En Japón, a principios de la década de los años 60, se produjo una fuerte crisis cinematográfica que llevó a muchas de las grandes productoras a apostar por nuevos talentos, a los que se dio libertad creativa. De esta forma surgió la conocida como Nueva Ola Japonesa, en la que se emplazaron los inicios de muchos directores que después lograron alcanzar mayor notoriedad a nivel internacional. Ejemplos de ello pueden ser Nagisa Oshima (que dirigió Historias crueles de juventud y sería finalmente conocido por El imperio de los sentidos), Masahiro Shinoda (Billete de ida hacia el amor) o el genial y poco conocido Hiroshi Teshigahara (La mujer de las dunas), y que además permitió que algunos autores que ya tenían cierta trayectoria alcanzasen algunas de sus mejores obras, como Kaneto Shindo (Onibaba) o Masaki Kobayashi (la trilogía de La condición humana y El más allá). Entre todos estos directores que surgieron a finales de los 50 destaca especialmente el artista Shohei Imamura.
Este japonés es por muchos considerado como el director de su país más importante desde la muerte de Akira Kurosawa, y es que, aunque pueda resultar algo inaccesible, su obra oculta una belleza y pasión sin iguales. Si hay algo que la caracterice especialmente es su lirismo, y no tanto visual como argumentalmente; sus personajes, en muchas ocasiones sin palabras, reflexionan acerca de la vida y de su búsqueda de la felicidad basada en detalles sencillos, y sobre cómo esta se ve truncada. A lo largo de más de cuarenta años nos ha legado diecisiete largometrajes de ficción, dos de los cuales han sido premiados con la Palma de Oro en el prestigioso Festival de Cannes. La primera de ellas fue concedida en 1983 por La balada de Narayama, posiblemente su mejor película, una crítica mordaz y destructiva a una sociedad bárbara y anquilosada en el pasado, y la segunda por La anguila, el peculiar drama romántico que nos ocupa.
Takuro Yamashita es un hombre tranquilo y aparentemente inofensivo que mata brutalmente a su mujer cuando la encuentra en la cama con su amante. Tras ocho años de cárcel al fin sale en libertad condicional y trata de llevar una vida anodina trabajando como peluquero y sin llamar la atención de nadie. Pero todos sus planes darán un vuelco brusco en cuanto conozca a Keiko Hattori, una chica que le recuerda mucho a su mujer y por la que siente una gran atracción a la vez que repulsión. La tensión sexual entre ambos irá creciendo sin desembocar en nada, ya que Takuro teme que vuelva a ocurrir lo mismo que con su anterior mujer. El protagonista representa la quintaesencia de gran parte de la filmografía del director, se trata de un personaje que puede lograr la felicidad con muy poco pero al que un revés incontrolable del destino le complica la existencia. Situaciones similares se les presentan a la joven Yasuko de Lluvia negra cuando la bomba nuclear de Hiroshima destroza por completo su tranquilidad, y a Yosuke en Agua tibia bajo un puente rojo con los impedimentos que se interponen en su camino. El temor que atenaza a Takuro le obliga a centrarse en sus propios intereses, lo que a su vez le lleva a una falta de empatía con aquellos que le rodean; es un marciano que ha complicado accidentalmente su vida al no lograr contener ese impulso primitivo que le cegó la razón, y que no puede permitirse enamorarse de Keiko, pues la nueva relación no le traería más que problemas.
Las películas de Imamura hablan sobre la vida, el amor y la muerte, encontrándose de manera recurrente la unión entre Eros y Thanatos, el placer del sexo con el sufrimiento de la muerte. En La anguila es un elemento casi omnipresente: cuando Takuro mata a su mujer desnuda sobre la cama le asalta cierta excitación, de ahí que este huya de las relaciones sentimentales, ya que las asocia con el propio asesinato. Este incidente condiciona a su protagonista a lo largo de todo el film; cuando se encuentra con Keiko ella está al borde de la muerte tras un intento de suicidio, tumbada en el césped con las piernas desnudas, simbolizando la constante atracción del abismo, esa seducción oscura que puede desembocar en tragedia y muerte. A Takuro le atormenta su pasado, realmente amaba a su mujer y si fue capaz de asesinarla cualquiera a la que ame podría correr el mismo destino. La nueva chica se presenta como un doble de la fallecida, obligándole a enfrentarse de nuevo a ese pasado que tanto le horroriza. Paralelamente, la historia de Keiko guarda muchas similitudes con la del protagonista, pues también viene de una relación que terminó mal, su novio la trataba violentamente y la ruptura la llevó al intento de suicidio. Ambos deben aprender a perdonarse sus errores pasados para poder disfrutar de un presente juntos.
