Imágenes de un concierto de los Rolling Stones poco después de la muerte de Brian Jones mezcladas con el funeral satánico de un gato; Bobby Beausoleil (que lleva en la cárcel desde 1969 por su participación en los crímenes de “la familia” de Charles Manson) en el rol de Lucifer, y Anton LaVey (el fundador de la Iglesia de Satán en 1966) como siniestro oficiador de ceremonias. Todo ello aderezado con una minimalista banda sonora realizada por nada menos que Mick Jagger improvisando con un sintetizador Moog.
Este experimento se llama Invocation of my demon brother, película realizada en 1969 por Kenneth Anger, pionero del cine underground estadounidense que llevaba desde los años 40 escandalizando al público americano por sus films de abierta filiación con la homosexualidad (antes de la despenalización de la sodomía en el país) y el ocultismo. En especial, estaba obsesionado con Aleister Crowley y su filosofía de Thelema, que exploró en muchas de sus películas, como en la serie The Magick Lantern Circle, a la que pertenece esta Invocation of my demon brother.
Si bien Anger no era músico, nos interesa para introducirnos en este capítulo ya que fue uno de los muchos seducidos por la figura del mago inglés que, como ya vimos en el apartado anterior, fue una referencia constante dentro del imaginario de la música rock desde los años 60. Y es que el cineasta convenció a Keith Richards y los otros Stones (además de a sus novias Marianne Faithfull y Anita Pallenberg, también interesadas en el ocultismo) para que participaran en algunas de sus películas dedicadas abiertamente a Crowley. Pero sus satánicas majestades dejaron pronto un interés por las artes oscuras que excepto quizás Brian Jones (fallecido en 1969), no iba más allá de cierto flirteo morboso que aderezaba sus orgías de sexo, drogas y rock and roll.
Quién si se lo tomó bastante más en serio fue Jimmy Page, el laureado guitarrista y co-fundador de Led Zeppelin. Page también conocía a Kenneth Anger, pues coincidieron en una subasta de objetos de Crowley en Sotheby’s (para entonces el músico ya era un aventajado estudioso del ocultismo, y de hecho poseía una librería-editorial en Londres dedicada a este campo llamada The Equinox) y comenzó una relación de intereses comunes que desafortunadamente acabó con serias disputas entre los dos artistas. La admiración de Page por Crowley le llevó a comprar Boleskine House, una mansión junto al lago Ness que el magus utilizó para algunos importantes rituales (como el de Abramelin) que, al aprecer, no resultaron del todo exitosos. El caso es que el guitarrista pensaba que a raíz de esto la casa había quedado habitada por presencias malignas, así que invitó al experimentado Anger a Escocia para que exorcizara el lugar. Tras esto el cineasta le pidió la realización de la banda sonora de su proyecto más ambicioso, Lucifer Rising, proposición que fue logicamente aceptada. El resultado fueron 24 minutos de música experimental sintetizada que Anger desechó, aludiendo que no le parecieron suficiente para tres años de trabajo, y cargó contra el músico tildándolo de vago, adicto a las drogas y ocultista de palo (Page, a su vez, también le devolvió los cumplidos). Sea como fuere al final la banda sonora no se utilizó, sino otra compuesta por el citado Bobby Beausoleil desde la cárcel para la demorada salida de la película en 1980.
Pese a las acusaciones que se hicieron contra él Page parecía tomarse bastante en serio su afición a las artes ocultas y en especial su devoción a Crowley, llegando a grabar en la primera serie de vinilos del álbum Led Zeppelin III su famoso lema “Do what thou wilt”. También el músico fue el responsable del giro simbólico que la banda dio con su cuarto álbum, donde los nombres de cada miembro fueron sustituidos por cuatro emblemas de díficil interpretación. En el interior del disco se incluía también la figura del ermitaño del tarot, intimamente relacionada con una de las canciones más populares de la banda, Stairway to heaven, que fue acusada de contener mensajes satánicos al reproducirse hacia atrás (técnica conocida como backmasking, ya usada por los Beatles, y de la que se acusó posteriormente a otros grupos como Judas Priest de incluirla en sus canciones para inducir a la violencia, el suicidio o el satanismo a los jóvenes), lo cual los miembros de Led Zeppelin siempre negaron. Estas y otras leyendas fomentaron el aura de malditismo de la banda, que acabó por disolverse debido a una serie de sucesos traumáticos, como la muerte del hijo del cantante Robert Plant o la del mismo batería John Bonham. Muchos pensaron que los acercamientos de Page con el ocultismo, y en especial con Crowley, propiciaron estas tragedias.
