servicio de Bernardino de Carvajal quien lo elevó socialmente al presentarlo al Papa Alejandro VI Borgia. Este, un día, sorprendió a los soldados españoles al servicio del cardenal practicando el deporte de lanzar la barra cuando una refriega entre ellos se desató y Diego García de Paredes, valiéndose únicamente de la barra de metal, «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate», consiguió la victoria. Esta gesta fue la única recomendación que necesitó el Papa para situarlo a su servicio como guardaespaldas.
Con el desarrollo de los acontecimientos italianos y la ambición de César Borgia por hacerse con una Italia bajo el dominio papal, Diego entró a formar parte de la cabeza de su ejército personal y junto al legendario Gran Capitán comenzó una serie de campañas por la campiña italiana que lo llevaría a los altares de la Historia. En una de estas luchas, intentando tomar Montefiascone demostró una vez más su habilidad al arrancar las argollas de hierro del portón de la fortaleza con sus propias manos para que el ejército papal pudiera entrar y tomar la ciudad. Sin embargo, y aún promocionando en la escala militar, no olvidó sus lances personales llevados a cabo en los barrios bajos de Roma. El más famoso de ellos fue el que mantuvo con Césare el Romano, a quien arrancó su cabeza cuando este se rendía. Este hecho le valió la condena papal y su encarcelamiento, pero él, afanado en escapar, arrancó los barrotes de su celda y escapó del ejército papal pasando a formar parte de las fuerzas del Duque de Urbino. Cuando la guerra de la Romaña llegó a su fin pasó como mercenario a las filas de Prospero Colonna.
Sin embargo, pronto abandonó a esta rica familia italiana para ejercer bajo las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, con quien emprendió el asedio de Cefalonia, en Grecia, que había sido arrebatada por los turcos a Venecia. Este punto fue el comienzo de su leyenda. La ciudad estaba siendo defendida por unos setecientos jenízaros, y entre ellos tenían un arma denominada por los castellanos como lobos, que agarraban al soldado por la armadura y lo mandaban a la muralla para darle muerte. Diego García de Paredes fue uno de los agarrados por la máquina, que lo transportó a las murallas de la ciudad. Allí, él solo, con espada y rodela, resistió el ataque turco durante tres días. Tres días solo, armado con una espada y escudo resistió el ataque de cientos de turcos y únicamente el cansancio y la falta de alimento consiguió mellar su espíritu.
Esta defensa sobrehumana de su vida le valió el respeto de su enemigo quien le cogió preso en lugar de darle muerte. Allí, en las mazmorras esperó hasta que sus compañeros comenzaron el asalto de la ciudad. Aprovechando el caos producido, Diego, según la tradición, rompió sus cadenas, echó abajo las puertas metálicas que lo encerraban y acabó con sus captores arrebatándoles sus armas y reuniéndose con sus aliados salvando la vida, dándole tiempo a participar en el definitivo asalto a la ciudad, donde, de nuevo según Tamayo «despedazó tantos como el ejército había acabado». Tal esfuerzo y la resistencia individual frente a un ejército enemigo fue lo que le valió el apodo del Sansón de Extremadura.
De vuelta a Sicilia en 1501 su halo de héroe le valió de nuevo el ingreso en las filas del ejército de César Borgía debido a la inactividad del ejército español. Sin embargo esta inactividad duró muy poco, ya que la guerra entre Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el Reino de Nápoles volvió a desatarse. De nuevo y durante este conflicto dio muestras de su habilidad para la guerra:
«De Diego García de Paredes ni palabras bastan para lo contar, ni razones para lo dar a entender. Traía una grande alabarda, que partía por medio al francés que una vez alcanzaba, y todos le dejaban desembarazado el camino… Daba voces a todos que pasasen al real de los franceses… A dos artilleros partió por medio Diego García hasta los dientes, de que el Marqués estaba espantado… y comenzó a huir en uno de los cincuenta caballos que de Mantua habían traído.»
En esta contienda Diego protagonizaría una de sus gestas más recordadas. Durante la batalla de Garellano, en 1503, el Gran Capitán le reprochó una decisión táctica errónea tomada por el extremeño. Este, herido en su orgullo agarró su montante (espada ancha de gavilanes muy larga y de tradición medieval) y desafió a un destacamento del ejército francés, según la tradición de 2.000 unidades, contra el que se enfrentó personalmente en un estrecho puente contando la tradición más de 500 franceses muertos bajo su espada. Valiendo esta gesta numerosas citas y frases relacionadas con su valor como la pronunciada por Luis Arias de León:
«¡Ah, Hercúleo Extremeño!… Tus hazañas las publicará la fama por todo el mundo, mientras existan valientes, y sobre todo aquella del puente, cuando detuviste a un ejército entero, asombrará por siempre a los más célebres guerreros.»
