El rostro de la locura: «El Resplandor», de Stanley Kubrick

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Adaptación a los nuevos tiempos

El cine ha sufrido grandes cambios en sus alrededor de cien años de existencia y, en muchas ocasiones, estos han sido bruscos e irreversibles, como es el caso del gran salto del cine mudo al sonoro. La adaptación no suele resultar fácil, y muchos se quedaron en el intento sin lograrlo (Buster Keaton) mientras que otros consiguieron amoldarse al nuevo mundo que se les presentaba (Charles Chaplin). Uno de los giros que marcaron una nueva etapa en el cine de Hollywood se dio en los años 70 con la llegada de nuevos jóvenes artistas al panorama, y resulta difícil encontrar muchos cineastas que, habiendo comenzado su carrera con anterioridad, se adaptaran magistralmente a él. Uno de los casos más representativos de superación de esta barrera es el del gran Stanley Kubrick, sin lugar a dudas uno de los directores más importantes de toda la historia del cine. Durante los años 50 grabó El beso del asesino, Atraco perfecto y Senderos de gloria, las tres con un corte cinematográfico muy clásico; en cambio, tanto en 2001: Una odisea del espacio como en La naranja mecánica renueva su cine, modernizándolo y adaptándose (incluso adelantándose) a su tiempo.

Director visionario, inteligente, pulcro y provocador, las pocas películas que conforman su filmografía, o bien son brillantes obras maestras o por lo menos tiene interesantísimos aciertos por parte de su autor. Sin ser uno de sus mejores filmes, El resplandor posee una fuerza especial, en gran parte gracias al rostro de un Jack Nicholson completamente enloquecido recorriendo los amplios pasillos del hotel Overlook. La cinta adapta la novela homónima de Stephen King, en la que Jack Torrance quedará encargado, junto con su familia, del mantenimiento básico de un gran hotel de montaña que cierra sus puertas durante la temporada invernal, a varios kilómetros del pueblo más cercano. Pero la cándida pareja, junto con su hijo, no tardará en descubrir los oscuros secretos que guarda el gigantesco edificio. El primero en advertir estos misterios será Tony, el amigo imaginario del joven Danny, que parece poseer cierta clarividencia y que se expresa a través de del movimiento del dedo índice del niño. El pasado del Overlook está repleto de crímenes y suicidios: sin ir más lejos, el anterior guarda que precedió a Jack Torrance se volvió completamente loco debido al aislamiento y acabó matando brutalmente a su familia para, acto seguido, suicidarse. Jack no cree en fantasmas ni maldiciones, pero las evidencias del horror allí contenido con las que se acaba encontrando son totalmente ineludibles.

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La infravaloración de los géneros

El documental Room 237 indaga en una supuesta leyenda negra que asegura que El resplandor oculta subliminalmente mensajes que el propio Kubrick ha codificado para el film: el número 42 haciendo referencia al holocausto judío, el cohete del jersey de Danny como disculpa por haber grabado la llegada del hombre a la Luna o los fallos de raccord como manera de reírse de las películas de terror son tan solo algunas de las teorías absurdas que podemos encontrar en el documental. Rodney Ascher es incapaz de aceptar que el gran Stanley Kubrick, tras cinco años sin llevar ningún film a la gran pantalla, hubiera realizado sencillamente una película de terror y que esta no trascienda a su propio género. Necesita pensar que existe una serie de señales que le dan aún más profundidad de la que realmente posee, no es capaz de apreciar la calidad de una obra perteneciente a un género considerado, por muchos, como menor.

