Puede resultar paradójico cómo uno de los eventos históricos que más han marcado la historia cultural y literaria de nuestro país, hablo de la Guerra de Cuba y la Generación del 98, nos alejara a su vez de la posibilidad de cambiar profundamente el mundo del cine.
La sociedad parisina de 1895 quizás no se asombrara en exceso del nuevo aparataje mostrado por los hermanos Lumière. Las continuas cenas de la alta sociedad a menudo terminaban en espectáculos de linterna mágica o en la muestra de fantasmagorías en un salón a oscuras entre el humo de tabaco y relucientes tazas de té. Sin embargo, algo cambió profundamente tras la exhibición pública de obras como Llegada de un tren o Salida de obreros de la fábrica, quizás el ojo hastiado y crispado por el coñac de un acaudalado francés no pudiera percibirlo pero sí lo hizo el ojo de quien vivía de la magia. George Méliès quedó fascinado no por el movimiento de un tren o de los hombres al salir de trabajar sino por el leve movimiento de las hojas de los árboles. Si un aparato como el cinematógrafo era capaz de captar algo que maestros pictóricos como Velázquez llevaban siglos tratando de conseguir, no podía ser más que magia. La historia de Méliès es bien conocida, genio y pionero del cine fantástico, de ciencia ficción e incluso de la publicidad. Alma incansable que durante años produjo algunas de las historias más imaginativas del último siglo. Un hombre que a modo de David cinematográfico hizo frente a Goliat y llegó a dejar contra las cuerdas a empresas como la Pathé-Frères.
Ese mismo año 1895 viaja a París una de las figuras más influyentes del cine español de principios del siglo XX. La mente de Segundo de Chomón, a riesgo de poetizar un poco el asunto, no estaba pensando en un nuevo y revolucionario invento sino en buscar una salida a su titulación de ingeniería —aunque ciertos estudiosos apuntan a que jamás acabó los estudios, o que lo hizo después— y en, quien sabe, encontrar a una parisina con la que pasar el resto de sus días. En la capital francesa el joven ingeniero aragonés conoció a la vedette Julienne Alexandre Mathieu, con quien pronto se casó. Probablemente la pareja de enamorados visitó algún céntrico café de la ciudad, quizás incluso sus paseos los llevaron a dar con el Teatro Robert-Houdin regentado por Méliès. Probablemente tras un par de espectáculos de magia e ilusionismo como su conocido Recalcitrant Decapitated Man las luces del local se apagaron dejando a oscuras al público para proyectar los primeros trabajos del ilusionista. La recatada pareja observó, quizás sentados en la esquina más íntima del local, cortometrajes como Playing Cards —remake de Lumière at Cards y a su vez repetido por el español Gelabert unos meses más tarde— o el sensacional Escamotage d’une dame au thétre Robert Houdin —una recreación cinematográfica de uno de sus trucos de ilusionismo más famosos—. Sin duda la pareja reiría como el resto del público ante los ingeniosos trucos pertrechados por Méliès puede que incluso la mente de Chomón pensara en un segundo plano en los entresijos de lo que sus ojos veían, pero por ahora tan solo tenía hueco en su cabeza para la que sería su mujer y madre de su hijo.
Todavía en París, el joven Chomón fue sorprendido en 1898 por uno de los hechos que cerraron la historia del siglo XIX en España y que marcó profundamente los primeros pasos del país en el nuevo milenio. Unas fuentes dicen que partió en 1897 a realizar el servicio militar en Cuba y otros marcan su marcha después del estallido de la Guerra de Cuba como voluntario. Estas discrepancias, al igual que la relacionada con su primer viaje a París o su titulación de ingeniería, se deben a que no hay constancia documentada de él hasta 1902, cuando el turolense ya tenía 30 años y estaba asentado en la industria cinematográfica. Por si fuera poco, el misterio de sus primeros años parece ser ya insondable puesto que la gran mayoría de archivos públicos y privados de Teruel desaparecieron durante la Guerra Civil. En cualquier caso Segundo de Chomón partió a Cuba donde combatió en la guerra que marcaría a la Generación del 98, llegando a participar en acciones bélicas y ascendiendo a oficial.