El sexo en el cine de Imamura suele ser violento o brusco, manteniendo en todo momento la vertiente más oscura del acto en sí. En su obra magna, La balada de Narayama, las relaciones sexuales resultan obscenas y sórdidas: el hijo menor que viola a un perro y su pérdida de la virginidad con una anciana, la mujer a la que su marido le pide que se acueste con diversos hombres para romper una maldición o la lujuriosa chica de la mancha en el rostro. El comportamiento de todos los habitantes del pueblo es primitivo y bárbaro, los instintos priman sobre la razón, y esto mismo ocurre en La anguila con algunos personajes que acosan a Keiko, como su exnovio y el compañero de prisión del protagonista, que trata de violarla. Pese a todo, el amor como sentimiento bello sí tiene un lugar en el cine de Imamura y, por extraño que resulte, se muestra con claridad en esta película, que ante todo es la historia del encuentro entre estos dos peculiares personajes. El mejor ejemplo de ello está, no obstante, en su última obra, Agua tibia bajo un puente rojo, en la que, cuando Yosuke y Saeko hacen el amor por primera vez ella se abalanza sobre él de tal forma que casi parece una dulce y placentera violación de la cual ambos disfrutan a partes iguales. Resulta muy representativa la peculiaridad sexual que caracteriza a Saeko, y es que cuando se excita expulsa una ingente cantidad de agua por su vagina capaz de anegar hasta su propia casa, y que termina por desembocar en un río cercano, esta es el agua tibia a la que se refiere el título.
El agua es un símbolo especialmente recurrente en el imaginario del director japonés, por lo que no es de extrañar que sea durante el acto sexual cuando esta quede liberada de la vagina de la mujer. Ya sea desde un punto de vista científico, porque la vida sería imposible sin este elemento, o por la idea de la existencia que fluye como un río, el agua se representa como generadora de vida en toda su filmografía. Cuando estalla la devastadora bomba de Hiroshima en Lluvia negra, los animales terrestres mueren sin remedio mientras se asegura que los marinos no se han visto afectados por la radiación; el agua es un elemento inalterable, protector y capaz de alejar de los problemas mundanos a quien acepte acercarse a él. Imamura se muestra, al igual que Takuro, como un amante de los pequeños placeres y, por lo que nos muestra en su cine, su debilidad es la pesca, el contacto con la naturaleza y con el fluir del río. La pesca se constituye como el verdadero disfrute existencial y sirve de evasión a los afectados por la bomba, como modo de vida a los pescadores y a Yosuke, y de entretenimiento a los ancianos del puente rojo y a Takuro, quien tanto amaba la pesca nocturna que no se percató de que su mujer aprovechaba sus salidas para acostarse con su amante. En una línea budista, esta relajación es el verdadero deleite que Imamura pide para sí, y no bienes materiales, como muestra en Agua tibia. Yosuke llega al pueblo en busca de un Buda de oro para poder venderlo y salir del bache económico en el que se encuentra, lo que resulta cuanto menos irónico, y termina olvidándose de él gracias a la pesca y a Saeko.
Llegados a este punto es necesario explicar a qué obedece el título del film: La anguila. Durante su estancia en la cárcel, el único amigo que ha tenido Takuro es una anguila que consiguió pescar, incluso habla con ella y ríe sus supuestas ocurrencias. El protagonista es una persona nada sociable, y conversa mucho más con el mudo animal que con cualquier semejante. El cuerpo alargado del pez es un símbolo fálico que ha permanecido con él durante ocho años encerrado, representando su inactividad sexual, y cuando ambos son liberados acaba en una pecera, nuevamente con su libertad coartada. La sexualidad de Takuro, aunque siempre presente, se ve fuertemente reprimida, y no será hasta el final, en el momento en el que admite que el hijo que lleva Keiko en su vientre es suyo (aunque en realidad no lo es) y la anguila es accidentalmente liberada de su jaula de cristal, que abandonará su aislamiento y comenzará a vivir y a relacionarse con otras personas. La anguila, definitivamente, será soltada en un río durante una fiesta con ecos de la cultura española y referencias a Carmen de Bizet, seducción y muerte presente en todo momento. Gracias a este ritual el personaje se liberará de su maldición, podrá volver a amar para cerrar el film con una conversación matrimonial casi normal en la que ella le pregunta si puede prepararle la cena y él, por primera vez tras muchas negativas, le responde afirmativamente.
Lírica, hermosa y, en ocasiones, desconcertante; así se presenta una de las obras más destacables de Shohei Imamura, un drama romántico en el que el objetivo es alcanzar la felicidad mediante los pequeños placeres en un entorno complejo y simbólico.
Me ha encantado el comentario de la película de Imamura, «La anguila». Yo no conozco su filmografía pero a la vista de la reseña me parece de un nivel poético elevado. Me entran muchas ganas de ver algo suyo. Me pondré a ello.
Saludos
Saludos Juan
Muchas gracias por tu comentario, me alegra que mi artículo haya despertado en ti interés en este gran director. Efectivamente es un cine muy hermoso lleno de metáforas y lirismo, denso y en a veces desconcertante, pero maravilloso.
Espero que lo disfrutes.