Cuando nos libramos de la feminidad  

Durante el mes de septiembre hemos sido testigos de las presentaciones de las nuevas colecciones de prêt-à-porter concatenadas en las ciudades más importantes de la industria de la moda. En Harlan os lo contamos todo al respecto de las nuevas tendencias para la primavera de 2015 y hablamos de la dimensión espectacular de los desfiles en su elaborada puesta en escena. Digerido lo poco o lo mucho que hay de novedad en estas propuestas nos queda asimilar qué hacer con esta información, en qué han pensado aquellos que vestirán a la mujer de la próxima primavera, cómo la imaginan y qué hay antes y después de esa imagen, que no es mas que un discurso sobre el tiempo propio.

Colocarse frente a una obra artística de cualquier tipo supone abrirse a una voz que pertenece a un espacio-tiempo, y si este no se filtra a través de sus pinceladas, sus píxeles, sus cimientos, sus notas, sus tejidos, igualmente constituye el abono sobre el que se erige.

La moda no es una excepción. Una cita de Jorge Lozano en su artículo La moda: sublime menor lo expresa bien: «Moda tiene siempre que ver con lo moderno, adjetivo que está constituido, a su vez, por el adverbio latino modo, cuyo significado es “ahora, en este momento” al que se le ha añadido el sufijo -erno, es decir “conectado con el tiempo actual” o, lo que es lo mismo, hoy. »

Como forma de arte o de comunicación, se basa en la conjunción de símbolos. Una persona puede expresar a través de ella un rasgo de su identidad, mientras que una generación o una época manifiesta a través de la moda lo que en matemáticas llamaríamos el dato más repetido.

Las citas de pret-à-porter se traducen en una producción masiva de moda low cost que llena ámbitos públicos y privados. Desde estos espacios de moda internacional se lanza un mensaje, la propuesta de un molde en el que adecuar nuestra persona, nuestra máscara, lo que supone ser hoy a este lado del mundo, el de la industria, las redes de comunicación global y la alta tecnología entre otras cosas.

Unas propuestas que llegan a su público a través de aquella prensa bajo la raquítica etiqueta de femenina, que emplea con sus lectores los momentos más representativos en los desfiles de las firmas más ilustres como pretexto para una lista de la compra que les servirá de contenido para posteriores ediciones. Un discurso prescriptivo que no esquiva expresiones imperativas como must have.

¿Quién nos viste a las mujeres en el siglo XXI? ¿Cómo nos imaginan en un momento en el que la libertad de la mujer vuelve a ser tema de discusión?

Cuando Lena Dunham alza la voz por una generación, la brillante Tavi Gevinson emite un tenue silbido para aquel que quiera escucharla y Femen culmina el proceso de despolitización del feminismo en las páginas de las mismas revistas femeninas, solo algunos ponen forma y silueta a esta renovada problemática.

Chanel, por Thibault Camus (AP).

Chanel, por Thibault Camus (AP).

Pancartas y megáfonos. El ejemplo más evidente lo hemos encontrado en la Semana de la Moda de París con Chanel. Karl Lagerfeld levanta un boulevard parisino en el interior del Grand Palais para montar su particular manifestación feminista.

Las modelos caminan rápido y mucho más seguidas que en otros desfiles y la colección es ligeramente más extensa. Lagerfeld quiere abrumar a los asistentes con una avalancha de información superior a la que son capaces de asimilar a simple vista, una metáfora del cambio de los tiempos en relación a la imagen de la mujer.

Cuando Coco Chanel vestía a la mujer de su tiempo todo era muy distinto. Su logro fue liberarla del corsé y las formas opresivas que se imponían al cuerpo holgando la silueta, revistiéndola de tejidos blandos. Una apuesta por la comodidad que Chanel no planteaba como una opción, sino como una llamada a filas del sentido común. Cuando Dior y su New Look amenazaron de nuevo las conquistas de Chanel con la cintura de avispa y el derroche en metros de tela, ella, ya retirada, regresaría al mundo de la moda para evitar que las mujeres volviesen a ser condenadas a una moda tortuosa. Pensado así, ninguna firma mejor que Chanel para una manifestación feminista.

Pero las pancartas de Lagerfeld, de ingenuas y vacuas, parecen más mensajes motivacionales de los que se estampan en tazas que una demanda real de mujeres reales. Su falta de contenido detrás de los carteles convierte la tal vez loable intención en una anécdota donde hay industria, pero la mujer, como el sujeto que se manifiesta, brilla por su ausencia. El oportunismo y la falta de contenido de la puesta en escena acaban por frivolizar el sentido de la lucha, hoy ya suficientemente maltratado. Utilidad relativa. Pero riguroso sentido de actualidad.

Puede ser que Lagerfeld creyese necesario explicitar con esa mise-en-scène el mensaje de su colección. Pero, si abrimos bien los ojos ante su discurso textil, todo estaba en él de antemano. Y el concepto es mucho más valioso que el número de las pancartas.

Lagerfeld nos lanza una caótica y radical lluvia de ideas en torno a la imagen de la mujer. Tweed, trajes de cortes masculino, notas de color que se abren paso a brochazos, blanco y negro, rayas diplomáticas, rayas marineras, punto, mangas jamón como a finales del XIX, etc. Todo vale. La mujer de Lagerfeld ha perdido el miedo a las combinaciones de tejidos, de estampados. Los luce con estilo y rotundidad y sin dejar de desprender cierta intelectualidad. La colección de Lagerfeld es todo un alegato para vestirse como uno quiere, superar barreras y que la subjetividad alcance las capas superficiales de nuestro cuerpo sin que las categorías sociales acaben por determinarlas. Y es que para muchos diseñadores el concepto de género es ya algo secundario.

