Breve retrato para la Princesa Roja: Elena Poniatowska y el Cervantes

Al contrario que la mayoría de los descendientes de familias nobiliarias, Hélène Elisabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor ––conocida hoy por todos como Elena Poniatowska––, lleva la sencillez y la humildad por estandartes. Se trata de una sencillez equilibrada y lúcida, propia de aquellos que, a fuerza de pulirlo sin descanso, se han desligado de los artificios de un lenguaje almibarado para sacar partido a las palabras que caminan a la altura de los niños, en la calle.

No nos parece fortuito, pues, que La piel del cielo (Alfaguara, 2001), una de las novelas que mayor prestigio y reconocimiento le han valido hasta el momento, empiece con la voz de un niño que pregunta si detrás del horizonte se termina el mundo. Esta pregunta, que podría parecer de una inocencia extrema incluso para un crío, cobra sentido en cuanto descubrimos que el protagonista no había salido hasta el momento de la casa de su madre y, más aún, si los lectores españoles nos libramos un segundo de nuestra endémica insularidad para valorar el imponente ras de cielo norteamericano: una vasta extensión de rojos y violetas que nos hace pensar en un abismo luminoso antes que en el vulgar ––solo a priori–– prolongarse de la tierra.

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Fotografía de Juan Rulfo

Lógicamente el pequeño Lorenzo, que así se llama el niño, aún tiene mucho que aprender hasta llegar a convertirse en el genial astrónomo que será algún día. Nuestra tarea, como lectores de la obra, será la de avanzar pegados a su nuca, aprendiendo al mismo tiempo que nos deleitamos con la escritura inteligente y entregada de la autora. Y es que Elena Poniatowska es uno de esos raros casos en los que el escritor parece parecerse a lo que escribe ––si es que se nos permite el juego de palabras––, pues su persona destila el mismo interés por todo aquello en lo que verdaderamente se pueda bucear, ya sea en materia de literatura, de política, de ciencia o arte.

Hija de un hermano del último rey de Polonia, la pequeña Elena nació en París, donde vivía su familia, a mediados de la primavera de 1932. Aunque recordaría su infancia en tierras europeas, emigró a México a la temprana edad de diez años durante la Segunda Guerra Mundial. Fue allí donde pasó su juventud y donde encauzó su vocación al periodismo más comprometido, en cuyo mundo de hombres se abrió paso a golpe de reportaje, honestidad y perspicacia (abundan, de hecho, las anécdotas que recogen el desprecio que algunos pesos pesados de la literatura sintieron hacia su labor hasta hace menos de lo que podría parecer).  No es por ello de extrañar que desde sus primeras obras, con la excepción de la prima, Lilus Kikus (1954), se produzca un vívido diálogo entre la realidad y lo ficticio a través de la confrontación del periodismo y la literatura.

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Poniatowska en 1962. Foto: Kati Horna.

Dos libros especialmente brillantes en relación a esto son la novela testimonial Hasta no verte, Jesús mío (1969) y el imponente documento coral de La noche de Tlatelolco (1971), un libro que recoge, tan solo tres años después de la tragedia, cientos de testimonios en torno a la brutal represión que el gobierno mexicano llevó a cabo sobre la población civil durante octubre del 68.  Gracias a estos libros, cuyos editores llegaron incluso a sufrir graves amenazas, y en los que Poniatowska se encarga de dar voz a hombres y mujeres que de ninguna otra manera hubieran podido hacer llegar al mundo sus historias, el nombre de la autora empieza ya a sonar entre los de los literatos encumbrados en sillón de terciopelo. Pero, ¿quién era esa mujer?

En las diversas entrevistas que ha concedido con motivo de la recogida del Premio Cervantes de Literatura, cuya ceremonia de entrega se celebró el pasado miércoles 23 de abril, la autora ha insistido en una misma idea que, sin lugar a dudas, resultará inquietante para muchos: «yo siempre he sido muy dócil. Toda la vida he hecho lo que los demás querían. Así que la rebeldía la pongo siempre en los libros¹». Buen ejemplo de esta afirmación fue el discurso leído en el salón de actos de la Universidad de Alcalá de Henares, que comenzó ––como por otra parte todos esperaban–– haciendo una breve mención a García Márquez y que continuó con una  insoslayable primera frase: «soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976; los hombres son treinta y cinco». Poniatowska siguió a continuación con un sucinto repaso a los personajes de sus tres predecesoras: la filósofa española María Zambrano, la poeta cubana Dulce María Lloinaz y la novelista española Ana María Matute, pero la denuncia  ––y el daño a las orondas miradas de Mariano Rajoy, el ministro Wert y otros muchos varones de la cultura de nuestra nación–– ya estaba hecha ante todos.

