Japón posee una muy rica cultura que impregna gran parte de los productos que nos llegan a occidente, y que por su particularidad y originalidad resultan especialmente atractivos dentro de nuestras fronteras. El género del terror es uno de los que está arraigando con mayor fuerza en sus diversos formatos, ofreciendo nuevos puntos de vista y tomando como referencia siempre las kaidan, las historias de terror clásicas llenas de fantasmas y maldiciones. En el terreno cinematográfico existen grandes clásicos imperecederos del género, como son El más allá, Onibaba o El gato negro, pero más recientemente han hecho su aparición La maldición, The Ring, Dark Water o algunas cintas de Takashi Miike, que han puesto de moda el terror oriental y su particular estilo. En videojuegos encontramos conocidas sagas como Silent Hill, Project Zero o Siren, mientras, que por lo que respecta a series televisivas, Death Note, Hellsing o Vampire Hunter D podrían entrar en esta categoría. Por supuesto no podía faltar el cómic manga, con destacados autores como Naoki Urasawa, Kazuo Umezu, Kanako Inuki, Hideshi Hino y, el más escalofriante y el que nos ocupa en esta ocasión, Junji Ito.
Su obra no es especialmente conocida en nuestro país, tan solo alguno de los títulos más llamativos del artista pueden encontrarse en tiendas, y siempre con gran dificultad, lo cual es una verdadera lástima, ya que se trata de uno de los más grandes narradores de historias de terror contemporáneos, y no solo referimos en el terreno del cómic. Junji Ito es capaz, partiendo de la intriga y lo grotesco, de generar un profundo y sincero terror, ya sea mediante el inquietante planteamiento de su trama o gracias a sus detalladas y terribles ilustraciones, que en muchas ocasiones plasma a toda página para generar un gran impacto en el lector. Como amante de lo extraño, se suele manejar con especial soltura en el formato del relato corto, que le permite plantear contundentemente sus extrañas historias y no alargarlas en exceso, de manera que no se desvirtúen ni exijan demasiadas explicaciones que hagan que se pierda gran parte del terror que generan. Sin embargo, junto a sus obras breves más excepcionales, como El enigma de la falla de Amigara, Long Dream, The Human Chair, Gravetown o The Army of One, también se encuentra su obra magna que sí se extiende a lo largo de diversos números: Uzumaki.
Kurouzu es un pueblo costero que sufre una peculiar e incomprensible maldición: de alguna manera la presencia de espirales mantiene torturada a la población. No todos se percatan de ello, pero los jóvenes Kirie Goshima y Shuichi Saito comienzan a percibir cómo las plantas se curvan sobre sí mismas a medida que crecen, los remolinos que se forman en el agua y los torbellinos que recorren las calles. Pero su influjo no termina ahí, Shuichi asegura que algo maligno flota en el ambiente, algo terrible y que afecta a todos los habitantes de Kurouzu de una forma u otra. Por desgracia no tardarán en experimentarlo en sus familiares más cercanos, quienes sufrirán una enfermiza obsesión con las espirales que les llevará más allá de la locura. Uzumaki se plantea como una serie de relatos, algunos autoconclusivos, otros que se extienden de un capítulo a otro, y todos girando en torno a esta peculiar obsesión que se va tornando en algo aún más preocupante y que afecta a todos los habitantes del pueblo. Aunque parezca imposible, Ito es capaz de lograr una gran cantidad de historias retorciendo y mutando la idea básica de las espirales para lograr algunos capítulos que son realmente magníficos, como «Espiralmanía», «La cicatriz», «Alteraciones de cocción», «Caja sorpresa», «Escape o» «Laberinto» entre otros muchos.
Los referentes que se pueden encontrar en la obra de Ito nos remiten a recientes mangas de horror y a escritores clásicos del mejor relato de este género. Así, es fácil encontrar concomitancias con los cómics de Kazuo Umezu, quien también recrea detallados y grotescos dibujos en la mayoría de sus relatos, creando desagradables imágenes que alimentan el morbo que posee cualquiera de sus lectores. Ito recibió por su primer manga, Tomie (una obra menor en la que aún el artista no había conseguido construir su estilo personal y distintivo), el Premio Umezu entregado por el propio dibujante, incentivo que le animó en sus comienzos a seguir con su carrera como mangaka. Por otro lado también está Hideshi Hino, que habla en sus cómics sobre la locura, la soledad, la mutación y la imposibilidad de integración en sociedad de sus criaturas. Pero mientras que Hino llega a resultar repetitivo, pues muchos de sus textos versan insistentemente sobre el mito de Frankenstein, Junji Ito se reinventa a sí mismo sin perder la esencia de su estilo, innova y construye relatos realmente originales sobre la muerte, las obsesiones y la mutación del individuo.
