Que bailen las cifras

Las cifras bailan en las portadas de los periódicos y los informativos. Separadas y al son de músicas distintas, aunque cada vez las diferencias son menores y el redondeo tiende a caer del lado de los que tiran para abajo. Como siempre, el color del cristal a través del que mira la realidad quien hace números distorsiona las matemáticas. Pero pocos ciudadanos se quedan ya con la cifra. Cada vez menos.

La última gran manifestación, la que recorrió Madrid el pasado 22 de marzo,  tiene causas mellizas. Las enarbolan las mareas que en los últimos tiempos han sacado sus colores a la calle y han pintado la cara a políticos, empresarios e, incluso, sindicatos. Los españoles han desgastado mucho calzado en los últimos tiempos. Llevan años dejándose la garganta para defender sus derechos y sus trabajos. Su sanidad, sus pensiones, su educación. La calidad de su democracia.

Han hecho suya la calle, la conocen a la perfección. Lo vivieron tras la manifestación contra los despidos que planteó su empresa cuando, pese a no llegar a las pérdidas, cayeron los beneficios. Y cuando recortaron de forma drástica el presupuesto y los servicios de su hospital de cabecera o el colegio de su barrio. También entonces hubo quien quiso restar importancia a la afluencia de la protesta y quien señaló incidentes violentos para tratar de criminalizarles a todos. Ya no cuela.

El 22M fue un éxito de participación. Pero además de causas mellizas tiene también antecedentes gemelos. Como las diversas acampadas que se instalaron a lo largo de todo el país tras las concentraciones del 15M. Todo el que las vio en directo y paseó entre sus gentes sabe que sus consignas están abaladas por la razón y el sentido común. Por eso no tiene sentido tratar de manipular la opinión pública. Porque quienes la forman se conocen el juego al dedillo y cada vez son menos los que pican.

La crisis le está saliendo cara a los españoles y quien paga la cuenta nunca se olvida del festín. Más aún si mientras recoge las migajas, quienes se han hinchado la barriga le palpan el bolsillo con una mano y levantan la otra para ir pidiendo café, postre y chupito.

La indignación se ha generalizado. Y ha empezado a forzar cambios. No solo ha conseguido victorias en materias como sanidad, logrando que centros hospitalarios perdiesen su carácter público, sino que también ha impuesto una actitud más crítica del votante hacia quien le representa. Sea para quien sea la papeleta, quien la deposita sigue ahora más de cerca los movimientos de sus políticos. Se desconoce aún si el descontento  social traerá consigo cambios significativos en la forma de hacer política pero es ya innegable que los ciudadanos están cada vez menos dispuestos a tragar y más a exigir. El avance es muy significativo y no parece que a los que agarran el timón tengan ya margen de maniobra para dar un golpe de mano y navegar hacia aguas más tranquilas. No ayudará, desde luego, la Ley de Seguridad que prepara el Gobierno de Mariano Rajoy. No servirá para evitar que los españoles se sigan echando a la calle, precisamente ahora, cuando más suya la sienten.

Gran parte del silencio informativo que ha sufrido el 22M se ha debido también al fallecimiento del expresidente Adolfo Suárez, que ha ocupado, como es lógico, la mayor parte de los párrafos y los minutos de los diferentes medios. Se han deshecho en elogios hacia su persona y su calidad como gobernante incluso quienes propiciaron su caída. Políticos y también muchos ciudadanos. Cuesta creer en una despedida similar, con alabanzas que llegan de derecha e izquierda y de arriba y abajo, para quienes le han sucedido en el cargo. De modo que la actualidad da la razón a quienes levantan la voz y la pancarta y salen a manifestarse. Porque pone de relieve que la democracia no ha mejorado en las últimas décadas o, al menos, quienes son elegidos para ocupar algunas de sus instituciones. Pocos políticos actuales merecen las palabras que le han dedicado estos días a Suárez y todos los españoles necesitan de representantes a la altura de los elogios que ha recibido el expresidente del Gobierno. Lo saben y lo exigen. A pocos les importa ya que las cifras bailen un chotis o se muevan al ritmo de música house.

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