Miran la realidad desde otro planeta. Sin recurrir siquiera a un potente telescopio que les permita, al menos, hacerse una idea de cómo están las cosas en la superficie. O eso, o escurren el bulto constantemente. Unos y otros. Una gran parte de los ciudadanos que viven en España se saben desde hace tiempo desconectados totalmente de los partidos a los que votaron. Otra buena porción, los que directamente no llevan sus papeletas a las urnas –porque no encuentran en el sistema nadie que pueda representarles, por inconvenientes inoportunos o, simplemente, por indiferencia-, se habrán reafirmado en que no hay nada para ellos en el Congreso de los Diputados. También es probable que directamente no hayan visto el Debate sobre el estado de la Nación, que no ha hecho honor a su buen nombre, porque ha terminado por importarles un bledo lo que sus señorías tienen que decirles.
El Gobierno no ha querido hablar de los recortes, del tijeretazo que se han llevado la educación y la sanidad. Ha esquivado también el crecimiento de las desigualdades, los desahucios, las facturas que se acumulan y las neveras que nunca terminan de llenarse. España “va mejor”, defendió el presidente del Ejecutivo, Mariano Rajoy, que mantuvo una línea optimista que tal vez sea válida para envolver las cifras macroeconómicas que le empujan el crecimiento económico garganta arriba a los miembros de su gabinete. Para muchos, es mucho más creíble que el 23F fue un montaje dirigido por José Luis Garci.
Eso lo sabrán, sin duda, muchos políticos profesionales. Que conocen y pulsan las opiniones de las redes sociales, que para eso no hace falta mancharse los zapatos. La desesperación, sin embargo, es lo único que crece en los parados de larga duración o los jóvenes que se van de un país en el que no quedan oportunidades para ellos.
Entre regate y regate, Rajoy también quiso marcar un gol. Ha anunciado nuevas medidas entre las que ha logrado destacarse una ‘tarifa plana’ de 100 euros para empresas que contraten a nuevos indefinidos. Esto es, las compañías que firmen un trabajador para retenerle en la plantilla sólo cotizarán 100 euros al mes por contingencias comunes a la Seguridad Social. Durante los primeros dos años. De inmediato surgen las dudas de que ocurrirá pasados esos 24 meses. De si llegarán entonces los despidos y la formalización de nuevos contratos subvencionados. Cualquiera que haya perdido su empleo o haya visto a alguien perderlo en los últimos años tiene derecho a pensar que la medida puede ser un parche para un reventón.
Sabe que la rentabilidad y el beneficio, que no las pérdidas ni el descenso de las ventas, son lo primero. Y también que la legislación vigente no va a entorpecer demasiado la maniobra. No esta reforma laboral que iba a liquidar las colas del paro y ha terminado por alargarlas. La misma que ha conseguido que prácticamente todo ciudadano sepa lo que es el Fogasa (Fondo de Garantía Salarial) y lo ha convertido en la salsa de una buena parte de las conversaciones. De las más tristes, de las de las familias que no dejan de preguntarse cuando llegarán las indemnizaciones que sus empresas no les pagaron cuando los dejaron en la calle.
Pero no solo el PP evidenció un total distanciamiento con la Nación, de cuyo estado debieron discutir los diputados. El “no va a valer para nada” que el jefe de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, dedicó a la ‘tarifa plana’ tampoco le acerca a nadie que no tenga carnet de su partido o una simpatía inquebrantable. El líder socialista tampoco es capaz de ilusionar. Menos desde que sus siglas se ligaron a las del rival y recibe desde entonces esas críticas que apuntan que el PPSOE está podrido y no ve más allá de sus propios intereses.
Porque si el Debate sobre el estado de la Nación deja a los ciudadanos la sensación de que sus problemas son percibidos con la insignificancia que impone la distancia, también le hace sentir que sus representantes viven en una campaña política constante. Juegan al desgaste y carecen de grandes alternativas. Si hay quien se quema las pestañas para dar forma a esas otras vías, ha de saber que no está llegando a la masa social. Esta tiene más bien la sensación de que sus representantes observan sus problemas con un telescopio de lente borrosa y se afanan en pasar la lupa por las encuestas de intención de voto. Su voto. Con el único objetivo de mantener escaños, expandirse o evitar una catástrofe electoral.
Por lo tanto, poco pudo sacar en claro o poco pudo importarle el debate a la España real. A una sociedad que ha terminado por hacerse con la calle, pese a las leyes que prepare el Gobierno, y que está decidida a luchar por lo suyo y por lo del vecino. Que ha caído en la cuenta de que manifestarse evita que se privaticen hospitales. Y de que defender sus derechos es otra forma de hacer política. Al servicio propio, de quienes también se gastan las suelas y de la inmensa mayoría de las personas. Aunque se queden en casa.
Quizá sea por eso que pocos confían ya en los políticos. Porque no les gustan las decisiones de estos o los otros y detestan las corruptelas de todo el que las tiene, sindicatos incluidos. Y porque tampoco han visto a sus representantes más afines caminar junto a ellos, compartiendo su causa. No lejos de la cabecera de la manifestación, donde se toman las fotos para las portadas y nadie cuenta cómo se las arregla para sacar adelante una familia sin medios o que su salud depende de una operación quirúrgica que no termina de llegar.
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