Sus cotas de popularidad alcanzaron en esta fecha el máximo conseguido. Sin embargo y perteneciendo a la élite del ejército español siguió participando en duelos, tanto oficiales como extraoficiales, siendo el más conocido de todos ellos el desafío de Barletta donde se enfrentaron once caballeros españoles contra once caballeros franceses. De estos últimos siete caballeros franceses consiguieron salvar la vida parapetándose detrás de sus caballos muertos. Ante esta perspectiva el juez de la lid consintió en dar la victoria al bando español, pero Diego no quiso recibir una victoria de esta manera y desarmado completamente al romper su lanza y perder su espada alcanzó con su mano unas piedras cercanas y comenzó a arrojárselas a los franceses. El juez, anonadado, paró el duelo y ofreció tablas como resultado final del mismo.
En 1504 finalizó la Guerra de Nápoles y Diego García de Páredes volvió a Castilla, donde se convirtió en uno de los más firmes defensores del Gran Capitán, caído en desgracia ante la Corte. Esta situación le valió el marquesado de Colonetta otorgado por sus servicios en la contienda italiana. Este hecho sirvió para que se exiliara voluntariamente de Castilla, donde incluso llegaron a poner precio a su cabeza, y ejerciera durante algunos la piratería en el Mediterráneo «púsose como cosario a ropa de todo navegante: y comenzaron a hacer mucho daño en las costa del reino de Nápoles, y de Sicilia: y después pasaron a Levante: y hubieron muy grandes, y notables presas de cristianos, e infieles».
Con el inicio de la campaña del Norte de África, Diego García de Paredes fue perdonado y pasó de nuevo al servicio del Rey Católico en condición de cruzado. Tras participar en el asedio y toma de Orán partió a Italia, donde fue contratado por el emperador Maximiliano I de Alemania. Sin embargo, esta campaña no resultó exitosa y volvió de nuevo a África donde consiguió nuevas victorias tomando Bugía y Trípoli y forzando a Árgel y Túnez al vasallaje a Castilla. Desde aquí volvió de nuevo a Italia donde fue nombrado Coronel de la Liga Santa por el Papa Julio II, donde se ganó estos versos del poeta Bartolomé Torres Naharro:
Mas venía
Tras aquél, con gran porfía,
Los ojos encarnizados,
El león Diego García,
La prima de los soldados;
Porque luego
Comenzó tan sin sosiego
Y atales golpes mandaba,
Que salía el vivo fuego
De las armas que encontraba;
Tal salió,
Que por doquier que pasó
Quitando a muchos la vida,
Toda la tierra quedó
De roja sangre teñida.
En 1520 vuelve a Castilla donde peregrina a Santiago de Compostela formando parte de la escolta de Carlos V. No participó en las Guerras de las Comunidades, sino que permaneció en su Trujillo natal hasta que el Emperador lo llamó a filas para que participara en las campañas contra Francia donde destacó en la célebre batalla de Pavía, aunque su presencia es más que dudosa. Sin embargo no hay dudas con lo que respecta a sus años posteriores, los cuales los pasó Diego al servicio personal de Carlos V recorriendo toda Europa y siendo nombrado Caballero de la Espuela Dorada.
La muerte lo sobrevino inesperadamente y es que tras caer de su caballo en unos juegos celebrados en honor a la reunión mantenida entre Carlos V y Clemente VII no llegó nunca a recuperarse de sus heridas. Sus restos fueron traídos a Trujillo y allí descansan, en la Iglesia de Santa María la Mayor.
De esta manera daban término más de cuarenta años de batallas, duelos y viajes, conformando una de las biografías más apasionantes y atractivas de la época que dejó una huella imborrable en su tiempo influenciando a grandes artistas que no dudaron en hacerse eco de sus peripecias vitales e incluirlos en sus obras universales, como Cervantes, con quien hemos comenzado este texto y con quien vamos a cerrarlo:
«Un Viriato tuvo Lusitania; un César Roma; un Aníbal Cartago; un Alejandro Grecia; un Conde Fernán González Castilla; un Cid Valencia; un Gonzalo Fernández Andalucía; un Diego García de Paredes Extremadura.»