El humor es una pieza indispensable de nuestras vidas. Todos disfrutamos de la risa, tanto de la propia como de la ajena. El humor puede ser inteligente, zafio, negro, absurdo o incluso extraño a nosotros. Esta última sensación es la que gran parte de los espectadores tenemos al ver muestras de humor japonés, pues nos parece exagerado y, en ocasiones, muy ligado a la violencia o a las vejaciones personales. No obstante, el humor es sumamente importante para la televisión en la cultura japonesa, igual que lo es para la de casi todos los países. Algunos de los realizadores japoneses más influyentes de los últimos años han tenido algo que ver con el humor y la televisión del país del sol naciente, como Takeshi Kitano, sin ir más lejos, o Hitoshi Matsumoto.
Muchos se preguntarán quién es este tal Matsumoto para estar dentro del mismo párrafo que el maestro Kitano, ganador de casi medio centenar de premios a lo largo de su carrera entre los cuales tenemos algún que otro León de Venecia. La clave de la conexión entre ambos directores es sencilla, el humor y la televisión, pues ambos realizadores tienen a sus espaldas años de humor y de programas televisivos.
Es conocido por muchos que Kitano formó parte de un dúo cómico llamado Two Beats, del que procede su nombre artístico: “Beat” Takeshi Kitano. Se trataba de un grupo humorístico formado junto con su amigo Nirō Kaneko dentro del género manzai (un estilo tradicional del humor japonés que consiste en dos cómicos intercambiando bromas a mucha velocidad, malentendidos y diversos gags verbales). Durante las décadas de los 70 y 80 este fue uno de los dúos manzai más importantes de Japón, y su prestigio se debía en gran medida al humor de Kitano, que siempre iba más allá de la línea de lo políticamente correcto haciendo mofa de los ancianos, niños, feos o discapacitados, lo que les otorgó fama y alguna que otra prohibición de actuar en directo. En los 80 Kitano decidió continuar su carrera por su cuenta, empezando a actuar en algunas películas como Merry Christmas, Mr. Lawrence, dirigida por Nagisa Oshima, o iniciando una de sus obras más conocidas entre el público español (aunque éste no lo sepa): el programa televisivo Takeshi’s Castle o, como lo conocemos aquí: Humor Amarillo.
Podríamos llamar a Hitoshi Matsumoto el Kitano del nuevo siglo pues, siendo diecisiete años más joven que él, ha tenido un pasado muy similar. El humor une la carrera de ambos personajes, y es que Matsumoto también ha formado (y forma) parte de un dúo de comedia manzai. Downtown es el nombre del equipo cómico que compone con Masatoshi Hamada desde 1982 hasta la actualidad. Es importante comprender la esencia de la comedia Manzai (o al menos su superficie) para entender la obra de Matsumoto. Como he mencionado anteriormente, este tipo de actuación se basa en dos comediantes que intercalan entre ellos bromas y chistes y que sufren todo tipo de malentendidos entre sí. Cada uno de los dos miembros tiene un rol dentro del dúo, ya sea Tsukkomi o Boke, que podrían traducirse como el “Serio” y el “Gracioso”. Matsumoto, al igual que Kitano lo era de su dúo, es el boke de Downtown. Entre estas dos figuras centrales del número se crea una especie de vínculo que nos recuerda al slapstick clásico, pues es común que el tsukkomi dé collejas al boke cada vez que este diga algo estúpido (o sea, muy a menudo).
Si Kitano y su Two Beats fueron el referente dentro del manzai durante su década en activo, Matsumoto y Downtown se han convertido en el grupo cómico más influyente de Japón de los últimos diez años. Dotando al manzai de un estilo propio (por ejemplo dejando de mirar al público como era costumbre e interactuando entre ellos como si este no existiera) han cambiado para siempre las bases de dicho tipo de comedia. La fuerza de su influencia es tan grande que el cómico Shinsuke Shimada, uno de los humoristas manzai más importantes durante los ochenta, y uno de los grandes detractores del estilo de Downtown, se retiró cuando tuvo ocasión de verlos en directo alegando que serían los mejores y que no le quedaba nada más por hacer. Desde ese momento ambos cómicos han dominado el panorama japonés. De forma similar al grupo de Kitano, también han tenido problemas por su humor y han tenido que pedir disculpas en más de una ocasión por sus comentarios. Si Kitano tuvo durante cuatro años su show Takeshi’s Castle, Matsumoto comparte con su compañero varios programas televisivos además de sus actuaciones manzai retransmitidas. Quizás el programa más conocido en nuestro país sea Hey! Hey! Hey! Music Champ, que se emitió desde 1994 hasta 2012 y por donde han pasado todo tipo de artísticas del J-Rock, J-Pop, así como de la música internacional.
