Son múltiples las vías de acceso a la Semana de la Alta Costura de París Otoño/Invierno 2015. A través de Internet cualquier interesado puede seguir los desfiles en directo en streaming, visitar en las galerías de imágenes las colecciones al completo o leer los artículos que desde París los cronistas envían a sus medios. Además, la información se completa con galerías de fotos del street style y el ambiente de moda que durante esos días llena las calles, las actualizaciones en twitter e instagram de asistentes y protagonistas, la imágenes de los looks elegidos por losfamosos invitados a los desfiles y alguna que otra página de papel cuché a la que estos hayan dado lugar, que ya no tiene mucho que ver con la moda.
El paso de los tiempos ha revolucionado y sacudido todo lo que el concepto alta costura significaba. El desarrollo de las tecnologías ha democratizado su publicidad y a la vez, este mismo desarrollo se ha extendido en la dirección opuesta, calando en la composición de los nuevos tejidos y en las líneas de los diseños exhibidos, pasados a menudo por el tamiz de cierta cultura popular, como se comprueba en la influencia del cine y los relatos de moda, o de series de televisión como Juego de Tronos.
Como efecto de todo esto la alta costura se debate. Su sistema. Su materia. Su razón de ser. Desde el domingo 6 al jueves 11 de este mes hemos asistido a unos desfiles que trascendían el universo que representaban desde el textil para convertirse en tesis, distintas posiciones, acerca de cuál debe ser el futuro de la alta costura. Hemos podido ver a Chanel y a Dior más cerca conceptualmente que nunca, una Maison Valentino nostálgica y un Gaultier expresionista. Lo que sí queda claro, a la vista de todo este panorama, es que el universo de la haute couture poco tiene ya que ver con sus orígenes, en el estudio parisino del inglés Charles Frederick Worth, en el que las damas de la alta sociedad del XIX asistían a la exhibición de la colección que el diseñador había creado para ese año bajo su firma.
Tal vez sean esas tres innovaciones de Worth las únicas líneas rojas que aún sirvan para definir la identidad de la alta costura: la firma, el desfile, la colección. Todo lo demás ha mutado considerablemente.
Tampoco vivimos la época dorada de los años 50. No interesan tanto el exceso ni el lujo en sí mismos. A esta época de crisis de identidad de la tradición de la alta costura se le suma un contexto de crisis económica, que en otras épocas dio a luz a una moda utilitaria, sensible hoy también en las calles en estilos como el normcore y que en las grandes pasarelas se transforma en líneas minimalistas y virtuosismo a la hora de ocultar costuras. Pasados varios años ya desde el inicio de la crisis sí se percibe una reivindicación de la feminidad, de una feminidad distinta a la de antaño, a la que grandes firmas como Chanel, Dior o Yves Saint-Laurent han rechazado asociar a los zapatos de tacón, símbolo obsoleto o cuanto menos accesorio ya en términos de moda. No es el New Look de Dior, no hay necesidad aún de vestir a la mujer como una flor, la feminidad emana de unas siluetas nuevas que hablan de futuro y tecnología pero que mantienen la vista en un pasado idealizado. Para Chanel y Dior el XVIII, para Valentino el XIX y el prerrafaelismo.
Hablar de crisis económica en alta costura no es sinónimo de escasez sino más bien un dato contextual. Al menos esa es la impresión que da leer las declaraciones que Eugenia de la Torriente ha recogido estos días para El País. Sidney Toledano, presidente de Dior, asegura que la clientela de la alta costura ha rejuvenecido diez años, consecuencia de los recientes imperios del software y la tecnología encabezados por nuevos jóvenes multimillonarios. Armani también apunta al mismo rejuvenecimiento del público y Chanel y Valentino aseguran que sus ventas han aumentado o que esperan un aumento en la próxima temporada. En este sentido parece que la alta costura vuelve a recuperar su pulso, sobre todo desde que a principios de siglo se relajaron las normas de fabricación de los diseños impuestas en los años 40, permitiendo a nuevos nombres entrar en el circuito. La calidad ganó protagonismo, y en esta última edición de la semana de la alta costura encuentra múltiples salidas en el detalle de bordados, en los patrones, y con la innovación y el elemento laboratorio para la producción de nuevas texturas. Tapices bordados conviviendo con piel alienígena.
