Historias de chimpancés I

Cuando pienso en Guinea y en su Centro de Conservación de Chimpancés los recuerdos llegan a mi cerebro en oleadas y mis sentimientos se entrecruzan. He experimentado situaciones tan poco habituales que contar todas ellas como se merece requeriría un librillo. Como voluntaria del CCC he vivido de la forma más austera que me podía imaginar que sería capaz de afrontar. He cocinado en hoguera, cargado pesados bidones de agua desde el río, donde también he fregado y me he bañado cada noche, he comido arroz casi a diario y he estado tan cubierta de picaduras de bichos varios que me rozara donde me rozara la urticaria superaba mi resistencia a rascarme. Pero no voy a hablar de eso que, al fin y al cabo, son las condiciones habituales de la selva africana. Quiero que conozcáis un poco más a nuestros negros primos peludos, habitantes naturales de esos territorios, los chimpancés. Quiero presentaros, tal y como los he vivido yo, a los habitantes del CCC (Centre de Conservation des Chimpanzes) de la república de Guinea.

Chimpancés del grupo de bebés bajando de los árboles

Chimpancés del grupo de bebés bajando de los árboles

Prácticamente todos ellos llegaron siendo aún bebés, con menos de dos años, procedentes del tráfico ilegal, ya sea para comercio de su carne o para venta como mascotas. La mayoría llegaron desnutridos, deshidratados y con graves trastornos emocionales, puesto que es habitual que hayan visto morir a sus familiares antes de ser encerrados en solitario, a una edad donde su madre es lo único importante para ellos. Es por eso que cuando llegan al CCC se les asigna una madre humana adoptiva que se quedará 24 horas con ellos durante sus primeros 6 meses en el centro. Gracias a ello los bebés van recuperando la confianza en sí mismos y son capaces de socializar con relativa normalidad cuando se les une a un grupo de su especie.

Establecer una unidad del grupo es de vital importancia, es el objetivo a alcanzar en los 15 – 20 años que los chimpancés estén en el centro, antes de ser liberados en un territorio natural. Los chimpancés salvajes son muy agresivos con los machos solitarios, de ahí que sea necesario que los liberados tengan sus propias hembras, para que no tengan que buscar un grupo con el riesgo de morir en el intento. Serán las hembras de la segunda generación las que migrarán, tal como su naturaleza les dicta, y se mezclarán con los salvajes, incrementando así la variabilidad genética de la especie.

El CCC tiene cuatro grupos de edad en el centro de recuperación, en Somoria, y uno ya liberado, en Bakaria, que es seguido por telemetría. A los liberados no llegué a conocerlos personalmente así que poco puedo decir de ellos a parte de que parece que se han adaptado bien a la vida salvaje y que se están reproduciendo, lo cual es una gran alegría para todos los participantes en el proyecto.

Empiezo presentando a los más pequeños, un grupito de siete chimpancés de entre dos y cinco años, en pleno proceso de descubrir el medio que les rodea. Para fomentar este aprendizaje y aprovechando su tamaño manejable, cada mañana y cada tarde un trabajador y un voluntario salen con ellos de excursión al bosque-selva, donde los pequeños disfrutan trepando por los árboles, jugando entre ellos y buscando nuevos frutos que comer.

