No son las corbatas

No son las corbatas. Tampoco los coches oficiales. Ni los sueldos. Nada de eso. La mayoría de los ciudadanos puede comprender que por motivos de decoro, seguridad y estabilidad económica, sus gobernantes tengan acceso a salarios y comodidades que a ellos nunca tendrán. Pese a que pagan las de sus representantes con sus impuestos.

El problema de la desafección política, que tanto parece preocupar a los grandes partidos sin que ninguno de ellos se mueva con decisión para cortarlo de raíz, proviene de la sensación generalizada de que mantenerse en el cargo está por encima de todo y de todos. Como si de un negocio se tratase. De que el interés propio prevalece sobre la vocación de servicio público y que es más importante mantener el sillón que evitar que más familias pasen hambre. De que todo vale para mantener el empleo. O los empleos.

En ninguna cabeza cabe que se acumulen cargos por decenas cuando todo ser humano sabe que la limitada capacidad de su especie y la necesidad de dormir, comer y beber para mantenerse con vida impiden el correcto desarrollo de todas esas funciones. Aunque no impiden cobrar por ellas. Sobran ejemplos.

Una parte importante del problema reside también en que reconocer errores o dimitir no es una opción. Todo por el cargo. Incluso mentir. Engañar a la ciudadanía, de hecho, se ha convertido en algo tan común que nadie se sobresalta cuando entre los dientes de algún dirigente se desliza la enésima trola de la mañana. A casi ningún español le aguanta ya el humor para tragarse el telediario sin soltar una ristra de maldiciones entre cucharada y cucharada de sopa.

Pocos sienten que los políticos tengan capacidad para resolver sus problemas. Por la sencilla razón de que nunca los han vivido. No saben lo que es perder el hogar a manos del banco. No forman parte de una familia con todos sus miembros en paro. Y tampoco viven en la tensión constante que mete en el cuerpo saber que mañana podría ser el día en que su nombre y apellidos salieran en el bombo de una regulación de empleo. Más parece que su interés por perpetuarse se debe al miedo a tener que afrontar tan amargas situaciones.

Se eternizan en los cargos de tal manera, cambiando de institución si es necesario, que es inevitable pensar que han olvidado lo que era trabajar fuera de la política. O que nunca lo hicieron. Una legislatura en Educación y otra en Agricultura. O Fomento. O lo que sea. ¿Qué estudios son los que dan la preparación necesaria para convertirse en semejante todoterreno? ¿De dónde sale esa vocación que permite cambiar aulas por carreteras y seguir adelante otros tantos años?

La identificación no solo se hace imposible sino que se acentúa el nosotros y ellos. Habría que ser ciego para no darse cuenta de que nuestros políticos y las vidas que lleven son mucho más parecidas a las de los grandes banqueros y empresarios, por ejemplo, que a la del español de a pie. Y tendría uno que arrancarse los ojos para evitar esa conclusión cuando recorre la larga lista de ministros, diputados o presidentes que han terminado por sentarse en grandes compañías como las eléctricas. Puestos a los que no acceden por su preparación y méritos sino con el respaldo de haber gobernado con el respaldo de nuestro voto.

Por eso se aplauden con tantas ganas iniciativas de algunas candidaturas a las próximas elecciones, como la limitación de los sueldos o del tiempo que pasarán los integrantes de sus listas en Bruselas de ser elegidos.

José Mujica

Y por eso las imágenes y las palabras de José Mujica, presidente de Uruguay, parecen cosa de otro planeta. Un hombre que rechazó la residencia oficial y que no tiene reparos en subirse al tejado del vecino para echarle una mano a repararlo. Sea de la ideología que sea. Porque sus posesiones y su hábitos se parecen mucho más a los de la mayoría de la población y de las personas con que se relacionan. Y porque pone más empeño en seguir adelante con su trabajo que en vender a bombo y platillo lo que ha realizado hasta el momento. Si es una campaña de marketing, como apuntan algunos de sus críticos, que vayan tomando nota las decenas de asesores que rodean políticos de todos los colores.

A todos nos gustaría ver pasar a un político por nuestro barrio sin pensar inmediatamente que o anda en campaña o algo querrá.

Y pese a todo, conviene recordar que no todos los políticos son iguales. Aunque algunos se empeñen en parecerlo. También los hay honrados y con vocación. En otros países y en este. Conservadores, progresistas o de centro. Y que también es responsabilidad de los votantes presionar para que se los ponga en las listas. Para tener la alternativa de colocar a profesionales en la política en lugar de verse una y otra vez abocados a perpetuar a profesionales de la política.

Fotografía de portada: Presidente José Mújica Cordano Fuente: Mario Goldman/AFP/Getty Images)

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