Y la tragedia también acabó con la vida de Graham Bond, en lo que pareció un suicidio bajo las vías de la estación de Picadilly en Londres. Y es que antes de introducirse en las mentes de los pioneros del rock Crowley ya era un icono para gente como Bond, que fue una de las figuras olvidadas del jazz y el rhythm and blues de la Inglaterra de los años 60. Colaboró con Ginger Baker y Jack Bruce (luego batería y bajista de Cream, respectivamente) o el guitarrista fusión John McLaughlin y popularizó el órgano Hammond y el mellotron entre los músicos de rock. Y, además, llegó a estar completamente obsesionado con Aleister Crowley, llegando a creer que era su propio hijo, y que debía dar a conocer las enseñanzas de Thelema al mundo. Así que tras la disolución de su influyente banda Graham Bond Organization (GBO) comenzó a concebir álbumes donde la temática central era el pensamiento de su supuesto padre, como Love is the Law (otro de los lemas de Crowley, que se completa con Love under True Will) y Holy Magick (magick era la forma en la que Crowley se referia a su forma de entender la magia, muy distinta al mero ilusionismo). Sus problemas de depresión y adicción a las drogas acabaron con poner fin a este proyecto, dejando unos discos de peculiar psicodelia orquestal que fueron olvidades durante años.
La lista de los seducidos por la bestia 666 alcanza nombres de la talla de David Bowie, que no necesita presentación alguna. El camaleónico personaje estuvo durante un tiempo muy interesado en Crowley, además de en el budismo, la cábala judía, o el pensamiento de Nietzsche. En su tema Quicksand se confesaba “inmersed in Crowley’s uniform of imagery” o “closer to the Golden Dawn” (una de las organizaciones ocultistas a las que perteneció el magus) y en After All proponía de nuevo el lema de Thelema, “do what you will”, como ya había hecho Jimmy Page. Y tras los años 70 el catálogo de los músicos admiradores de Crowley va en aumento, desde las alabanzas que Ozzy Osbourne, cantante de Black Sabbath, le otorga en el tema Mr. Crowley, al interés de Marilyn Manson, que siempre lo ha tenido como un referente esencial, pasando por Bruce Dickinson, líder de Iron Maiden, que llegó a escribir el guión de una película sobre su vida estrenada en 2009. Por supuesto su influencia dentro de la cultura popular es extensísima y no se confina sólo a la música (aparece, por ejemplo, en comics como el From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell), sin embargo su cita dentro de este ámbito se ha convertido casi en un cliché, y podemos encontrarnos sus enseñanzas en grupos tan dispares como Fangoria, (el tema Amanecer dorado), o la banda de death metal polaco Behemoth, entre muchos otros.
¿Pero cúal es el motivo de que generaciones de músicos desde los años 60 hayan tomado a Crowley como fuente de inspiración, como un icono o incluso como guía filosófico o espiritual? Obviamente el ocultista inglés fue consciente de su imagen y publicitó una visión polémica y malditista de si mismo, autodenominándose la gran bestia 666 o el hombre más malvado del mundo, acrecentando así una fama que en Inglaterra llegó a ser considerable (y recordemos que la gran mayoría de los músicos citados son británicos). Y, al contrario de lo que se podría suponer de estos diabolicos epítetos, Crowley no se consideraba a si mismo satanista, aunque, influido por Nietzsche, consideraba el cristianismo como la degradación última de la humanidad y se divertía provocando a sus detractores y usando simbología demoniaca.
Y aunque la imagen mediática de Crowley podía ser muy seductora y ya de por sí convertirle en icono de masas del siglo XX, sus enseñanzas y escritos, así como su peculiar vida en general, fueron tomados en serio por unas generaciones que supieron ver su figura como la de un precursor de muchos de los cambios sociales que se vaticinaban. Sus irreverencias a la autoridad y sus ideas a favor de la experimentación y la apertura de la mente calaron hondo en el discurso bohemio de los años 60 y 70.
