Al principio no me lo podía creer. Y es que ARCO, con sus vasos de agua medio llenos (para mi medio vacíos) valorados en 20.000 euros, no es país para becarios. Pero mi jefe, con bondad suprema, nos ha regalado este semana entradas para la feria de arte internacional más importante de España. Y, en un acto de justicia divina digno de Salomón, yo también he recibido este maná del cielo, aunque esta justicia no llegue a conseguir que tenga una mínima retribución por desempleo como la que mis camaradas oficinistas podrán disfrutar tras el siguiente ERE que deje casi vacía la empresa.
También me sorprendió ver que mi entrada no era una entrada cualquiera, sino un pase VIP que me permitía traspasar los a veces infranqueables muros de la élite artística y poder contemplar de cerca las caras de snobs, hipsters, “curadores” y demás fauna que suele poblar las galerías más “in” de Madrid y que ahora se afanaban por hacer notar sus ingeniosos argumentos sobre las últimas tendencias en performance, gin-tonic en mano. Tengo que admitir que me seducía más la idea de exhibir mi look antimoderno por esos lares que mirar con una mezcla de indignación y profunda pena como alguien se podía plantear invertir 20.000 euros en un vaso de agua. Y eso hice.
Y lo que vi cumplía mis expectativas, o incluso hizo que estas se quedaran cortas. La gran sala VIP, cortesía de Zara Home, consistía en un enorme salón (llamado el Edén) decorado con sillas y mesas blancas estilo jardín inglés, todo rematado por una maleza repleta de flores y luces de colores que te trasportaban a un universo paralelo de ensueño y voluptuosidad. La verdad es que hacía mucho tiempo que no me encontraba en un ambiente tan decadente. Para quien se quiera hacer una idea, y como Los Simpson son la Biblia de mi generación (y Homer es más famoso y edificante que Jesús), me remitiré al capítulo en el cual nuestro Homero, y posteriormente toda su celebrada familia, son encerrados en una isla por los temibles poderes de Internet y allí son drogados constantemente con tal de que no se escapen y mantengan la boca cerrada. Al final se acostumbran a esa vida de superficialidad y drogas sedantes. Mejor no continuar con odiosas comparaciones.
Entre los pabellones se encontraban más salas VIP de exóticos mundos temáticos, con patrocinadores como Bombay Sapphire o Ron Barceló, pero me abstendré de hablar de ellos. Centrémonos en lo que quizás debería ser lo más importante (aunque habitualmente no lo parezca) dentro de una feria de arte contemporáneo, el arte en sí . Esta edición el invitado era Colombia, algo difícil de constatar ya que el país contaba con no demasiados stands que quedaban bastante sepultados por las galerías españolas y algunas de renombre internacional. Entre la entendida masa pude ver una estructura circular hecha de ropa interior roja y unos palés de madera sujetos a la pared por una globos hinchables. También una pared pintada de rojo donde el artista había dejado los botes de pintura usados frente a la obra y un fotomontaje de una vieja vomitando dinero (muy adecuado para la ocasión). Al rato ya estaba bastante harto y me fui a una cafetería a leer uno de los periódicos que regalaban a la entrada de la feria, esperando encontrar algo que me trajera de vuelta a la realidad o que por lo menos tuviera algo de sentido común. Encontré un artículo que hablaba de como unos simpatizantes del Estado Islámico estaban destrozando patrimonio persa de hasta el siglo VII antes de cristo por considerarlo pagano. Y reflexioné: ¿A cuanta gente realmente le importaría que se borraran de la memoria de la humanidad la gran mayoría de las perpetraciones que tan ligeramente denominamos como arte?
No es un chiste, en ocasiones mucho más numerosas de las que uno se pudiera imaginar en un primer momento, el personal de limpieza de museos y galerías ha tirado a la basura o incluso destrozado irremediablemente (sin mala intención) obras de arte contemporáneo de elevado valor económico. No se si es demasiado aventurado constatar que el arte se ha vuelto una mierda (aunque me consta que Piero Manzoni enlató sus propios excrementos y los vendió a precio de oro ya en los años 60) pero que una práctica llegue a estar tan alejada en sentido y sentimiento del común de los mortales no es un signo de vigor, más bien todo lo contrario. Y que con un espíritu tan elitista ARCO sea la feria de arte contemporáneo con más visitas de público no especializado del mundo no sé si significa que a los españoles nos gusta ver esta muestra para reírnos a carcajadas de su inutilidad o que somos tan pretenciosos que necesitamos cualquier excusa para hacer un alarde de postureo y dárnoslas de entendidos en cualquier tema. De todos modos esta acercada visita me ha servido para constatar que ARCO no es país para becarios, ni para la mayor parte de la gente de a pie o no contaminada por el snobismo contemporáneo y las ganas de destacar de una sociedad que bien podría irse a la mierda en un momento.
Como el arte contemporáneo vaya.