Habitual. Espeluznante. Que se haya convertido en aderezo ordinario del plato adicional del que picoteamos cuando nos sentamos a comer, no le resta terror al asunto. A mediodía o a la hora de la cena. El cubierto recorre el plato y los ojos la televisión. Desfilan por el informativo el presidente del Gobierno, la oposición, los miembros de la realeza, se queda un rato el fútbol y otro el temporal. Pero la sección más o menos fija que protagonizan quienes corren delante de la miseria es, de nuevo, la más difícil de tragar.
El pasado jueves unas trescientas personas trataron de entrar en Ceuta, que está envuelta en un anillo de metal. Lo que en geografía se resuelve con una delgada línea, igual a la que separa Madrid de Ávila, por ejemplo, se traduce en una valla coronada de cuchillas. O concertinas, como las han rebautizado algunos miembros de un Gobierno que, tal parece, se deshacen del vello que le sobra con algodones y nunca han visto una maquinilla de afeitar de cerca. Desde luego, no demuestran haberse cortado con metal afilado alguno, ni siquiera al abrir con demasiado entusiasmo una lata de refresco.
Pues bien, esa línea que separa África de Europa está además custodiada por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado español y también del marroquí, que impidieron a muchos el pasado jueves, dar ese paso que te saca de Marruecos y te mete en España. La carrera contra la miseria es una prueba de obstáculos y, aunque la meta es cada vez menos golosa, la vuelta atrás sigue siendo la misma pesadilla. Y todo apunta a que lo seguirá siendo.
Cuentan los inmigrantes que cruzaron hace años que recomiendan a familiares y amigos que no sigan sus pasos. Que el sueño europeo no es tal, que las oportunidades de encontrar un empleo son nulas y que la presión policial, la persecución y las entradas en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) son el pan de cada día. Pero sus palabras caen en saco roto; no les creen o desoyen sus consejos. Porque la huida parte de lugares donde ‘pan’ y ‘cada día’ no se unen ni para construir frases hechas.
Esa es la única pieza que le falta a cualquiera que, a estas alturas, no entienda la desesperación de alguien dispuesto a tirarse al mar cuando se le niega el paso por tierra. Al menos cien de las personas que no fueron capaces de cruzar a pie se echaron al mar, para rodear a nado el espigón que parte la playa ceutí de Tarajal en dos continentes.
“Devolución en caliente”
En el agua la jurisdicción es marroquí pero una vez el pie sobre la arena, el ser humano al que va pegado debe responder ante la Guardia Civil española. Esta decidió realizar una “devolución en caliente”. Es decir, entregar a las autoridades marroquíes allí presentes –que deben estar conformes con la operación- a quienes salían del Mediterráneo. Sin trámite administrativo alguno. Una maniobra legal que, sin embargo, se parece a la forma correcta de actuar lo mismo que una verja de cuchillas a las líneas de un mapa. ‘Devolver’ seres humanos, al parecer, necesita de menos documentación que llevar de vuelta a la tienda la ropa adquirida en las rebajas. Si la escena tiene poco de macabro, añádanle los disparos de goma y gas lacrimógeno que los agentes utilizaron para repeler a quienes nadaban. Los hechos no están del todo claros, las versiones de unos y otros protagonistas chocan entre sí y la Justicia investigará la tragedia. Una circunstancia que, como las 14 personas que perdieron la vida en las inmediaciones del espigón, rompe lo cotidiano de la noticia. Y también los testigos que señalan a las autoridades españolas como responsables de 14 muertos.
Y la noticia vuelve con la siguiente comida y con otro día. Se hace inevitable pensar que cualquier otro jueves o miércoles, de este mes, del pasado o del siguiente, en unas circunstancias semejantes, podría haberse necesitado –o se necesitarán- un número similar de ataúdes. 14 cadáveres con familias, nombres y apellidos, que hacen pedazos la frialdad del número, detienen el cubierto y clavan los ojos en la pantalla. La fatalidad de lo terrible, por muy habitual que sea, le cambia el sabor a la comida. Y al cuerpo. Porque no hay vasos de agua suficientes para hacer pasar por la garganta la indignación y la vergüenza. Porque hay espinas que siguen haciendo daño cada vez que se atragantan.
Sobre todo si te las siguen poniendo en el plato y las sigues empujando, pese a todo, al estómago.
Foto de portada: La valla fronteriza de Ceuta cercana al mar. Sept 2009. Fotografía: Sergi Cámara / Piravan (c)