«Chavales. Con pintas. Posando.» Miguel Trillo en Tabacalera

Miguel Trillo, Afluencias, Las Afueras

Madrid, 1989 (arriba). Nueva York, 2011 (abajo)

Madrid, 1989 (arriba). Nueva York, 2011 (abajo)

Chavales. Con pintas. Posando. Esta parece ser la tríada que rige gran parte del trabajo de Miguel Trillo (Cádiz, 1952), reconocido, sobre todo, por ser uno de los “fotógrafos de la movida madrileña” (junto a otros como Alberto García-Alix o Pablo Pérez Mínguez). Chavales. Con pintas. Posando. Cambie la cámara, el papel fotográfico o la procedencia de sus modelos, Trillo se ciñe a su modus operandi, su particular código ético y estético que ha conservado durantes décadas. Y nada mejor para apreciar los cambios y las continuidades en la producción del fotógrafo que la exposición que nos brinda el espacio Tabacalera Promoción de Arte (Madrid): Afluencias. Costa Este-Costa Oeste. La muestra se compone de dos series, una sobre el Madrid de las afueras (Leganés, Villaverde, etc.), con fotografías en blanco y negro de los años 80 (la “otra” movida, si se quiere) y la segunda con registros a color de jóvenes de tres países geográficamente muy alejados (EEUU, Marruecos y Vietnam), su ciclo fotográfico más reciente.

Chavales

Trillo, en su afán documental (de hecho suele huir de la etiqueta arte para calificar su trabajo) escoge sujetos cuya edad no parece sobrepasar la treintena, y en su mayor parte son adolescentes o veinteañeros. En principio no parece que vaya pidiéndoles la identificación a los modelos que encuentra por la calle para desechar a los más carcas (como si fuera una especie de portero de discoteca a la inversa), pero es indudable que a Trillo le interesa captar las particularidades de un sector de la población muy determinado. La gran mayoría de sus fotografías muestran miradas desafiantes y llenas de orgullo, quizás un cierto aire de rebeldía y de inconformismo, asociado directamente con la juventud de sus retratados. Una actitud, una forma de presentarse y de autoafirmarse, que no parece entender de fronteras ni épocas, y que se puede encontrar tanto en la Vallecas de 1982 como en el Rabat de 2012. La exposición ilustra de maravilla estas afinidades entre tiempos diferentes estableciendo un diálogo que va más allá de brechas generacionales: su actidud, su razón de ser, cambien las modas, parece siempre la misma.

Además, a través de la internacional serie Costa Este-Costa Oeste, vemos que las fronteras geográficas también se diluyen en un magma pop cada vez más ecléctico. Encontramos raperos de Los Ángeles, skaters de Casablanca, modernos de Hanói…¿Nos quiere decir Trillo que la juventud mundial se comparta de forma muy parecida y que adopta modelos cada vez más globalizados? En cierto modo sí:

El Lejano Oeste cada vez es más cercano y está bañado por las playas de California, no lo habitan cowboys, sino surferos. El Extremo Oriente ya no nos es tan extraño y el sol sale por unas avenidas de Tokio transitadas por otakus. Asia mira a las estrellas de Japón. África mira el resplandor cercano de Europa. Y el mundo sueña con el imaginario de Estados Unidos.

Sea este afán juvenil por distinguirse de forma tan homogénea (valga la paradoja) motivo para celebrar el hermanamiento del mundo o razón para proclamar el apocalipsis de la globalización, lamentablemente tendríamos que dejar fuera, dentro de esta horquilla de edad, a personajes tan entrañables y llenos de presencia y actitud juvenil como los laureados heavies de la madrileña Gran Vía. Una pena.

Los Ángeles, 2013. los modelos que parecían de mayor edad en toda la exposición

Los Ángeles, 2013. Los modelos que parecían de mayor edad en toda la exposición

Con pintas

A parte de la juventud Trillo busca en sus retratados otras características particulares que se adecuen a su restringida forma de trabajo. Selecciona de entre el tumulto urbano aquellos especímenes que podrían encajar, más o menos facilmente, con el concepto de “tribu urbana”; vease punks, raperos, heavies, emos, skaters, góticos, rastas… Gentes con vestimenta identificativa, con un ánimo de diferenciación frente a la normalidad, que posee rituales comunes y unidades grupales que se encuentran a nivel global.

¿Qué obsesión tiene Trillo con el registro de la llamadas subculturas? ¿Acaso le apasionan sus rarezas, sus excentricidades? ¿Actúa como un etnógrafo contemporáneo que ha cambiado a las “tribus primitivas” por otro tipo de tribus, que habitan las calles de las ciudades, pero conservando su enfoque archivístico? Lo cierto es que con sus poses frontales, hieráticas, sin aparente emocionalidad, estas fotografías parecen un registro, elaborado a veces con un rigor hasta científico, de las vestimentas de subgrupos urbanos. Además, la metodología selectiva y constante de Trillo acentúa este carácter, que bien podría caber en un estudio estadístico, y que serviría perfectamente para una posible investigación sobre las modas juveniles en un futuro.

¿Y nosotros como espectadores cómo podemos reaccionar ante este desfile? Se podría pensar que nos situamos ante una procesión de freaks, dispuesta para fijarnos en las rarezas que nos parezcan más espectaculares o exóticas (sobre todo en el caso de la serie más reciente), seguramente bastante ajenas a nuestra experiencia. O, por el otro lado (sobre todo en la serie de los años 80) alimentar la nostalgia o incluso la sensación de ridículo por el aplastante paso del tiempo, que hace que cada fotografía destile el sabor de su época, de la que parece imposible escapar.

