El cómic de viaje de Guy Delisle: Shenzhen (SZX9) — Pyongyang (FNJ)

PyongyangminiLos hermanos Lumière presentaron por primera vez el cinematógrafo, el día 28 de diciembre de 1895 en París. El aparato, como era de esperar, causó gran conmoción ya que era la primera vez que la población parisina veía imágenes en movimiento de forma pública (obviamos para este artículo la dicotomía Edison – Lumière y sus respectivos inventos). En apenas unos meses, los inventores de uno de los ingenios  más significativos del siglo XX comenzaron a dar la vuelta al mundo. Con la primitiva cámara a hombros los Lumiére y su pequeño ejército de realizadores se asentaron en los lugares más dispares del globo terráqueo. Con un objetivo: filmar el mundo.

En la piel de toro que es nuestro país también hubo representantes de los inventores franceses y Alexandre Promio fue el hombre de los Lumiére en España. Él rodó las primeras películas que se proyectaron el día 14 de mayo de 1896, día en que el aparato fue presentado en la sociedad española. La labor de Promio era similar a la de tantos otros, su objetivo era filmar las llamadas postales en movimiento. El ser humano, ávido de conocimiento (aunque en ocasiones no lo parezca) siempre está deseoso de saber de aquellos lugares lejanos a su tierra natal. La sociedad de finales del siglo XIX deseaba conocer lugares tan mágicos y exóticos como podían serlo las playas españolas para un burgués inglés, o las lejanas tierras dónde habitaban los Inuit (labor que Flaherty iniciará a principios de siglo XX).

Pero si echamos la vista atrás, más allá del artefacto cuasi-mágico de los Lumiére, encontramos decenas de ejemplos artísticos con el mismo objetivo, mostrar países lejanos y lugares imposibles de alcanzar. Si hablamos de literatura tropezamos con decenas de novelas llamadas en ocasiones de viaje, en las que aventureros, diplomáticos o simples viajeros narraban sus periplos a tierras lejanas. Un buen ejemplo es el libro Embajada a Tamorlán de Ruy González de Clavijo, que narra una misión diplomática en el siglo XV. En el mundo pictórico también encontramos este deseo de conocer y conservar lo desconocido, reflejos en nuestros hogares de paisajes lejanos, a través de diferentes corrientes artísticas como los Biombos Namban japoneses, que muestran a los portugueses del siglo XVI y XVII, o la pintura de paisajes que la historiografía del arte suele llamar Paisaje o País y que es esencial para la pintura de algunos países como Holanda.

Ahora bien, ¿todo esto qué tiene que ver con el cómic?, o tan siquiera con las ciudades que dan título a este artículo. Saltándonos flagrantemente la manida discusión sobre si el cómic puede ser considerado o no un arte al nivel de los grabados ukiyo-e japoneses o el propio cine (ya puestos a discutir se me podría preguntar si el cine es un arte), o de si el cómic tiene o no profundidad narrativa de peso (como le encantaba negar a un profesor de mi facultad) os hablaré de dos obras que aúnan todo lo esbozado con soberbia maestría.

Salidas de la mano y la mente del dibujante canadiense (más en concreto de Quebec) Guy Delisle, mezclan la tradición cultural de lo que podríamos resumir grosso modo como arte de viajes y el comic. Estas obras son las que dan nombre y razón de ser a este artículo: Shenzhen publicada por primera vez en el año 2000 y Pyongyang que vio la luz en el año 2003.

Guy Delisle es toda una eminencia dentro del mundo del cómic y de la animación, tanto mundial como francófona. Nacido en Quebec en 1966, cuenta en su haber con más de una docena de publicaciones en papel y con años de experiencia como supervisor de animación para diferentes estudios canadienses y belgas. Su figura es otro nombre en la larga lista de autores francófonos que han hecho del cómic su forma de vida, colocándose al nivel de pesos pesados del cómic como: Albert Uderzo, René Goscinny, Robert Velter o Jean Van Hamme. Sin lugar a dudas las obras más conocidas del autor canadiense son: Shenzhen (2000), Pyongyang (2004), Crónicas Birmanas (2007) y Crónicas de Jerusalén (2011).

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Estos cuatro trabajos se pueden diferenciar claramente en dos grupos debido a la razón de su propia existencia. Por un lado tenemos Shenzhen y Pyongyang y al otro lado sus dos crónicas de viajes. La separación es clara, no se debe tanto al tamaño de las obras sino a la génesis de las mismas y es que los motivos y formas de sus viajes marcan la esencia de la composición de ambas. Como hemos mencionado anteriormente en este artículo, trataremos sus dos obras ambientadas y gestadas en Asia.