Todos los grupos tienen una jerarquía que hay que respetar puesto que evita peleas innecesarias. El dominante come el primero y duerme en el mejor sitio, a cambio mantiene la paz entre sus compañeros de grupo. En este primer grupo que os presento, el dominante se llama Tango. De carácter dulce y tranquilo salvo cuando le daba por escaparse de vuelta al campamento para cotillear en las cabañas de los voluntarios. De carita triste aunque estuviera contento, era el único de su grupo interesado en el acicalado, un acto social muy practicado entre chimpancés para ganar amistades y sentirse a gusto. A parte de acicalarnos a los humanos, sus compañeros también recibían las muestras de interés. La debilidad de Tango era la pequeña Leonide. Débil físicamente y de carácter, llegó al centro en el filo de la muerte. Tenía varios proyectiles en el cuerpo, uno de ellos había atravesado la cabeza de la pequeña dejando una infección supurante. Gracias a un neurólogo de humanos que se desplazó hasta el centro y la operó como pudo con los medios que había, Leonide salió adelante tras un largo postoperatorio. Ya cuando yo llegué estaba totalmente curada, únicamente la torpeza en uno de sus brazos delataba la lesión. Pero buscaba protección continuamente en el cuidador, la autoridad suprema del grupo, y en el dominante Tango, que alegremente se ponía a despiojarla. Una peculiaridad de Leonide es que no reía, cuando jugaba o cuando la hacían cosquillas, el gracioso sonidito de la risa del chimpancé no era emitido por ella.

Tango (derecha arriba) acicala a Leonide (izquierda)

Tango (derecha arriba) acicala a Leonide (izquierda)

Una que sí reía como una descosida le hicieras lo que le hicieras, y era fabuloso oírla, era Ndama, otra pequeñaja de apenas unos meses más que Leonide. Ella era la clara imagen de por qué los humanos adoramos los bebés de chimpancés, siempre deseando un contacto, un abrazo. Muchas veces, al auparla a mi espalda para hacer el camino al bosque-selva, ella me ponía la palma de la mano (o del pie) sobre la boca, lo que significa en su lenguaje algo así como “me alegro de verte”. Salía corriendo nada más llegar al lugar donde nos deteníamos y jugaba con unos y con otros o se reposaba en un nido improvisado.

Labé era llamada cariñosamente “La-betisse” (la-tontería) por mis compañeros franceses porque no había un rato que no parara de hacer el tonto. Cuando pienso en ella la veo caminando a tientas con los ojos cerrados y con un trozo de mango sin probar en la mano. Un poco mayor que Ndama y Leonide, a Labé le encantaba probar la paciencia de los voluntarios y del cuidador, al igual que a su compañero Bailo. Si algo llevabas en la mochila o en los bolsillos que se pudiera robar, ambos iban a intentar quitártelo. Labé era más disimulada, se acercaba como pidiendo agua o mimos, y luego iba sacando lo que fuera poco a poco. A Bailo en cambio se le veían las intenciones a la legua porque se quedaba a un metro esperando el momento en que te despistaras. Tenían prohibido jugar con la ropa de los humanos, para evitar problemas cuando fueran más mayores, pero Labé hacía como que estaba acicalando y se ponía a deshacer los cordones o a meter piedras en las botas. Luego cuando la regañaba estiraba los brazos como diciendo “dame un abrazo, tus cordones son demasiado tentadores, pero te quiero”.

Labé

Labé

De Bailo y Sam puedo contar que eran dos machitos rebeldes. La caseta era el lugar para comer y dormir, allí no se podía jugar y todos lo sabían, pero tanto Bailo como Sam procuraban una y otra vez empezar juegos de persecución. Bailo paraba rápido cuando se le reñía y pedía perdón (se acercaba llorando con una mano alzada hacia la boca del cuidador) pero Sam era más cabezota y persistía. Sam tenía la costumbre de coger una piedra y quedarse mirándola fijamente cuando se aburría. Nadie sabe por qué lo hacía.

Bailo comiendo junto a Seku (izquierda) y Sam tratando de abrir un fruto junto a mí

Bailo comiendo junto a Seku (izquierda) y Sam tratando de abrir un fruto junto a mí

De este grupo sólo me queda hablar de Tya. Era especial, muy miedosa pero muy buena. Siempre quería que la lleváramos en brazos cuando íbamos de camino al bosque-selva pero por su edad debía ir caminando ya. Sola no quería y las manos se ocupaban rápido con unos o con otros, así que Tya optaba por agarrarse por detrás al pantalón o a las tiras de la mochila e ir andando. Yo la adoraba, cada mañana me pedía que la abrazara para salir de su cama y luego se quedaba desayunando a mi lado para que Sam no le robara la comida. Un día me robó la hoja donde registrábamos los comportamientos del día, que llevaba, inocente de mí, en el bolsillo de atrás del pantalón, y la tuve que reñir. Enseguida me extendió la mano pidiendo perdón y llorando, y por poco lloro yo también.