Por unas razones u otras, existen diversos géneros cinematográficos que han sido denostados por la crítica hasta que han demostrado poder soportar discursos tan profundos y complejos como bien podía hacerlo el drama. De esta discriminación fueron víctima el western, el cine negro, el musical, la comedia… y poco a poco la gran mayoría demostraron sus grandes posibilidades gracias a directores como John Ford en La diligencia, Stanley Donen en Cantando bajo la lluvia o Billy Wilder en Con faldas y a lo loco. Desde sus inicios, Kubrick tuvo cierta predilección por algunos de estos géneros más olvidados, abordando en dos de sus primeras obras el cine negro. Pero no sería hasta 1968 cuando realizaría su mayor aportación en este terreno con 2001: Una odisea del espacio, en la que abogaba por las grandes posibilidades que encerraba la ciencia ficción, llegando a soportar discursos filosóficos profundos. No obstante, el camino que había abierto a producciones venideras fue muy poco transitado y las grandes obras de la ciencia-ficción para la gran pantalla se convirtieron en algo anecdótico, de lo que son buena muestra las obras de Andrei Tarkovsky Solaris y Stalker. Entre todos estos géneros malditos, posiblemente el peor tratado de todos ellos haya sido el terror que Kubrick intentó reivindicar en El resplandor.

En el campo de la hermenéutica, Hans-Georg Gadamer expone que aquel que desee acercarse a una obra de arte debe aceptar las normas que esta le impone, de una manera socrática el intérprete debe preguntar al texto y dejarse guiar por las respuestas que obtenga del mismo, no partir de unas ideas preconcebidas y adaptar a ellas la interpretación. Este es el principal error que comete Rodney Ascher en su documental Room 237, pues impone al film mayor profundidad de la que realmente tiene, no pudiendo aceptar que una película de Kubrick sea simplemente una buena cinta de terror. Es terrible que aún se tengan tantos prejuicios hacia ciertos géneros cinematográficos, y que esto resulte un lastre a la hora de valorar positivamente una película. Pero como bien dice Gadamer, se deben aceptar las reglas del juego y, tras esto, aprender a ver la calidad independientemente de nuestros prejuicios personales.

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Agorafobia entre los muros

Cuando Stephen King tuvo ocasión de ver la adaptación que Kubrick había hecho de su obra no quedó nada satisfecho con los resultados. El director es conocido por su testarudez y era capaz de cualquier cosa con tal de lograr lo que realmente deseaba en su película; prueba de ello son el cambio completo de banda sonora de 2001… compuesta por Alex North (una vez terminada), o la tortura psicológica a la que sometió a Shelley Duvall para que mostrase verdadero terror en El resplandor. Efectivamente, Kubrick adaptó la novela tomando únicamente lo que le interesaba de esta, desechando gran parte que no le aportaba nada en absoluto; mientras que en el libro el terror se desata cuando las esculturas recortadas en setos cobran vida, Kubrick prefiere centrarse en los recovecos de una mente enferma. En el film lo realmente peligroso no son las apariciones fantasmales, sino lo que estas provocan en la mente de Jack, el único que puede infligir daño físico es, por tanto, el desequilibrado señor Torrance. Los elementos fantásticos quedan relegados a un segundo plano mientras que la locura toma el primero personificada en el cabeza de familia, que si bien ya tenía problemas de alcoholismo y de control de la ira, los verá incrementarse a causa del aislamiento del hotel de montaña.

El resplandor trata principalmente de cómo el entorno modifica al individuo. El hotel se nos presenta como una infinidad de pasillos interminables y de inmensos salones con altísimos techos, todo muy amplio y agorafóbico. Cuando Stuart Ullman guía a los Torrance por todo el complejo se encadenan una serie de travellings laterales que agrandan aún más el espacio visual. Lo mismo ocurre con los seguimientos a Danny en el triciclo que, además de crear tensión gracias al ruido de las ruedas sobre la moqueta y el suelo, derriba las paredes del Overlook, convirtiéndolo en un exterior. En el gigantesco hotel tan solo vivirán durante varios meses tres individuos (la pareja y su hijo) desconectados del resto del mundo y obligados a convivir. Para Jack supondrá todo un reto, pues cada vez tolera menos a su insoportable mujer, lo que le obliga a aislarse de ella y encerrarse en sí mismo viéndose arrastrado aún más a la locura.