Yamamoto, por el NY Times

Yamamoto, por el NY Times

Prueba de ello son los diseñadores japoneses, que llevan décadas ofreciéndonos distintas soluciones para pasar por encima de las categorías de género. Yohji Yamamoto supera la corporeidad de estética pornográfica con musas inalcanzables de apariencia sublime, con su última colección presentada en París la revierte incluso con una nueva sensualidad que no hace del exceso y la exuberancia su objeto, y que de hecho dinamita la concepción de mujer-objeto con un desnudo inteligente. Issey Miyake con su trabajo conceptual que desplaza la importancia del cuerpo a los materiales con los que se trabajo, o Rei Kawakubo en Comme des Garçons, donde la imaginación y la exploración del límite entre lo posible y lo imposible hasta sus últimas consecuencias convierten la problemática de la identidad y el género en nimia. En París, Chitose Abe daba con Sacai un nuevo giro con personalidad y sentido comercial a la herencia de sus compatriotas, preocupada por la conciliación de lo masculino y lo femenino en una misma silueta.

Este tipo de planteamientos en el diseño de moda han comenzado ya a trasladarse al trabajo de los diseñadores más influyentes sobre la moda de la calle. La silueta que dibujan Kenzo o Stella McCartney es ya mucho más neutra en términos de género, comenzando por negarse a la voluptuosidad separando la piel del tejido.

Esto es destacable porque se trata de firmas que hoy son sinónimo de modernidad, pero no es sin embargo la norma. Esa misma voluptuosidad sigue siendo el sello identitario de Versace, Giambattista Valli sigue haciendo de la delicadeza y de la feminidad virginal de ensueño su relato y Elie Saab, ya sea en alta costura o prêt-à-porter, continúa ensimismado en un mundo de princesas y alfombras rojas. Harina de otro costal es el caso de Moschino.

Moschino, por Antonio Calanni (AP)

Moschino, por Antonio Calanni (AP)

Demostrada su capacidad para generar imitaciones y el respaldo comercial con el que cuenta, Moschino vuelve a recurrir a la ironía. Quien llevó a las pasarelas las hamburguesas de McDonalds repite estrategia situándose entre la moda y la sociedad de consumo, esta vez vistiendo a la muñeca Barbie. Quien haya sido niña en los 90 reconocerá patrones y materiales dentro de esta colección. Evidentemente mucho rosa, espejitos de mano convertidos en iPhone, pelo sintético y, como último chiste fácil, Barbie Girl sonando de fondo durante el desfile. Nada más allá de lo que se ve a simple vista, pero al día siguiente del desfile ya se encontraba en Milán el correspondiente street style a propósito del mismo. Ilustrativa es la crónica en Women Wear’s Daily (el principal medio informativo de moda en sentido estricto), en la que el cronista se negaba a analizar en mayor profundidad lo que calificaba como una broma obvia.

La ajetreada semana de la moda de Nueva York ofreció un contexto propicio para una mujer moderna y activa, vestida en parámetros de funcionalidad y estilo. Moda para el día a día pensada para personas que no están dispuestas a parar. No quedaba demasiado espacio para trabajos conceptuales, sin embargo sorprendió la propuesta de Carolina Herrera, que cosechó la crítica positiva de la prensa con su profunda reflexión acerca de la feminidad en los tiempos de la imagen digital, sin dejar de lado la armonía y un indiscutible buen gusto.

Mientras la imagen analógica obliga a la existencia de un referente real de aquello que representa, la imagen digital puede ser eminentemente virtual. Imagen y referente quedan desligados. Herrera elige la imagen digital, y el píxel como su unidad mínima, para llevar al 2015  un símbolo secular en la representación de la feminidad como es la flor.

Carolina Herrera, por Giovanni Giannoni.

Carolina Herrera, por Giovanni Giannoni

Arreglos florales estampados con una estética fotorrealista sobre tejidos de espuma que construyen volúmenes arquitectónicos en torno al cuerpo. Los pétalos se descomponen en recortes, simulando la textura del píxel. Una deconstrucción floral paralela a la de la feminidad en tiempos de contestación a la categorización binaria de lo masculino y lo femenino.

Al igual que la imagen se independiza del referente, el género adquiere autonomía respecto al cuerpo. Para la mujer de 2015 la feminidad es una alternativa más entre un amplio catálogo de opciones, algo que se puede colgar de nuevo en el armario, una decisión circunstancial que no exige compromiso. Entroncando con el discurso que Lagerfeld componía para Chanel, la mujer adquiere, más que nunca antes, la capacidad para decidir sobre su identidad y la forma en la que ésta se exterioriza a través de la moda. Ser como se quiera ser, una idea de libertad en términos de género cercana a Haraway y a la literatura ciberfeminista, y un ejemplo singular de cómo el arte, incluso el considerado a veces más superfluo, trasciende su materialidad y su presente para enlazar con un discurso en el que estética y pensamiento son dos caras de un mismo fenómeno espacio-temporal.

Fotografía de portada: Lena Dunham por Gregory Harris para Interview magazine

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