El único hilo o conductor argumental que encontramos a lo largo de la obra del canadiense, es el simple paso de los días. Incluso este avance temporal no queda claro, a diferencia de un diario típico, el autor no deja constancia del día que representa con sus dibujos, ni mucho menos plasma cada acto de dormir o despertar. La obra se convierte por lo tanto en una especie de continuo pasar del tiempo, solo delimitado por un comienzo (despegue de un avión) y un final (de nuevo un aparato alzando el vuelo). Esta característica será común con la otra obra que trataremos hoy, Pyongyang, e incluso con sus dos siguientes trabajos de viajes (aunque con ciertas matizaciones).

Esta organización temporal nos recuerda a los trabajos audiovisuales que pueden englobarse dentro del llamado cine diario donde realizadores de la talla de Alain Cavalier (Nominado a la Palma de Oro en Cannes en 1986 por Thérèse) y que convierte su vida en su propia obra con Le Filmeur (2005) donde grava incluso las graves enfermedades de sus familiares. Es esta noción de crear una obra a partir de tu vida y de tu día a día, prima en la obra de Delisle, si bien, a diferencia de la obra de Cavalier o de otros diaristas como Jonas Mekas, nuestro canadiense hace del humor y del choque cultural su mayor atractivo.

Shenzhen (SZX9)

Muchos de nuestros lectores no conocerán la ciudad de Shenzhen, yo mismo no sabía de su existencia hasta que tomé entre mis manos el trabajo de Delisle. La ciudad, considerada como una de las diez urbes más pobladas de China con 10.35 millones de habitantes, se encuentra situada en la región de Guangdong (Cantón) al Sur de China, haciendo frontera con Hong Kong. Fue además una de las primeras zonas de China en ser nombrada “Zona económica especial”, esta catalogación hizo que la ciudad creciera a una velocidad inusitada pasando de ser una pequeña ciudad de pescadores al centro económico mundial que es hoy en día. Uno de tantos otros ejemplos del voraz y desmedido crecimiento que en ocasiones provoca el híbrido estado comunista-capitalista de China.

Es en esta ciudad, donde el estudio belga Dupuis decidió colocar su subcontrata de animación. Ya hablamos de la práctica tan común dentro de la animación occidental del “overseas export market work”, en nuestro artículo sobre The King of Pigs (Sang-Ho Yeon, 2011). El estudio envía por lo tanto a Guy Delisle como enlace entre la labor realizada en las oficinas situadas en Bélgica y el grueso de la animación que se llevará a cabo en China. Nuestro autor pasó tres meses durante el año 1997, encargándose de que los storyboards mandados por correo, fueran debidamente animados por los trabajadores asiáticos.

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Rápidamente el autor verá que aquella ciudad a pesar de su gigantesco tamaño y crecimiento exacerbado, no tiene nada que ver con otras ciudades asiáticas que había visitado con anterioridad. Durante las 145 páginas de la novela gráfica, Delisle deja constancia a modo de diario dibujado de todo aquello que observa y que capta su atención. Con un estilo de dibujo que parece poco detallista y más cercano al boceto que a una obra terminada, Delisle parece querer poner todo su hincapié en mostrarnos el complejo contraste de la realidad que allí vive usando un estilo sencillo y ligeramente naif.

El autor retrata con exactitud la sociedad china y sus graves contradicciones y plasma la dificultad que tiene a la hora de relacionarse, puesto que a pesar de que la ciudad debería ser un crisol de culturas por su rápido crecimiento y estar poblada de gente culturalmente entregada al progreso, encuentra que prácticamente nadie habla inglés (y mucho menos francés). Se ve a sí mismo incomunicado con el mundo que le rodea. Rápidamente la mente de Delisle aparta este inconveniente como tal y lo convierte en una diversión dedicándose a mantener conversaciones inventadas. Él les habla en inglés y ante sus incomprensibles respuestas en mandarín, sigue manteniendo interesantes conversaciones en voz alta.

A lo largo de sus tres meses de estancia conocerá a personajes de lo más peculiar que representan las grandes contradicciones de un país como China. Uno de las situaciones que más se recuerdan es el momento en que Delisle es invitado a pasar la Navidad con un compañero dibujante  que apenas habla inglés. Descubrirá entonces que el joven dibujante es un gran aficionado a la pintura de Rembrandt, a quien tiene como maestro, pero del cual tan solo conoce una obra, Betsabé con la carta de David (1654) y a través de una copia en blanco y negro.