En cuanto a la literatura clásica de terror la influencia también resulta notable. El propio Ito señala al escritor H.P. Lovecraft como uno de sus principales referentes. Las criaturas monstruosas que surgen del mar, por ejemplo, toman el protagonismo en su cómic Gyo, y la locura producida por una maldición primigenia lo hace en Uzumaki, todo esto sin olvidar el protagonismo de las espirales, que recuerdan a los tentáculos faciales del gigantesco Cthulhu. Ambos autores comparten la pasión por las criaturas monstruosas y por lo grotesco, pero tampoco se puede dejar atrás la influencia que ejerce Edgar Allan Poe sobre su obra. Al igual que Poe, Junji Ito parte en muchos relatos breves de una idea ínfima, casi ridícula (unas siluetas humanas escavadas en la piedra, la aparición de cadáveres cosidos entre sí, la leyenda de un personaje que habita en el interior de un butacón, etc.) para desarrollar su historia, en la que importa más cómo recrea la atmósfera y prepara el terreno para el descubrimiento del misterio que lo que está contando.
Junji Ito posee una gran habilidad para la utilización del salto de página. Por ejemplo en Gravetown recrea la angustia que sienten los protagonistas del relato tras haber atropellado por accidente a la hija de unos amigos y el temor a que el cadáver, al haber sido desplazado del lugar de su muerte, jamás alcance el descanso eterno, como dictan las supercherías del pueblo. El cuerpo de la niña está en el maletero del coche, y el horror surge de las expectativas del lector y de las elucubraciones que este pueda hacer sobre lo que habrá en el maletero hasta que, finalmente, Ito, en uno de sus saltos de página, desvela la criatura en que se ha convertido la pequeña. Cuando muestra, después de mantener durante todo el relato el misterio, criaturas o situaciones terribles, estas nos llegan con todo lujo de detalles, y es que el autor es capaz de recrear imágenes tan grotescas e infernales que las expectativas del lector se ven satisfechas. Los escalofriantes dibujos de Ito pueden recordar, salvando las distancias, a las intensas presencias fantasmales en la novela de Henry James Otra vuelta de tuerca. Al igual que James, pero de una manera mucho más gráfica y explícita, los monstruosos dibujos de Junji Ito tienen una impactante presencia que no dejará indiferente al lector.
En su ensayo En la noche, en la oscuridad, el escritor Thomas Ligotti reflexiona sobre el concepto que él denomina «lo extraño», que recuerda mucho a «lo siniestro» de Freud (de hecho ambos lo ejemplifican mencionando El hombre de arena de E.T.A. Hoffman). Mediante «lo extraño» justifica el particular estilo que despliega en sus excelentes relatos de terror, con historias imprecisas que dejan mucho a la imaginación del público. El terror surgirá a través de aquello que el lector desconoce, de lo que puede intuir solo parte, para que lo complete cada uno con sus peores temores, como demuestra en textos como La sombra en el fondo del mundo, La voz en los huesos o El prodigio de los sueños. Al construir un relato de terror, en muchas ocasiones resulta difícil encontrar un equilibrio exacto: si se es demasiado impreciso se corre el riesgo de perder al lector (aunque no es el caso de Ligotti) y si se explicita demasiado se pierde la esencia misma del terror al estar todo desvelado. Junji Ito no tiene que preocuparse por este detalle, ya que siempre logra satisfacer la curiosidad del espectador desvelando el misterio que plantea pero sin excederse hasta el punto de acabar con el efecto generado. El ejemplo perfecto para ilustrarlo es El enigma de la falla de Amigara: al terminar el relato el lector sabe adónde llevan los túneles con forma de siluetas humanas, pero jamás se desvela por qué cada silueta encaja con una persona en concreto o qué les impulsa a adentrarse en los claustrofóbicos pasillos; se dan pistas, como las pesadillas de torturas prehistóricas que sufre el protagonista, pero todo ello no hace más que inquietar y perturbar aún más al lector, que es incapaz de comprender el sentido de la escalofriante historia.
Uzumaki es, sin lugar a dudas, su obra más reconocida a nivel mundial. Estuvo nominada a los prestigiosos premios Eisner y en ella el autor despliega lo mejor de su estilo. A lo largo de todos los números logra recrear un microcosmos propio, un pueblo en el que una terrible maldición desconocida hace caer en la locura y la obsesión a todo aquel que lo habita. Ito plantea múltiples relatos que van completando poco a poco el misterio alrededor del pueblo y aumentando la ansiedad e intriga del lector sin llegar a desvelar la verdadera razón de todo hasta el final de la colección. En Uzumaki el autor aborda todos sus temas recurrentes, aunque el principal es la obsesión enfermiza. El influjo hipnótico de las espirales lleva a la locura absoluta a muchos de los personajes, empezando por la familia de Shuichi: su padre, por ejemplo, es incapaz de hablar de otra cosa que no sean las espirales, su madre extirpa todas las que encuentra en su propio cuerpo y Shuichi queda marcado de por vida por la maldición. Pero la locura mental lleva aparejada la deformidad física, que acaba resultando en las repugnantes criaturas en las que se terminan convirtiendo los infortunados habitantes, como es el caso del padre de Shuichi, que pasa de enrollar su gigantesca lengua sobre sí misma a convertir su cuerpo entero en una grotesca espiral. Los habitantes de Kurouzu no pueden confiar ni en sus propios cuerpos, que se presentan como enemigos potenciales; así le sucede a la propia Kirie, cuyo cabello se retuerce y le ataca como si poseyera vida propia. La maldición, haciendo gala de una cruel ironía, tortura a los desventurados atacando sus rasgos más característicos; de esta forma el alumno más lento de la clase se termina convirtiendo en un caracol gigantesco y la cicatriz en forma de media luna que tiene Azumi Kurotani, que según ella le da suerte con los chicos, se acaba deformando y destruyendo su gran belleza.