Obviando el sabido baile de fechas de sus primeros años lo cierto es que Chomón regresó a París con su esposa, quien había iniciado una carrera interpretativa en el incipiente cine apareciendo en algunas películas y trabajando para Méliès en su taller de coloreado. Podemos suponer la sorpresa del español al ver la oportunidad que se le abría ante sí. Su mente, seguramente más calmada después de la experiencia bélica y de los años de noviazgo, empieza a trabajar a marchas forzadas en el nuevo arte. Rápidamente, y mostrando una genialidad como pocas y equiparable a la de su patrón Méliès, se pone a trabajar junto a su esposa en el coloreado de fotogramas a mano, tarea ardua donde las haya. Su mente no tarda en dar con una solución a la lentitud del proceso diseñando unas plantillas que permitían pintar varios fotogramas a la vez y de forma más precisa. Esta forma de coloreado fue posteriormente patentado por Charles Pathé—gran empresario del cine francés— bajo el nombre de Pathécolor.
Sin entrar en más detalles de fechas y confusión de años el joven realizador marchó a principios del siglo XX a España donde dio rienda suelta a su inventiva. Situó su estudio en Barcelona, primer centro cinematográfico del país por su cercanía a la frontera francesa y, por ende, a los materiales vírgenes, y rápidamente se puso a trabajar. Chomón, de la misma forma que Méliès unos años antes, tuvo que fabricar su propia cámara cinematográfica para sus creaciones. Al igual que su homónimo Méliès, la mente de Segundo estaba plagada de nuevas técnicas y posibilidades del reciente invento. Su buen hacer a la hora de construir maquetas le llevan a rodar Choque de trenes mezclando planos de trenes reales y de modelos —esta habilidad le llevará años después a colaborar en una de las películas más importantes de la historia del cine mudo, Cabiria de Pastrone—. Si Méliès adaptó al cinematógrafo muchas de las ideas presentes en la féerie —género teatral cercano al cuento de hadas—, Chomón hizo lo propio adaptando cuentos de Perrault y Swift como Pulgarcito o Gulliver en el país de los gigantes. El género fantástico veía la luz por primera vez en la piel de toro que es España. La técnica que hizo famoso a Méliès, el paso de manivela*, fue también perfeccionada por Chomón a la hora de realizar su película Eclipse de Sol (1905).
Genio incansable, se une a movimientos modernistas para experimentar con el sonido y la imagen muda del cine llegando a colocar a actores profesionales detrás de la pantalla para reproducir los diálogos. Este acercamiento entre las artes escénicas y el cine fueron coordinados por Adrià Gual poco antes de la marcha de Chomón a París. La productora de Pathé consigue llevarle a París para trabajar en sus estudios en un intento de competir contra las películas de Méliès. Es curioso cómo Chomón pasa de trabajar coloreando fotogramas para Méliès a ser contratado por su principal competidor para realizar obras similares a las del creador francés. Poder trabajar en la fuente —por así decirlo— de las materias primas necesarias para su trabajo hacen que Chomón entrara en un frenesí creativo grabando decenas de títulos en géneros bien diferentes. No sólo se dedicó a las fantasmagorías visuales o a los trucos de manivela que tan bien controlaba sino que no dudó en acercar la animación al cine en cortometrajes como El Castillo Encantado o a trabajar con sombras chinescas.
