¡Cantar de la tierra mía, ¡No puedo cantar, ni quiero
que echa flores a ese Jesús del madero,
al Jesús de la agonía, sino al que anduvo en el mar!
y es la fe de mis mayores! (Antonio Machado)
¡Oh, no eres tú mi cantar!
El dolor es inherente a la condición humana, siempre ha estado presente de una u otra forma en la reflexión de las personas sobre su vida y la de los demás. Todos sufrimos y si te gusta el rollo bíblico diré que el mundo es un valle de lágrimas. Sin embargo, a poco que se reflexione históricamente observaremos que cada cultura ha construido esta experiencia de una forma distinta. Por tanto, si estudiamos el sufrimiento estaremos también reflexionando sobre la sociedad en la que este tiene lugar.
Soy un becario sin sueldo y no albergo esperanza de quedarme en mi empresa. La esperanza es para el cielo y la resignación para las cosas de la tierra. En mi posición es fácil identificar el concepto de trabajo (no solo precario), con el de sufrimiento. El primero deriva del latín tripalium, que era algo parecido a un cepo con tres palos que se usaba para sujetar animales de carga y herrarlos, pero también servía como instrumento de tortura para atormentar esclavos, reos y demás antisistema.
Muy lejos de suponer un dolor parecido al de ser torturado con tres palos, voy a definir la precariedad laboral como resultado de un reparto desigual del sufrimiento desde el poder; al fin y al cabo, muchos entendemos cualquier tipo de trabajo como un castigo divino, gracias en parte a nuestra siempre recurrente herencia católica:
«Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida.» Sagrada Biblia, Génesis 3,17.
Entendemos que el reparto del sufrimiento es una cuestión de poder cuando su distribución contiene, sustenta y reproduce auténticas relaciones de sometimiento; es decir, cuando infligir dolor o mantener la capacidad de dañar es un instrumento del poder que sea. No faltan ejemplos en los que el dolor de las personas ha sido utilizado como instrumento de control político e ideológico sobre la población. La tortura, las sanciones penales o los asesinatos a manos de agentes del Estado, constituyen también un uso estratégico del sufrimiento. Cuando durante la guerra del Golfo un mando militar estadounidense decía convencido que la vida de uno de sus soldados equivalía a mil vidas iraquíes, asistíamos a una valoración desigual de la vida humana que se sostenía únicamente sobre criterios de nacionalidad.
Adam Smith ya ilustró esta realidad política afirmando que la visión de las armas evocaban dolor, «pero se trata del dolor y el sufrimiento de nuestros enemigos, con los que no tenemos simpatía alguna. En lo que a nosotros respecta, los conectamos [los fusiles] de inmediato con las nociones placenteras de coraje, la victoria y el honor».
La normalización del sufrimiento supone también la justificación del mismo, como en los ritos de iniciación en los que el dolor es parte del ritual, o la justificación de la cirugía estética. Así cada época ha aceptado o rechazado determinados tipos de sufrimiento, como el tormento, que ha sido históricamente una forma de prueba judicial comparable al polígrafo. De la misma manera la explotación laboral, muy lejos de tener algún sentido económico, está en proceso de ser aceptada por una parte cada vez más grande de la población, ya que abordar en serio el dolor originado e incrementado por el modelo político-económico impuesto hoy desde el poder económico-militar, exige precisamente enfrentarse a este sistema y estar dispuesto a mirar cara a cara a la desigual valoración de la vida y del sufrimiento humano en el que sustenta.
Así que la próxima vez que oigas o pronuncies: «tal y como están las cosas tienes suerte de haber encontrado algo »; recuerda la anormalidad, banalidad y caos que se esconden detrás de esa afirmación.
Fotografía de portada: artista de circo por Diane Arbus
A mí lo que me parece más interesante del artículo es la idea de que la normalización del sufrimiento supone también su justificación en sociedad.
Ciertos filósofos sostienen que el mayor éxito del capitalismo moderno es haber sido capaz de sustituir la explotación forzada (aquella por la cual consigues que un grupo te obedezca dando latigazos y cortando manos) por la auto-explotación, que no solo normaliza el sufrimiento, sino que lo eleva a la categoría de mérito social por medio de mitos como el del American Dream, por poner un ejemplo evidente.
El estrés, enfermedad de nuestro tiempo por antonomasia, podría no ser más que una somatización de los conflictos emocionales derivados de esa misma auto-explotación… Desde luego el tema merece un par de vueltas.
Pues eso.
Es muy interesante tu aportación, Juan. De hecho, me recuerda a un ejemplo cercano en geografía a la par que lejano en el tiempo (al menos para mí), que se trata de cuando el fallecido Fraga impuso la autocensura en España. Fue una medida aparentemente progresista, dado que eliminó la censura tal y como siempre se ha entendido, de manera que permitía a los periodistas y escritores publicar todo lo que quisieran, pero ¡cuidado! Una vez publicado, si el ministerio lo consideraba inapropiado, se cargaba toda la edición y el periodista o escritor perdía el dinero.
Antiguamente, antes de la publicación (es decir, antes de invertir el dinero) te podían prohibir publicar. Moralmente está mal, sí, pero por lo menos no perdían las pesetillas que costaba la edición y distribución. Con la «progre» medida de Fraga, eran los propios periodistas los que se censuraban a sí mismos, puesto que preferían quedarse con las ganas de contar algo a que perdieran todo el dinero que supone publicar.
Una vergüenza.