Otros prefieren esgrimir la bandera de la libertad creativa, y reivindicar la alta costura como territorio exclusivo de la expresión artística, independiente a su conexión con la realidad de la calle. Es el caso de Jean Paul Gaultier, modisto francés reconocido por su excentricidad creativa, que no se cansa de poner en tela de juicio cada concepto asentado en términos de moda, género o cultura en general. Aquel que desatribuyó propiedades de género a prendas como la falda o el jersey marinero (que convirtió en seña de identidad), que se cuestionó la cercanía entre la iconicidad propia de la virgen y de la furcia, y que convirtió el corsé, elemento de presencia secular en la historia de la opresión de las mujeres, en símbolo feminista de peligro con aquellos punzantes conos en los pechos que lució Madonna en los años 80.
“Hemoglobina”, exclama para definir la colección presentada este verano. Y es que Gaultier ha llenado la pasarela de vampiresas que lucen prendas deportivas cargadas de brillo y cristales de Swarovski. Al rebufo de la popularidad reconquistada de los relatos de vampiros y de la figura de Maléfica, Gaultier imagina unos looks en total black, capas envolventes, y una silueta definida por el contraste entre unas generosas hombreras y la cintura de avispa. Bajo el negro impoluto introduce pinceladas en rojo, dorado y blanco, en tejidos que van desde el terciopelo y el cuero al tul y el encaje. Aprovecha Gaultier también para rescatar el traje pantalón, los monos y el chándal, acentuando el descaro de una villana de aire aristocrático. Para rematar la colección Gaultier, siempre apostando por las bellezas que trasgreden el canon, viste a Conchita Wurst, ganadora de la última edición de Eurovisión, de oscura novia con un vestido llamado «Zizi Impératrice».
Otra historia muy distinta es la que cuenta la nueva colección de la casa Valentino. Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli son los encargados de llevar el rumbo de la dirección creativa de la firma de la que el propio Valentino se retiró en 2009. El dúo apuesta por introducirnos en un universo con influencias muy sensibles, como ya hizo anteriormente al llevarnos al mundo de la ópera. Ahora nos hacen mirar al siglo XIX y a las mujeres de las pinturas prerrafaelitas de Rossetti y Alma-Tadema, que a su vez miraban a la antigüedad clásica en busca de un sentido de belleza armónico, sencillo y en conexión con la naturaleza.
Esta sencillez se plasma en tejidos ligeros que componen una silueta grácil, o descansa en la belleza de abrigos con hermosos tapices de motivos delicados. Imposible denegarle el equilibrado sentido de belleza y feminidad a esta colección. Grandes estampados, o tulipanes esquemáticos con toques dorados superpuestos a tejidos blancos. Una simbología naïve de la naturaleza nutrida del imaginario de la Grecia y la Roma clásicas. Delicadas espaldas cruzadas y escotes asimétricos combinados con motivos geométricos que hacen pensar en el vestuario que luce Daenerys Targaryen desde que ha decidido reinar en lugar de continuar avanzando.
Dior y Chanel compaginan la mirada a la historia con una idea de futuro, reelaborando y dotando de pragmatismo la nostalgia de Valentino. Karl Lagerfeld, director artístico de Chanel desde 1983, presentó su propuesta en el Grand Palais. En todos estos años al frente de la firma francesa ha sido aplaudido por su capacidad de adaptación a la esencia de la casa sin dejar de innovar y hacer avanzar su imagen con los tiempos. Gabrielle Chanel, más conocida como Coco Chanel, fue el nombre más importante en el proceso de liberar a la mujer del corsé y la más firme defensora de su tiempo de la comodidad en la moda femenina. Es difícil decir si era una visionaria o si simplemente hizo al curso de la moda pasar por el ojo de su aguja en la dirección que ella había pensado para la nueva mujer. Incluso cuando después de la II Guerra Mundial Christian Dior volvió a popularizar la cintura de avispa y la elegancia incómoda y tortuosa para la mujer, ella regresó a la moda desde su retiro para combatir que ese modelo de belleza volviese a imponerse.