En definitiva, Hitoshi Matsumo es por derecho propio uno de los principales referentes dentro del humor japonés y ahora está camino de convertirse (o puede que ya lo sea) en una de las claves del cine japonés del nuevo milenio. Por su trabajo como humorista y personaje televisivo Matsumoto siempre ha estado unido a las cámaras y a la realización, y desde la década de los 90 ha aparecido en diferentes cortometrajes; pero no es hasta el año 2007 que se inicia su carrera cinematográfica. Las cuatro obras cinematográficas de Matsumoto hasta el día de hoy han sido dirigidas y escritas por él mismo: Big Man Japan, del año 2007, de la que además es el protagonista; Symbol, del año 2009 y que también protagoniza; Scabbard Samurai, del 2011 y, por último, R100, del año 2013, la película que nos ocupa hoy.
El cine de Matsumoto siempre ha estado caracterizado por un conocimiento casi natural del cine y de los géneros cinematográficos, una capacidad seguramente ganada tras años de trabajo televisivo y excepcional para desgranar y convertir cualquier género en una parodia cómica de sí mismo. Si en sus tres primeros trabajos ya observamos esta hibridación genérica de géneros tan nipones como el Kaiju-eiga (Cine de monstruos) en Big Man Japan, o el Jidai-geki Eiga y el chambara (Género de samuráis y acción) en su Scabbard Samurai, con su última película el director parece quere crear un microcosmos intergénerico. R100, protagonizada por el conocido actor japonés Nao Ohmori (Ichi the Killer), es una película coral construida sobre una premisa muy común en la literatura y cine japoneses: un gris trabajador japonés, uno entre millones, con un hijo y una mujer enferma, oculta una adicción al sadomasoquismo (S&M). Siguiendo estos impulsos entra a formar parte de un exclusivo club llamado Bondage, que tiene unas características especiales: el contrato dura un año, no puede cancelarse y no hay reglas.
El recurso del sadomasoquismo o la relación del japonés medio con los clubs de este tipo es algo muy recurrente en diferentes obras, así a bote pronto me viene a la mente el libro Piercing de Ryu Murakami con un fuerte contenido de la cultura o el ambiente S&M japonés. Además la continua referencia al S&M es un mensaje interno del propio Matsumoto ya que dentro de su grupo Downtown siempre se ha considerado como el masoquista y su compañero como el sádico. La trama de la película girará, en parte, alrededor de lo que hace a una persona ser un sádico o un masoquista. Es aquí donde acaba cualquier normalidad posible en la película que lentamente parece iniciar un descenso en caída libre hacia las profundidades de lo absurdo.
De manera similar a lo que sucede con la película Audition de Takashi Miike, los primeros minutos de R100 se desarrollan de forma pausada, lenta, con una textura de color en tonos grises y marrones que nos acercan al personaje de Nao Ohmori. Vemos el día a día de este trabajador de unos grandes almacenes, las largas jornadas de trabajo, cuidar a su hijo y visitar diariamente a su esposa en coma. Hemos visto al inicio de la cinta cómo el protagonista parece buscar consuelo en un exclusivo y extravagante club de caballeros que le promete un año de S&M con la única condición de no abandonar el contrato. Vemos aparecer a las primeras dominatrix que maltratan al protagonista y le propinan palizas, patadas, latigazos, estrangulamientos… todo vale. Al final de cada acto, cada vez más largo y vejatorio que el anterior, el rostro de nuestro protagonista parece llenarse de felicidad y bañarse tal y como le dijo el cabecilla del club en la fuente eterna del éxtasis.
En un momento determinado, antes de alcanzar la primera hora de película, observamos que la acción se detiene y aparece el título de la película: R100. Entonces nos damos cuenta, no ha habido títulos hasta ese momento y es que es ahí donde empieza la verdadera película. Matsumoto se despoja de todo resquicio de lenguaje genérico del drama que parecía llevar la película y nos lleva cada vez a un escalón más bajo de su locura cinematográfica.