Y es que sus libros, efectivamente, ya sean novelas o compendios periodísticos, están  siempre cruzados por el nervio de la rebeldía. Todos sus personajes tienen mucho que decir y, por lo general, lo dicen, ya sea contando sus propias historias o reflejando la de un país repleto de contradicciones. El México de Poniatowska es el de la desigualdad social, en el que una reducida caterva de privilegiados monopolizan la cultura y sobrevuelan la pobreza de los campesinos, los obreros, los desheredados del país; pero también es el México de la esperanza, de la fuerza y de la voluntad de cambio, el que, bullendo por salir del tercer mundo al que lo relegaron padres y vecinos del norte, retoma la sabiduría natural de los indígenas, la tierra y el paisaje sin renunciar a caminar entre los paladines de la ciencia.

Otro asunto fundamental en su literatura, tal y como adelantábamos arriba, es el de la condición de la mujer, presente ya en Hasta no verte, Jesús mío y patente aún en Leonora (2011), la biografía de Leonora Carrington que constituye uno de sus últimos trabajos. En esta obra, de buen ritmo y estilo impecable, Poniatowska repasa la vida de una de las mujeres que, según ella misma reconoce, más ha admirado a lo largo de su vida, y a quien visitó frecuentemente durante sus últimos años sin la posibilidad de tomar notas o realizarle entrevistas directas, pues la señora Carrington era muy reticente a este tipo de procedimientos.

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Elena Poniatowska (izq.) y Leonora Carrington (der.).

El Premio Miguel de Cervantes suele ser un galardón discutido. Conocida es la polémica que surgió en el año 2000 con motivo de su entrega a un irreverente Francisco Umbral, muy criticada por autores de prestigio como Juan Goytisolo, quienes llegaron incluso a acusar al jurado de amiguismo y a reprochar su falta de consideración al no conceder el premio al escritor gallego José Ángel Valente, que se encontraba gravemente enfermo y hubiera sido, tal vez, un mejor candidato para  recibir la más alta distinción entre los escritores de la lengua española. Por suerte, este año el fallo parece haber sido de común agrado al destinarse a una escritora de la talla humana y literaria de Elena Poniatowska. Desde luego, si tal y como dice Octavio Paz la mexicanidad consiste en «una reiterada manera de ser y vivir otra cosa», Poniatowska es, a pesar de haber nacido en París y de llevar por las venas la sangre de los últimos reyes polacos, una mexicana de raíz inamovible.

A sus 81 años nos ha entregado ya un legado de indudable estima y calidad, tanto social como literaria. Tendremos que esperar a ver qué nos deparan sus años futuros pues, como ella misma dice y su salud confirma, aún le queda mucho que escribir.

¹ Vivir para contarlo. Revista Mercurio (Nº160. Abril de 2014).

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3 Respuestas a “Breve retrato para la Princesa Roja: Elena Poniatowska y el Cervantes

  1. Efectivamente, Juan, el Cervantes valora la «obra global», pero la literaria, claro: no incluye las obras de caridad ni de ningún otro tipo, así que la lucha contra el machismo y demás valores éticos se premian en otras ventanillas. Y, por último, por no eternizar la discusión: «La noche de Tlatelolco» es un libro lamentablemente escrito, que se cae de las manos a las veinte páginas. Por lo demás, te seguiré leyendo. Saludos.