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Estas situaciones no parecen haber sido edulcoradas a posteriori. Tal y como el propio autor dice al principio del comic, comenzó a tomar notas y hacer dibujos a diario con la idea de ver la posibilidad de publicarlo después. Delisle tan solo tuvo que realizar una labor de revisión de sus notas, a modo de visualización de lo rodado en una película para iniciar el proceso de “montaje” de su comic. Así, igual que el autor que graba con una cámara miniDV su día a día para hacer una película experimental, Delisle  elige los momentos de su viaje a China que más pueden impresionar, consiguiendo crear una obra que nos mantiene una sonrisa en la cara mientras pasamos de una situación absurda a otra.

Pyongyang (FNJ)

No es de extrañar que Corea del Norte sea uno de los países más misteriosos e ignorados. Con una de las fronteras más complejas del mundo (quedó prácticamente aislado de su vecino del sur tras el conflicto armado de los años 50 y 53), es el gran desconocido de Occidente. Al igual que su experiencia en Shenzhen, su viaje a Pyongyang (capital del Corea del Norte) se debe de nuevo una subcontratación del trabajo de animación. Durante dos meses ejercerá de enlace entre el estudio parisino Protécréa y un estudio de animación norcoreano.

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Si su anterior trabajo, narrando sus aventuras en China hacía del humor su principal insignia, aquí encontramos de nuevo ese ingenio tan característico. Sin embargo, y esta sea quizás la mayor diferencia entre ambos trabajos, en esta ocasión la visión de Delisle está cargada de ironía política. Si en Shenzhen la risa venía dada casi siempre por las absurdas situaciones en las que se veía envuelto, por problemas de lenguaje o de costumbres, aquí en Pyongyang estas situaciones seguirán teniendo lugar pero casi todas tendrán un marcado tinte político. Y es que esto ya se puede observar desde las primeras viñetas donde vemos que Delisle ha logrado entrar en el país una copia de bolsillo de la novela 1984 de George Orwell.

De manera similar a Shenzhen, el autor nos va presentando situaciones cotidianas una detrás de otra sin una línea temporal clara. Mientras se suceden los días de trabajo y las pocas visitas programadas que el Estado le permite hacer, le vemos observar detenidamente la sociedad de Corea del Norte y asombrarse por lo que allí ve. Continuamente vigilado y seguido por su traductor, con quien no tarda en tomar una extraña confianza para nada recíproca y con quien bromea continuamente sin mucho éxito, visitará lugares emblemáticos de la ciudad. La torre Juche, símbolo del partido único, el gigantesco, inacabado y vacío Ryugyong Hotel, destinado a ser uno de los más grandes del mundo. Especialmente este lugar es uno de los que más choque le provocan al descubrir el turismo que se autoimpone Corea del Norte. Una contradicción más en un país que parece repleto de incongruencias.

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Delisle se verá fascinado por todo lo que sus ojos ven y por todo lo que no ven (como gente anciana o discapacitada, ante lo cual le llegan a responder que la raza coreana no tiene minusválidos). Las conversaciones con sus guías y vigilantes, en las que busca llevarles a callejones dialécticos sin salida sobre su régimen y país, suelen recibir el silencio como respuesta.

En Pyongyang, el autor afina la forma de mostrarnos un relato de sus viajes. Si en Shenzhen podíamos encontrar momentos de diálogo con el lector, donde el autor se disculpa por no recordar algo con exactitud, o donde  intercala comentarios del presente en el que escribe la obra con el propio pasado, en Pyongyang lleva su relación con el lector a otro nivel. Consigue crear una verdadera interactividad como parte del relato y de la crítica irónica a Corea del Norte insertando viñetas que funcionan de manera similar a los pasatiempos de los periódicos. Así encontraremos una serie de retratos de coreanos y se nos pedirá que acertemos cual es el “traidor a la patria”. La solución la encontraremos cada vez en una esquina de la viñeta y escrita para ser leída del revés. Las primeras veces el motivo de que uno u otro sea un traidor parecen relativamente claros tales como “no llevar la insignia del partido”, pero llegará un momento en que todos y cada uno de los representados serán traidores por motivos de lo más variopintos como “tener la insignia con un poco de polvo”.  La sátira política es una constante en su trabajo realizado sobre la capital de Corea del Norte, mostrándonos las decenas de contradicciones e incongruencias que llega a encontrar durante su estancia. No es de extrañar que el pobre dibujante no dude en declarar que no cree posible volver jamás al país.

Delisle logra crear dos relatos de sus viajes que funcionan como una pequeña máquina transportadora. Si alguien se pregunta por la esencia del cómic como arte, igual que mi mentado profesor, no tiene más que leer a Delisle para sentir que camina junto a él por las vacías avenidas norcoreanas o dejarse llevar por las mareas de bicicletas en Shenzhen. Si uno pasa por la obra de Delisle sin conmoverse, quizás su alma no esté hecha para viajar, quizás tenga un espíritu sedentario o quizás, simple y llanamente, sea un vago.

asd

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