El mensaje queda claro en el momento en que observamos un extraño corte, celuloide pasando al modo de los antiguos proyectores y, de nuevo, el título de la película. Este corte, similar al que tienen los capítulos de anime para marcar la pausa publicitaria, sirve de paréntesis. Ya no hay vuelta atrás, el viaje ha empezado. Vemos a gente vestida de chaqueta que fuma en una sala de espera y que parece entrar después de un pitido a una sala, esta escena se repetirá en varias ocasiones y sus protagonistas siempre comentarán cosas de la película; observamos como espectadores los mecanismos internos de la escena cinematográfica, ese grupo de gente está visionando nuestra misma película, ejerce como representación del espectador en el interior del relato y, en ocasiones, hará las mismas preguntas que nosotros tenemos en mente. Cada vez que veamos una escena como esta la película se acercará más al absurdo.
La película deriva, como he mencionado anteriormente, en una espiral de referencias cinematográficas y de remixes de géneros. Si hemos visto una primera mitad eminentemente dramática, con referencias a los cortes típicos del anime, la historia empieza a desenvolverse como un thriller, ya que nuestro protagonista empezará a verse amenazado por el club lo que derivará a una pequeña guerra (literalmente) entre el club Bondage y nuestro protagonista. Este conflicto dará la oportunidad a Matsumoto de hacer referencia a géneros como el Torture Porn (Grotesque, Kôji Shiraishi, 2009), el género de acción más rancio de los 70 y 80 o el género documental, realizando preguntas directamente a modo de entrevista a diferentes personajes. La locura cinematográfica de Matsumoto termina convirtiendo la película en una mezcla entre Agente 007 contra el Dr. No (1962), una película de ninjas y Ran, de Kurosawa, con ligeros tintes de película de zombies y de western. ¿Parece mentira, no? Pues Matsumoto aún es capaz de dejarnos con la boca abierta con el final de su cinta (al igual que con todos sus finales), que no desvelaré pero sobre el cual os dejaré un pista: revistas del corazón.
Matsumoto hace de su película una carrera desenfadada, un maratón de referencias cinematográficas e intertextuales. R100 supone un verdadero examen de cinematografía para todo aquel que la vea, pues con cada visionado somos capaces de sacar alguna referencia nueva, un detalle que pasamos por alto que nos lleva a pensar en otro género o película parodiada.
El estilo visual de Matsumo alcanza en esta película su culmen (hasta ahora), pues el director demuestra una notable maestría a la hora de dirigir, por la cual es capaz de mezclar e intercalar diferentes lenguajes genéricos a la hora de rodar. Cada vez que realiza su pequeño homenaje a un género adopta su lenguaje, ritmo y tempo, logrando potenciar así la sensación de inmersión dentro de cada uno de ellos. R100 acaba funcionando como una pequeña Histoire du cinéma como la que rodara Goddard en los ochenta; eso sí, con un poco más de cuero.
Los Monty Python, en su genial e hilarante sabiduría, rodaron un sketch recurrente Para su maravillosa serie de televisión Monty Python’s Flying Circus (1969-74). La esencia del sketch era la siguiente: John Cleese aparecía trajeado, o no, detrás de una mesa de escritorio con apariencia de locutor de radio, la mesa aparecía en las zonas más improbables a saber: en la orilla de un lago, en mitad de una pradera, en un bosque, un cementerio… y siempre decía la misma frase: And now for something completely different… Así daban paso los Monty Python a muchos de sus sketches, y es que verdaderamente era así, pues ellos hicieron por primera vez algunas de las bromas y situaciones más descabelladas de los últimos cincuenta años. Es clara la influencia del grupo británico en el humor de Matsumoto, y al igual que los Python en su serie y películas Matsumoto ha sabido crear un mundo cómico propio plagado de referencias culturales y juegos genéricos.
La obra cinematográfia de Matsumoto aún es corta, pues tan solo incluye cuatro largometrajes que no han logrado salir más allá de Japón salvo en círculos muy específicos, y que han participado en pocos festivales internacionales. El hecho de que, de sus seis nominaciones internacionales, cinco sean de los últimos cuatro años (la primera es de Sitges en 2007 por Big Man Japan) parece indicar que el panorama internacional está poniendo el ojo en este cómico nipón. Sirva la célebre frase de Cleese como cierre y resumen de la obra de Matsumoto: and now for something completely different…
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