La soledad embarga a los tres habitantes: Danny lo supera con facilidad, pues está acostumbrado a ella y se refugiará en sus juegos; Wendy interrumpirá egoístamente a su marido en su horario de trabajo y llamará por radio tan solo para mantener una conversación banal; Jack se mostrará insatisfecho con su vida, cansado de un hijo que le teme y de una mujer a la que no puede aguantar, dato que aprovecharán los fantasmas que habitan en el Overlook para terminar de enloquecerlo. Mientras que al joven Danny se le presentan apariciones violentas y amenazadoras, como las terroríficas niñas Grady o la «bruja», a Jack tratarán de seducirlo con una atractiva mujer que sustituye a la suya o mediante bebidas alcohólicas que puede consumir en una elegante fiesta abarrotada de gente, sin necesidad de sentir remordimientos; una oportunidad de evadirse de la realidad y de permanecer alejado de ella para siempre. Aristóteles escribió que un hombre aislado de la sociedad era o un monstruo o un Dios, pero nunca un hombre; Jack se ha convertido en un verdadero monstruo que no dudará en arremeter contra su propia familia con tal de encontrar la paz que tanto ansía.

El histrionismo de Nicholson

El pasado que regresa como tormento está permanentemente presente en El resplandor: Wendy jamás perdonará que Jack haya golpeado a su hijo estando borracho y no permitirá que este lo olvide; los traumáticos sucesos acaecidos en el Overlook se repiten una y otra vez, pues las almas atormentadas que allí se refugian no encuentran descanso. A todo esto se le da una vuelta de tuerca más al terminar el film con la imagen de una fiesta de 1921 en la que Jack está presente; ahora forma parte del pasado del hotel y estará ligado a él por siempre. El resplandor, pese a su género, trata temas tan universales como la soledad y la imposibilidad de perdonarse los propios errores, pero no nos llevemos a engaño: el tema central sobre el que se estructura la película es la locura, y en todo momento sigue siendo una cinta de terror.

Es conocida la amistad entre Steven Spielberg y Stanley Kubrick. En una ocasión el primero confesó al segundo que la interpretación de Nicholson no le gustaba especialmente en la película, a lo que Kubrick contestó que a él sí que le gustaba James Cagney y, por lo tanto, cierto tipo de interpretaciones especialmente esperpénticas. Nicholson es uno de los actores más histriónicos que jamás haya dado el cine, pero esto no tiene por qué ser negativo, aunque en muchas ocasiones puede volverse incontrolable. Su papel en Chinatown es uno de los mejores de su carrera, tratándose de una actuación muy comedida, cosa que tuvo que trabajarse el director Roman Polanski; pero habitualmente Nicholson trabaja totalmente desatado, teniendo la oportunidad de exagerar su interpretación y consiguiendo en muchas ocasiones excelentes resultados, como puede verse en los casos de Alguien voló sobre el nido del cuco, El último deber o El resplandor.

Kubrick preparó durante varios años una película sobre la vida de Napoleón, que no se llegó a realizar debido a que el estudio canceló el proyecto una vez estaba ya prácticamente cerrado para empezar el rodaje. Por extraño que resulte, el actor que quería para encarnar al Emperador era Nicholson. Desgraciadamente jamás sabremos cómo lo habría dirigido en este papel, pues los particulares esperpentos interpretativos que le caracterizan no terminarían de encajar con el personaje (todo lo contrario que con el desequilibrado Jack Torrance). El laberinto de setos que hay a las afueras del hotel simboliza la retorcida e intrincada mente del violento Jack, y en este, como no podía ser de otra manera, se desarrolla el desenlace del film. A lo largo del mismo, este esquizofrénico padre persigue a su hijo entre los setos nevados para acabar con su vida y así poder permanecer eternamente en el Overlook. Por suerte, Danny logra huir de la locura en la que bien podría haber caído al igual que su progenitor, dejando al cabeza de familia consumido por completo en sus propios problemas mentales.

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Si bien no se trata de una de las obras magnas del director (la competencia es muy dura dentro de su filmografía), El resplandor lucha en defensa de un género que tiene mucho potencial pero que, por desgracia, pocas veces ha sido explotado hasta sus verdaderos límites. Películas como la excepcional Suspense (The Innocents), de Jack Clayton, lo certifican: una cinta de terror no necesita rebasar los límites que su propio género le impone para llegar a destacar, tan solo hay que saber manejar las claves sobre las que este se articula y aceptarlas como tales.

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