Y por supuesto uno de esos pilares de ese discurso era el uso experimental de todo tipo de drogas. Y Crowley, siguiendo una tradición de escritores ingleses que se remonta a Thomas De Quincey, también fue un aventajado investigador de sustancias psicoactivas. Su relato The Drug es seguramente una de las primeras descripciones detalladas de una experiencia psicodélica, escrito décadas antes que Las puertas de la percepción de Aldous Huxley, el aclamado libro del que The Doors tomaron su nombre. Y no en vano Timothy Leary, el gurú del LSD, se confesaba eternamente agracedido al magus:
Soy un admirador de Aleister Crowley. Y creo que estoy continuando gran parte de la labor que él empezó hace cien años… Estaba a favor de econtrase a uno mismo, y haz lo que quieras será toda la ley [do what thou wilt shall be the whole of the law, el lema de Thelema] es un poderoso manifiesto. Me apena que no se esté aquí para apreciar los resultados de lo que comenzó.
Además de las drogas visionarias Crowley también fue un avido defensor del uso de la cocaína, de la que aseguró que propocionaba la felicidad al hombre (no está de más recordar que Bowie y Page estaban en su pico de adicción a esta sustancia cuando más se referían a las enseñanzas del ocultista) y además escribió extensamente sobre la heroína en Diary of a drug fiend. Hachís, éter, opio… cualquier substancia era subsceptible de ensanchar las posibilidades del hombre y propiciar el contacto con otras realidades, dentro de la singular cosmovisión de Crowley.
Aparte de la experimentación con drogas otros de los obvios motivos por los que la juventud de los años 60 y 70 pudo ver en Crowley un precursor fue por su enarbolada defensa del aperturismo sexual. Crowley era abiertamente bisexual y defendió el derecho de cada cual a satisfacer sus necesidades, por muy perversas que pudieran parecerles a los moralistas ingleses de su época, y también intentó concienciar sobre las cualidades mágicas y liberadoras del sexo. Sus conocidas orgías en Sicilia le valieron su expulsión por parte de las autoridades italianas y se ganó por derecho propio su lugar dentro de los pioneros de la revolución sexual, que se consolidaría más adelante.
Otro de las afinidades que Crowley parecía tener con las nuevas tendencias nacidas de la llamada contracultura era el interés por los sistemas filosóficos y espirituales de oriente, una inclinación hacia lo exótico que desde el siglo XIX había fascinado a muchos intelectuales europeos (sobre todo ingleses), pero que fue a partir de los años 60 cuando se tradujo en un fenómeno de masas. Crowley era un conocedor del budismo menos ortodoxo y el yoga más místico, que en su ecléctico pensamiento mezclaba con la cábala judía o la antigua religión egipcia. Y no en vano fue el inventor del concepto de New Age, que en su cosmología se refería al eón de Horus (una nueva época de libertad y amor sin restricciones), dejando atrás al eón de Osiris (donde triunfaron las religiones paternalistas como el Islam o el cristianismo) y el de Isis (relacionado con la fertilidad y el matriarcado).
Y su lema, «do what thou wilt», en su vertiente más azucarada, se convirtió en la máxima hippie del vive y deja vivir (o, en palabras de John Lennon: “haz lo que desees, siempre y cuando no hagas daño a nadie”). Quizás nada más lejos de las intenciones de Crowley, que con su defensa de la voluntad se acercaba más a Nietzsche (como también Jim Morrison o Bowie) que al fraternalismo pacifista de los años 60. Y también, como el creador de Zaratustra, fue acusado de antisemita, misógino, fascista y otros tantos epítetos cariñosos, algunos más acertados que otros, que intentan describir la compleja personalidad que también fascinó a escritores de la talla de Fernando Pessoa.
Lo cierto es que Crowley llegó para quedarse, y, convertido en un fenómeno de masas desde los años 60, es ahora un lugar común de la cultura popular (y no sólo la anglosajona). Sus excentricidades y excesos siguen fascinando a músicos de todos los estilos, y aunque a veces es citado como un simple cliché, muchos aun siguen (quizás peligrosamente) tomándose sus enseñanzas más en serio. En este artículo apenas hemos dado un tímido acercamiento a su obra, que incluye escritos religiosos, novelas como Moonchild, poemas, ensayos diversos… Les invitamos a sumergirse más a fondo dentro del apasionante mundo de Crowley, y si en el camino componen una nueva canción sobre Amanecer Dorado o El libro de la ley (el texto sagrado principal de Thelema), no duden en incluirse en el prestigioso elenco de músicos influidos por el magus. Pero esto es tan sólo es una proposición, como bien diría Crowley, haced lo que queráis.
Muy buen artículo
Hola, muy interesante todo, pero debo añadir un inciso. Los Doors tomaron su nombre de un poema de William Blake.