Tya subida a un árbol del bosque-selva

Tya subida a un árbol del bosque-selva

El siguiente grupo por edad es el de pequeños adolescentes, con cambios de humor bruscos debido, muy probablemente, a las alteraciones hormonales que estaban experimentando. Un grupo muy difícil de ganarse por los individuos tan revolucionados que tenía. Hasta unos meses antes de que yo llegara, aún hacían salidas al bosque-selva con ellos, pero empezaron a tener problemas porque llegó un nuevo grupo de cuidadores que no tenían autoridad sobre ellos y cada vez que volvían de la excursión escapaban al campamento de humanos. El dominante del grupo es Panza, uno de los personajes conflictivos. Él supuso una gran decepción en la percepción que yo tenía sobre la sociedad de los chimpancés. Un jefe injusto que pegaba sin motivo y al que siempre había que tener contento. Es muy posible que fuera un mal momento para conocerlo y me gustaría reencontrarlo en el futuro para ver cómo se comporta de adulto. Había que saludarlo el primero y sin titubear porque, si no, corrías el riesgo de que cuando te acercaras te tirara de la ropa hasta desgarrarla. A una de las muchachas la agarró por delante y camiseta y sujetador se rompieron por el centro, teniendo la pobre chica que taparse con una mochila para volver al campamento a ponerse otra camiseta. Si no te acercabas se enfadaba con sus compañeros chimpancés, y empezaba a pegar sin compasión a diestro y siniestro, cosa que me dolía como si me estuviera pegando a mí por la impotencia de no poder intervenir.

Pero mi problema con este grupo fue una hembra, Ama, de mirada fija y pómulos prominentes. Sólo verla me hacía temblar, y ella lo sabía. El día de las presentaciones todo fue bien, me ignoró como al parecer hacía con casi todas las voluntarias, pero al poco se puso muy agresiva conmigo. Había días que estuviera donde estuviera ella me seguía con la mirada y se tiraba a agarrarme si me acercaba demasiado al enrejado, que tenía tamaño suficiente para que ella sacara su brazo entero. Otros días, las menos de las veces, me ignoraba durante un rato. Estuve largo tiempo sin acercarme al grupo de pequeños, hasta que uno de los dirigentes del CCC decidió que tenía que poder hacerlo por si alguno necesitaba asistencia veterinaria, con lo que comencé una terapia de reconciliación con ella que consistió en llevarle regalos cada vez que iba con su grupo y mostrarme más segura. En poco tiempo mejoró bastante la relación, aunque nunca llegó a normalizarse del todo fui capaz de poder darles los biberones al resto de sus compañeros sin que ella me agarrara… excepto una vez. Habíamos estado bien un momento antes, había estado incluso acicalándola mientras ella me observaba con su mirada penetrante. Me cambié de lado del enrejado para darle la comida a otro cuando ella se acercó y sacó la mano hasta el codo pidiéndome lo que tenía yo, como cada vez que quería agarrarme. Yo desconfié pero acerqué una pierna pensando que no podía ser que le hubiera cambiado el humor tan rápido. Pero sí, me agarró del pantalón y me rompió una de las patas casi totalmente. No me dejó en bragas… pero casi. Lo más bonito de ese día fue que después, cuando ya estaban todos acostados e iba dando las buenas noches uno a uno, al llegar a Chloé, la hembra dominante que no le interesaba demasiado el contacto, estuvo un buen rato conmigo acicalándome, su forma de querer reconfortarme.