Lagerfeld prescindió en esta ocasión de las elaboradas escenografías a las que nos tiene habituados. La inspiración llega a Chanel de la arquitectura de Le Corbusier donde la modernidad convive con elementos del XVIII. Diseños de complejos bordados dorados se alternan con el clásico tweed de Chanel en blanco con bordados a la espalda que a veces incluyen pequeñas piezas de cemento, producto de la artesanía de taller. Al igual que Raf Simons en Dior, se trata de reducir el siglo XVIII a su esencia estética. En cambio Chanel lo hace más juvenil, complementando los diseños con bolsos bandolera y chanclas adornadas con pedrería, una vez más huyendo del zapato de tacón desechado en colecciones anteriores por los modistos en favor de zapatillas de deporte artesanales. El desfile culminó con un grandioso traje de novia que lucía una modelo en avanzado estado de gestación, rematando su redondez con una capa hasta el suelo bordada en dorado.
Raf Simons, director artístico de Dior desde 2012 tras el fulminante despido de John Galliano, por su parte parece desapegarse por primera vez del clásico New Look que dio la fama a Christian Dior y que tan bien había sabido adaptar a los nuevos tiempos en sus últimas colecciones. El siglo XVIII es de nuevo, como decíamos, protagonista de la colección. Y tampoco es la primera vez que Simons mira hacia este siglo para encontrar una imagen para la mujer del presente. Una sucesión de vestidos armados con forma de crinolina (armazón que moldeaba las faldas de las mujeres en torno a ellas en la época) de un blanco puro adornado con pedrería se definen sin embargo en líneas minimalistas que aportan una imagen etérea e ingrávida a las creaciones. La María Antonieta imaginaria de Dior se completa con túnicas abiertas de preciosos bordados con motivos florales que Simons combina con pantalones negros y jerséis de cuello alto. Una revisión del pasado que hace pensar inevitablemente en las creaciones de Alexander McQueen.
Pero todo esto se sucede de la idea de Simons de tecnología y futuro, con referencias aeroespaciales en monos de aire sport que recuerdan a los astronautas. La innovación queda patente en el plano de la artesanía de tejidos en esta reflexión de Simons acerca de la modernidad, y del intercambio entre futuro y pasado en aras de construir un presente.
Sin embargo, pese a lo intenso del diálogo de propuestas y visiones de esta semana de la alta costura en París hay quien permanece ajeno, sordo, a lo que su alrededor ocurre. De la colección de Elie Saab parece desprenderse más que nunca que el libanés no tiene necesidad de hacerse ninguna de estas preguntas ni de elaborar una reflexión acerca de lo que alta costura, arte y moda, significan. Su alta costura formulaica funciona, y sólo se debe a sus clientas, que no se cansan de lucir sus diseños. Saab no disimula, se centra exclusivamente en modelos de alfombra roja. Ni una sola concesión a la moda de calle. Y tan sólo un modelo con su acertada falda-pantalón de transparencias. Una colección de vestidos de princesa de cuento, con transparencias y pedrerías, que en algún caso hace cargar las creaciones con ocho kilos de peso.
Una excelencia de la elegancia y de la pura alta costura en el sentido de la técnica, pero de espaldas al pulso artístico de las colecciones de sus colegas, que han dado lugar a una de las semanas de la alta costuras más elocuentes en mucho tiempo. Se puede decir que se ha avanzado en alguna dirección, o al menos parece que el naufragio del concepto de alta costura está llegado finalmente a buen puerto. Los diseñadores consiguen conciliar el cambio de los tiempos en una nueva estética, y en definitiva en una nueva silueta que podría servir para regenerar un nuevo sentido estético del género. Todo esto habrá que comprobarlo en posteriores eventos, pero de momento puede considerarse un buen síntoma la reflexión y la autocrítica desde el arte, mucho más estimulante que conformarse con la opción que sabemos que asegura la cartera de clientes.
Foto de portada: Desfile de Dior celebrado en los Jardines del Museo Rodin de París. Dominique Charriau (WIREIMAGE)