Por supuesto, junto con la locura y la deformidad, la muerte no se hace esperar; el egoísmo y la desesperación de los habitantes se une a lo anterior para terminar por convertir en un infierno el pequeño pueblo, en el que se llega incluso hasta el canibalismo. Y, como es normal en el universo de Junji Ito, la muerte guarda sus propias connotaciones: por un lado no supone el final de nada, sino todo lo contrario, el inicio de un gran cambio, como se muestra en «Caja sorpresa», en la que un cadáver putrefacto se levanta de su tumba; por otro, también se da la unión de vida y muerte que se puede apreciar en «Placenta», donde el nacimiento de fetos afectados por las espirales tiene terribles y devastadoras consecuencias.
Uzumaki no tiene nada que envidiar a los mejores trabajos de la denominada Weird Fiction, en la que se engloban escritores como Lovecraft, M.R. James, Clark Ashton Smith, o el mismísimo Franz Kafka. Ninguno de los habitantes de Kurouzu puede escapar a la terrible amenaza que recorre sus calles, pues se trata de un mal invisible y desconocido para todos del que resulta imposible huir debido a su naturaleza inmaterial. La inquietud se mantiene a lo largo de la totalidad del cómic, ya que el misterio no se resuelve hasta su cierre y cada capítulo no hace más que acrecentar el desconcierto del lector. Acompañando a este permanente desasosiego se unen las infernales y detalladas imágenes de los horrores acontecidos, en las que Ito se detiene para saciar las ansias de morbo del espectador, y que encuentran uno de los mejores exponentes de toda su carrera en Uzumaki. Imágenes como las del rostro de Azumi demacrado por el efecto de las espirales, los fantasmas que escapan del horno de alfarero, el cadáver de Mitsuru Yamaguchi alzándose de su propia tumba lleno de costuras, o las de la monstruosa mujer embarazada con el vientre abierto y vuelto a coser permanecerán en la retina del lector por mucho tiempo, como recuerdos imperecederos del dantesco Kurouzu.
Cuando el guionista Alan Moore realizó Watchmen, aseguró que todos los cómics que escribía los hacía con la intención de que resultasen inadaptables a otros medios, especialmente el cine; es decir, pretendía que los relatos pertenecieran intrínsecamente al lenguaje del noveno arte y que su esencia no pudiera ser trasladada a otro formato. Aunque se hayan llevado a cabo aceptables adaptaciones de algunas de sus obras (V de vendetta, Watchmen) estas jamás se podrán acercar, ni de lejos, no solo a la calidad, sino a la densidad argumental que presenta el original. La obra de Junji Ito coincide con la de Moore en este punto: sus espeluznantes imágenes son imposibles de llevar a la gran pantalla, el ritmo argumental está diseñado para que encaje en las viñetas y sus espeluznantes historias podrían caer en el ridículo si no son relatadas por el propio autor, al igual que puede ocurrir con Edgar Allan Poe. Claro ejemplo de ello es la versión cinematográfica realizada en el año 2000 de Uzumaki, un despropósito absoluto que no solo no hace la menor justicia al original, sino que además es una película completamente estúpida e insoportable. La cinta se limita a tomar algunos de los relatos más atractivos entrelazándolos de la peor manera posible en una sucesión de situaciones vergonzosas y absurdas, tanto es así que el supuesto terror se mezcla con la comedia menos cómica, demostrando definitivamente que su autor ha sido incapaz de captar la esencia de la obra original. Los patéticos efectos especiales de los que hace gala no son capaces de estar a la altura de las monstruosas imágenes del manga, y la obstinación por llevar a la pantalla algunas de las escenas más espectaculares las hacen caer en el mayor de los ridículos. Es la incompetencia de director y guionistas lo que les lleva a la obligación de hacer un hueco a la comedia, porque de una u otra forma el espectador terminará por reírse de lo que está viendo.
Junji Ito es rara avis en su género, un autor capaz de dar lugar a la mayor de las inquietudes para rematarla con imágenes escalofriantes mediante historias originales y magníficamente desarrolladas, con un gran manejo de la dosificación de la información. Pocos autores logran los extremos niveles que alcanza este excelente pero también poco conocido mangaka, y es una verdadera lástima que la poderosa voz del autor no esté tan extendida como merecería. Al igual que otros autores poco divulgados del relato de terror, como el ya mencionado Thomas Ligotti, Ito permanece a la espera de ser descubierto por un exigente lector que sepa apreciar su particular visión del miedo y del terror, un abarrotado género que llega a resultar repetitivo e incluso poco efectivo, razón por la que se agradece aún más lo original de sus propuestas.