Ama (izquierda) y Chloé (derecha)

Ama (izquierda) y Chloé (derecha)

Pero no todos los del grupo de pequeños eran como Ama y Panza, los demás eran adorables, aunque desgraciadamente no pude acercarme verdaderamente a ellos hasta el final de mi estancia, cuando cambiamos a Ama de grupo para meterla con los de más edad y ya no tuve riesgo al acercarme a las rejas. En ese momento pude disfrutar como una enana jugando con todos ellos, haciendo carreras por el cercado (ellos por dentro y yo por fuera), tirándoles agua, haciéndoles cosquillas. El que más reía era Kirikou. El pobre tenía un trastorno obsesivo-compulsivo y se metía palitos o trozos de alambre en un agujero que se había creado en la planta del pie, pedía agua todo el rato y se sentaba en una esquina y se balanceaba cuando no se le hacía caso. Estuvimos tratando la infección de su pie e intentábamos distraerle (con cosquillas era un buen método) para que dejara de mutilarse, pero él necesitaba atención constante. Cuando me fui estaban planteándose un tratamiento farmacológico para ver si mejoraba, pero no sé qué habrá pasado al final.

Kirikou comiendo (derecha) y recibiendo cosquillas (izquierda)

Kirikou comiendo (derecha) y recibiendo cosquillas (izquierda)

Hakim también era un machito adorable, que reía encantado ante cualquier juego… cuando no estaba embelesado siguiendo cual esclavo a alguna de las hembras del grupo que estuviera en celo, como por ejemplo, Flo, la loca e independiente. Por la noche nunca quería salir del cercado y algunas veces acabamos desistiendo y la dejamos dormir allí. Siempre haciendo el mono, colgada de una u otra liana, y jugando con todo lo que se encontraba. Me río al recordar cómo pedía las cosas, un sonido grave y ronco, en nada parecido al sonido que utilizaban el resto para llamar nuestra atención.

Hakim (izquieda arriba) jugando a pelearse con Douma (izquierda abajo). Flo manchada de tierra blanca por meter la cara en la arena

Hakim (izquieda arriba) jugando a pelearse con Douma (izquierda abajo). Flo manchada de tierra blanca por meter la cara en la arena

Otra damita del grupo de pequeños adolescentes, aunque duró poco en él porque después de un tiempo de aislamiento para curarle unas heridas la cambiamos al grupo de más edad junto con Ama, es Lily, de cabeza característicamente grande. Nunca tuve problemas con ella, pero estaba locamente enamorada de uno de los cuidadores, Kouyate, al que seguía a todas partes pidiendo contacto. No era la única, prácticamente todas querían a Kouyate por su carácter autoritario pero dulce y su corpulencia, pero Lily era de las más exageradas. Cuando estaba él, no comía, solo intentaba llamar su atención dando golpes en el suelo con los pies, y si alguna otra hembra se le acercaba demasiado, se enfadaba.

Lily observando el exterior del cercado desde uno de los árboles

Lily observando el exterior del cercado desde uno de los árboles

Sólo me queda hablar de Demu y Douma. Ella es la más pequeña del grupo, pero no por ello más inepta, al contrario. Se cree que Demu vivió cierto tiempo en el bosque-selva antes de que la cazaran porque conocía bien los frutos y cómo comerlos. Gracias a ella sus compañeros aprendieron mucho. Su problema es que tenía miedo de dormir sola, así que cada noche tenía un berrinche con un sonido agudo e insoportable que terminaba invariablemente cuando Ama, que la había medio adoptado como hermana pequeña, la acostaba con ella. Douma, otro machito aún poco interesado en los celos de sus compañeras, jugaba y reía en cuanto tenía ocasión. El acto de acicalado con él era una pequeña tortura, si no tenía costras que levantar me hacía nuevas heridas a base de rascar, pero salvo eso era de trato muy agradable.

Demu (derecha) y Kirikou (izquierda) colgados de un árbol

Demu (derecha) y Kirikou (izquierda) colgados de un árbol

Me quedan aún dos grupos, los medianos y los adultos, con los que más tiempo pasé y con los que mejor relación tuve, pero de ellos os hablaré en mi próximo artículo.

     Texto y fotografías de Rut Domínguez Espinosa

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