Y, desde esta perpectiva casi histórica, quizás nos pueda parecer a veces absurdo el modo en el que se exportan e importan estas modas y costumbres de forma cada vez más flexible desde una cultura a otra. Pero quizás como podria parecerle extraño a un rapero neoyorkino ver a unos madrileños del año 89 imitando e idolatrando a sus ídolos de la otra mitad del charco. ¿Qué sentido tiene esta descontextualidad, esta apertura de fronteras estéticas cada vez más globalizada?

La verdad es que al ver estos retratos no he podido dejar de acordarme del concepto del “fan emancipado” del comisario Iván López Munera (a raiz de la exposición Pop Politics: Activismos a 33 Revoluciones, que se pudo ver en el CA2M hace un parde años), que reinvindicaba la visión política de la música pop, donde los fans son vistos no como meros consumidores de cultura dominante importada, sino sujetos activos con poder de reestructuración social. Y sin duda, aunque estas modas puedan parecer muchas veces meros modelos manidos y desactivados (un mero catálogo de ropa donde se podría escoger la imagen del Che o una bandera americana sin aprentes contrariedades) pueden conllevar un carácter disidente y hasta revolucionario, sobre todo en contextos muy determinados.

Y es que ser punki en Marruecos (más aún si eres mujer) puede ser todo un acto de posicionamiento social, una forma de tomar partido y proclamar otra forma de ver y querer el mundo. Y en Ho Chi Minh City (Vietnam) la forma más efectiva para sacar de quicio a los padres antiamericanos crecidos en el comunismo es ir a la última con una camiseta de MANGO (algo que aquí nos parecería el colmo de la normalidad). Los modelos son pues globales pero se reinterpretan localmente y adquieren significaciones muy diferentes a raiz de su contexto y sus usos particulares.

Casablanca, 2011

Casablanca, 2011

Posando

Trillo no toma sus fotografías de manera furtiva. Pide permiso, convirtiendo a los transeúntes que encuentra por la calle en modelos provisionales. Les da pues la capacidad de posar, de mostrarse tal y como quieran ante el fotógrafo y la cámara, ante el mundo. Y al observar estas fotografías notamos cierto orgullo, una presencia que me atrevería de calificar de artistocrática, que recuerda los retratos contenidos y solemnes de la nobleza de siglos pasados. Sin muecas ni aspavientos, los retratados posan con sus atributos, que ya no son un bastón de mando o un caballo sino una enorme cresta multicolor o una tabla de skate. Queriendo fijar su imagen en el futuro, volviéndose un representación de sí mismos (como ya analizó a proposito del acto de posar Roland Barthes) estos jóvenes adquieren una prolongación de su imagen, la inmortalización de su actitud y su presencia.

Pero por supuesto la labor de Trillo también es muy importante dentro de este proceso: siempre elige el lugar, el fondo del retrato, e impone su particular visión de cómo tiene que acabar la fotografía. Como en esta ocasión en Hanói, este mismo año:

Es el retrato más reciente de la exposición. Y tal vez el más aparatoso. No es fácil retratar a un grupo en medio de la calle y en un espacio tan transitado. Estamos junto al céntrico lago Hoan Kiem. Ellos eran de un grupo de ‘break dance’ que iban a actuar en un festival. Se les nota acicalados para la ocasión y con pose estudiada. Yo tuve que ponerles firmes, porque se colocaba cada uno en una postura de baile y la foto quedaba demasiado espectáculo. Me gustan las fotos sencillas.

Hanói, 2014

Hanói, 2014

Quizás el aspecto documental de sus fotografías sea propiciado por esta inclinación hacia la sobriedad y las poses hieráticas (¿nos parecerían menos documentales si hiciera que todos sacaran la lengua?), pero se revelan en realidad profundamente teatrales. Existe una puesta en escena más o menos deliberada, la construcción de una intencionalidad constante en la producción del fotógrafo, que se puede apreciar en las imágenes, por muy neutrales que puedan parecer a simple vista.

Se establece pues un juego de miradas y de mundos diferentes (os obvio que Miguel Trillo es un viajero ocasional en el submundo de cada grupo o individuo que retrata) que crea una serena tensión en las fotografías. Además la brecha generacional (el fotógrafo tiene 62 años) podría acentuar este distanciamiento, que no es el mismo que pudo haber tenido en los años 80 fotografiando a sujetos más cercanos en edad y dentro de contextos sociales más parecidos. No son sus amigos pues, no son sus compañeros. Son modelos ocasionales, pero tratados desde una perspectiva ética, de respeto mutuo. Y ese pacto crea cierta complicidad.

Vista de la exposición

Vista de la exposición

Miguel Trillo, fiel a su temática a lo largo de los años, ha creado una colección de momentos de juventud, una sucesión de poses imortalizadas en el tiempo que son un registro de modos de entender el mundo, desde diferentes épocas y lugares. Pese a las obvias diferencias podemos ver un trasfondo común que engloba una meticulosa producción que, aunque presentada con humildad y sin discursos pretenciosos, nos habla directamente de la forma en la que nos presentamos ante nosotros y ante los demás, de la manera de comunicarnos en una sociedad donde las mitologías individuales y colectivas cada vez parecen más compartidas en un mundo de conexión globalizada. Todo eso sin efectismos, con la veracidad de la cámara y el modelo, que no es poco. Os animo a que os acerquéis a Tabacalera (C/Embajadores 53, hasta el 19 de noviembre) a ver esta muestra que además está excelentemente expuesta (y pensada específicamente para este espacio).

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