Chomón, en su obligación de competir con Méliès, toma también ideas de Julio Verne para crear sus imitaciones de la genial obra Viaje a la Luna. Así de la mano de Pathé surgen Viaje al planeta Júpiter o Viaje a Marte en 1908. Ambas cintas no son reinterpretaciones, al igual que Nuevo viaje a la Luna, sino plagios de la misma idea creada por Méliès en 1902. Sin embargo, quizás su mayor obra durante esta estancia como trabajador de la Pathé es la obra Hotel Eléctrico (1905 o 1908). Alrededor de esta pieza de lo que podríamos llamar ciencia ficción, hay un debate a la hora de datarla. Unos la sitúan en 1905 influenciando entonces a la obra del norteamericano Blackton The Haunted Hotel (1906) y otros optan por situarla en 1908 lo que daría la vuelta a la cronología, siendo la pieza de Blackton la que hubiese influenciado a Chomón. Para el caso, la fecha no nos es necesaria ya que indudablemente la obra del aragonés se convierte en pionera absoluta para España. Aunque muchos no coincidan con el apodo que se le ha dado de “el Méliès español”, es bien cierto que el genio de Segundo no tiene nada que envidiar al del ilusionista parisino. La ciencia ficción y la fantasía encuentran un resquicio para entrar a un país atrasado —industrial y en ocasiones culturalmente— a través de la innovación del director. Su estrecha relación con el cine de género fantástico o de una incipiente ciencia ficción no le alejan de otros aspectos visuales y artísticos a los que ya se acercó en su primera etapa barcelonesa y conecta con un grupo vanguardista de la capital francesa, Los Incoherentes, a través de su obra Una excursión incoherente (1909).
Decide volver a España quizás con la intención de crear una industria similar a la que ha vivido en sus carnes en París, una industria que aún hoy en día parece estar lejos de conseguirse. Miquel Porter i Moix —crítico y catedrático universitario— dirá de esta segunda etapa de Chomón en España que fue el pionero en trasladar el popular género de la zarzuela al cine con películas como Los guapos (1910). Sigue perfeccionando su técnica y diseñando nuevos trucos y maneras de plasmar cualquier tema en el celuloide. Está habilidad técnica le lleva a ser elegido por Italia Films de Pastrone para trabajar como técnico de efectos especiales y operador de cámara. Es gracias a esta relación empresarial por la que acaba trabajando en Cabiria, dónde realizó la espectacular escena de la erupción del Etna valiéndose de sus habilidades con las maquetas, realizó uno de los primeros —si no el primero— travellings interiores sobre rieles y trabajó duramente en la iluminación de los rostros de los actores acercándose a una estética que podríamos denominar expresionista. A pesar del estallido de la Guerra Mundial, Chomón continúa trabajando con Pastrone durante varios años.
Acabando su carrera recibe el honor de trabajar junto al realizador francés Abel Gance quien en 1927 rodó Napoleón, para la que Chomón fue operador de cámara. La épica obra de Gance, de más de seis horas de duración, era la primera parte de media docena de largometrajes sobre la vida de Napoleón. Los alardes técnicos de la obra de Gance van desde el montaje de una cámara a lomos de un caballo, el uso de la cámara en mano en algunas escenas y la grabación en panorámico de algunas escenas utilizando tres proyectores sobre tres pantallas lo que le permitían mostrar hasta tres acciones diferentes a modo de tríptico cinematográfico. Chomón, sin duda tuvo mucho que ver en las innovaciones de la obra lo que le encubra sin lugar a dudas como una de las figuras más importantes del panorama cinematográfico español de principios del siglo XX y como la figura más internacional de los pioneros del cine español.
Si echáramos la vista atrás en busca de los inicios del cine fantástico y de ciencia ficción en nuestro país, el nombre de Chomón brilla como pionero dentro del género. A la estela de Méliès en Francia, quién sabe qué hubiera sucedido de no haber realizado su servicio militar —o presentado voluntario— para la Guerra de Cuba. Quizás esos preciosos años perdidos en tierras lejanas le podrían haber colocado a la par de Méliès a la hora de iniciar su producción. Elucubraciones son que no quitan valor a la incalculable obra de Chomón, el español que llegó a eclipsar al propio sol.
*Se detenía la manivela de la cámara durante la grabación para cambiar elementos de aquello que se grababa para dar la sensación de su desaparición o transformación.