  2. Llevo días, semanas, meses, escuchando alabanzas en torno a esta mujer. Los argumentos venían desde todos los frentes. Enterados y menos, especialistas y legos: todos coincidían en lo mismo: qué mujer tan sencilla y tan buena y qué bien que se le haya dado el Cervantes. He callado hasta ahora. Pero leer de nuevo toda la sarta de lugares comunes y vaciedades en una publicación como Harlan, a la que tengo como una cabecera de referencia, ajena al discurso cultural dominante, me ha puesto especialmente nervioso. No debo alargarme mucho, no me corresponde, pero dejadme que os diga un par de cosas:
    1. No tengo ni idea de si la Poniatowska es buena o mala persona. No la conozco. Me sorprende que lo afirméis con tanta rotundidad personas que, me consta, tampoco la conocéis. Pero, aun dando por buena tanta bondad, me pregunto qué tiene eso que ver con la concesión del Premio Cervantes. Proponedla para el Nobel de La Paz, si os place. Pero en este asunto su condición moral es una cuestión irrelevante.
    2. En esta pieza, al menos, se habla de alguna de las obras de EP. Da la impresión de que el autor ha leído algo. Menos mal, porque me consta que la mayoría de la gente que ha escrito sobre sus méritos lo ha hecho sin leer una sola línea. Con todo, no percibo un análisis demasiado profundo. Que si «escritura entregada e inteligente», que si «nervio», que si pegada a la realidad… Digámoslo claramente y de una vez: la obra de EP es mediocre, vulgar, de tercera división. Sus crónicas periodísticas podrían estar suscritas por cientos de periodistas anónimos, y sus novelas son apenas esforzadas y voluntaristas construcciones buenistas, cargadas de buenas intenciones pero carentes por completo de calidad literaria. Tiene una ventaja, ya lo he dicho: nadie la ha leído, al menos en España (en México tampoco mucho, esa es la verdad) y eso la salva de que nadie la ponga en evidencia.
    ¿Por qué la han premiado? Supongo que por una cuestión de cuotas, de las que el Cervantes tanto se alimenta: es mujer, es de izquierdas, es mexicana… y me imagino que en los equilibrios de poder de las academias iberoamericanas que fomentan el premio, tocaba alguien con estos atributos. Me da igual que se lo den, por supuesto: allá ellos que se entretengan con sus juguetes. Lo que me irrita es la crítica profundamente ignorante y borreguil que ha aplaudido este premio injustificado. Y me duele que una gran revista como Harlan no haya tenido los reflejos de poner las cosas en su sitio.
    Un saludo.

    • Hola, Juan. Muchas gracias por tu inteligente comentario y por seguir nuestra revista. Lamento que mi artículo te haya decepcionado pero, desde el punto de vista que intento defender con él, la entrega del Cervantes a E. Poniatowska se trata de una decisión plausible y acertada.
      Como bien sabrás, los criterios que sigue el jurado de este tipo de premios no valoran únicamente la calidad literaria de los galardonados, sino que se entiende que los premios están «destinado(s) a distinguir la obra global de un autor en lengua castellana cuya contribución al patrimonio cultural hispánico haya sido decisiva» [WIKI] hasta el momento de su recepción.
      Es obvio que existe un desequilibrio entre las calidades literarias de los premiados a lo largo de la historia del Cervantes, entre los que se encuentran gigantes de la literatura hispana como Borges, Carpentier, Onetti, Paz, Cabrera Infante o Delibes al lado de otros de una importancia mucho menor como Luis Rosales, José García Nieto, José Jiménez Lozano o la misma Ana María Matute. Incluso figuran entre los ganadores del premio nombres como el de María Zambrano, en cuya obra (que yo leo con fruición, ojo) la filosofía pesa mucho más que cualquiera de sus escarceos puramente literarios.
      Personalmente discrepo cuando dices que Poniatowska es una escritora mediocre. Posee buenos dotes para la narración y una escritura de estilo fino y bien perfilado, a la que acompaña una original capacidad para la selección de temas y una muy buena capacidad para construir personajes. En todo caso podríamos hablar de una escritora cuya literatura es de calidad media-muy alta y que, además, lleva 40 años desarrollando una labor periodística impagable en un país en el que a diario se asesinan profesionales por llevar verdad a las portadas de diarios y periódicos. Si todavía queremos ir más allá, Poniatowska ha desempeñado un papel activo en la lucha contra el machismo y en la liberación de la mujer en todo el continente latinoamericano.
      Si bien es cierto que su literatura no puede medirse con la de un Borges o un Onetti (no voy a venir yo a decir ahora lo contrario), hemos de recordar que, a fin de cuentas y como te decía al principio, se trata de un premio internacional que no solo trata de condecorar lo literario sino también lo político y lo humano. «La noche de Tlatelolco», por ejemplo, es una obra de una gran calidad periodística que, en mi opinión, ha debido de tener mucho peso en la concesión de este Cervantes.
      Desde mi punto de vista el deshacerse de halagos de la prensa al que te refieres se debe a dos motivos: uno interesado y otro no. Por un lado, y como ocurre siempre, conviene soltar a los perros del marketing para vender más libros (cualquier distribuidora se frota las manos cuando uno de sus publicados gana un premio de este calibre) y, por otro, muchos de los que nos dedicamos a esto y que conocemos México de una forma más o menos cercana nos alegramos, sencillamente, de que sea ella en concreto quien reciba el galardón. Este es, al menos, mi caso, pues te aseguro que ni Alfaguara ni Planeta se han pasado todavía por mi casa para agradecerme la reseña.
      Muchas gracias otra vez por tu comentario y disculpa la extensión de la respuesta, pero pensé que merecías algo detallado.
      Saludos.

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