La cultura al alcance del expatriado

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«Great Russell Street» Phyllis Nicklin: Birmingham, 1967

Hoy me he despertado con la noticia de que un coche abandonado en un parking de Birmingham ha sido retirado después de que el dueño pagara casi las diez mil libras que acumulaba el ticket. Me he asomado a la ventana para ver si seguía aparcado el deportivo fucsia metalizado del desaliñado dueño de la tienda de lujo de la que somos vecinos: Hard To Find Whisky, y he pensado que sería alguien así, con esas pintas: chanclas, bermudas, pelazo, puro y una tienda que vende whiskis de sesenta mil libras, quien (más que abandonarlo) olvidara su coche en un parking, para retirarlo años después como si nada, costara lo que costara. Luego he imaginado la cola de curiosos que se ha debido formar para ir al parking a contemplar la silueta que dejó el susodicho coche: una mancha más clara que el resto, que indica claramente el lugar que durante tantos años ocupó el viejo automóvil olvidado. Esto, en Birmingham, es un acontecimiento cultural.

Como expatriado (al llegar al aeropuerto me pregunté quién no lo era en esta ciudad), como parado, como autónomo fiscalmente en el limbo, como joven, traductor o el sinónimo que consideren, que no se queja de su condición (y no diré escritor), creo que si quiero ser partícipe de la cultura de esta ciudad, he de vestirme, calzarme las botas, apretarme la bufanda, andar cuarenta y tres minutos y presentarme en el escenario del delito, hacerme un par de selfies, comprar un boli serigrafiado con la silueta del coche (algunos dicen que un Porsche, pero es difícil sacar conclusiones de tan solo la mancha que deja un vacío) y volverme a casa.

Esto ocurre el mismo día en el que veo un cartel con el que la BBC pide ayuda para buscar a una chica (que ya no será tan chica) que cuando el atentado del IRA. contra dos pubs de Birmingham de 1974 se dirigía a una primera cita con un chico, que no llegó a anciano, y que murió esperándola, porque ella llegó tarde y sobrevivió, pero él fue puntual, para su desgracia. La BBC Midlands prepara un homenaje a las víctimas y piensa, supongo, que sería una historia conmovedora encontrar a esa chica, preguntarle si alguna vez imaginó cómo hubiera sido esa primera cita o si sigue llegando tarde a las citas, ese tipo de cosas, y transmitirlo todo por televisión. La BBC aquí es cultura, no hace falta decirlo, aunque los mencionados carteles con una fotografía pixelada del chico asesinado por el IRA parecen carteles de “SE BUSCA peligrosísimo criminal que viste jersey de punto y cuadros navideños hecho por su abuela”. Esto se explica porque los atentados fueron el 21 de noviembre y aquí lleva siendo Navidad desde principios de mes.

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De visita real en Birmingham

Y no, no voy a comentar la Christmas Parade que hubo hace unas semanas porque eso me haría parecer un inmigrante resentido, como tantos que me encontré la primera semana en el albergue, incapaces de encontrar un piso por culpa de sus remilgos, generalmente racistas y gregarios y, especialmente para mi angustia, victimistas. Esa es la cultura del expatriado joven español que he conocido (como estereotipo generalizado de mi limitada experiencia, que para algo esto es Internet): el victimismo. No sé si es cosa del 15M o del idiotismo de la gente que se coge un vuelo a Birmingham porque ha visto en algún lado que es la segunda ciudad de U.K. y porque Londres es “mainstream” y cara (palabras que he oído, con distintas variaciones, en el albergue), sin saber (visita a la Wikipedia mediante, que tampoco hay que tener un máster, aunque muchos de los referidos, de hecho, sí lo tienen) que esta es una ciudad de pasado industrial, deprimida, en proceso de reconversión y con una de las tasas de inmigración (y de paro) más altas del país. Gente que ha estudiado turismo que viene a una ciudad sin turismo a buscar trabajo “de lo suyo”. Ese tipo de gente. Y a quejarse de que los han echado de España los Mercados, claro. Gente cuyo concepto de ocio o de cultura es quedar en bares españoles con españoles, y que se congregan por Facebook en grupos cuyos títulos tienen evidentes faltas de ortografía en inglés.

En fin, esto es Inglaterra pero no es Londres, sino Birmingham, una ciudad industrial con más canales que Venecia, una ciudad que para unos se define por el Bullring, un macro centro comercial y sus aledaños (o lo que para esos unos será casi lo mismo: el fondo de pantalla de Windows 7), y para otros (casi nadie ya) por ser la ciudad en la que vivió y murió el grandísimo tipógrafo John Baskerville. Por otro lado, al menos dos conciertos de jazz gratuitos a la semana le bastan a mi bolsillo. Las bibliotecas, los cementerios y los museos siguen siendo gratis en estas islas. Y aunque apenas haya librerías (en Readers World: Vintage Rare Books, mi preferida, no me dieron cambio ni bolsas la semana pasada porque me dijeron que estaban de liquidación), Stratford-upon-Avon sigue estando a cuarenta minutos en tren y siete libras ida y vuelta.

Dejaré a los lectores que sean ellos quienes decidan si el telón está echado o levantado en esta historia, o si hay o no telón (y si no lo hay, que saquen conclusiones de la mancha que deja su vacío). Tal vez, en el fondo, los expatriados no seamos más que actores en busca de un guion. ¿Mejor eso que automóviles abandonados, a la espera de que vuelvan nuestros dueños y paguen nuestras deudas? No lo sé, pero, aunque mi destino lo determine un billete de avión que aún no he comprado, hace unas semanas llevaba con orgullo en mi chaqueta una amapola roja, y eso es también determinante.

Fotografía de portada: «Bull Ring», old street pattern, Birmingham, Phyllis Nicklin (1959)

    Texto de Miguel Cisneros Perales.

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5 Respuestas a “La cultura al alcance del expatriado

  1. No me gusta la frase «al llegar al aeropuerto me pregunté quién no lo era en esta ciudad». Es un tema muy serio y el tono sarcástico del artículo no es apropiado

  2. ¡Víctima de las víctimas! Pero enfadado nunca, a veces un poco triste, pero es porque el tweed me produce eccema en los codos. Se me pasa con un té.

  3. Me parto con la situación y el sarcasmo con buen gusto inglés, y aún así, ¿escribir este artículo es un acto menos victimista que despotricar en el bar castizo? Me imagino al autor cabreado en algún rincón de la ciudad y me rio mucho, es el mejor acto de ironía que contiene este texto.

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