El folk es un arma cargada de futuro

1963. Town Hall de Melbourne, Australia. Bajos, tenores, sopranos. Una armonía completa coreaba ese «I ain’t gonna study war no more» del Down by the riverside. Y no era más que el público. El público de un concierto de Pete Seeger, quien durante una hora había sido un simple solista. Pero pasó a ser el director de un coro de mil personas, que cantaba ese tradicional gospel que Seeger convirtió en un himno. Un himno para el mundo entero como dijo él. Con el que denunciaba las guerras que arrasaban hogares por el afán de poder de unos pocos. Su música era su denuncia. Y su arma, una máquina de cinco cuerdas que, aunque no mataba fascistas como la de Woody Guthrie, acorralaba al odio y lo hacía rendirse.

machine

Un trovador. A diferencia de otros padres del folk, Guthrie, Lead Belly, Burl Ives, Seeger internacionalizó el folk americano. Amplió sus fronteras y universalizó su temática. Popularizó Little Boxes, de Malvina Reynolds, la entrañable pero dura sátira a la clase media de suburbios, conformista, que no toma partido. Puso su grano de arena en la comercialización de This land is your land, el símbolo americano de Woody Guthrie. Ayudó a las jóvenes promesas del folk a hacerse un hueco en el mundillo. Si conocemos a Tom Paxton -cosa que dudo-, es por las versiones de Seeger de la satírica What did you learn in school today?. Bob Dylan quizá no necesitó tanta ayuda como Paxton. Pero Seeger se la dio de todos modos. Gracias a él se lo consideró parte del fenómeno del American folk music revival, lo llevó al festival de Newport, que él mismo ayudó a fundar, y versionó algunas de sus canciones, desde el clásico Blowin’ in the wind hasta canciones más modernas como Forever Young.

Nacido en Nueva York en 1919 y fallecido 94 años después allí mismo -no piensen que no salió de su ciudad natal: lo que hizo fue dar la vuelta al mundo-, vestido a menudo con un jersey de punto, camisa por dentro o gorros-bola, Seeger fue un pacifista convencido que empleaba su música como protesta para difundir sus ideas. La cumbre de su guerra contra la guerra fue, posiblemente, Vietnam, cuando coreaba con el público de sus conciertos «¡Has oído, Nixon! All we are saying is give peace a chance«, el famoso estribillo de John Lennon.

Enseñó música, valores, a tocar el banjo. Su labor en el refuerzo de la música tradicional, en la memoria de la pureza de un instrumento sin electrificar, de forma que la creación musical pueda estar al alcance de cualquiera, su labor, digo, sigue vigente. Su música era una herramienta con la que podía llegar a los demás, era su medio de comunicación. Por ello, buscaba transparencia, sencillez. El Bringin’ it all back home del 65 de Dylan hizo que se separaran los intereses de ambos. La música de Dylan había pasado a no entenderse, con instrumentos eléctricos que quitaban protagonismo a la letra. Una letra que desde entonces empezaría a ser críptica, personal. Esa no era la música que perseguía Seeger. No era música protesta. Seeger no veía posibilidad de expansión, de divulgación, con ese folk-rock. Siguió fiel a sus formas. ¿Qué debía ser la música sino una manera universal de comunicación?

Y su esfuerzo no cayó en saco roto. La siguiente generación de músicos a menudo le ha dado la razón. Él creía que la música tenía que ser sencilla para que pudiera entenderse y divulgarse. Y así lo trataron de imitar seguidores suyos como Peter, Paul and Mary, Arlo Guthrie o incluso Bruce Springsteen, cuyo único trabajo digno en las últimas dos décadas ha sido seguir su ejemplo.

Porque eso era Pete Seeger. Además de músico, trovador, enseñante, maestro, político, humano. Era también un ejemplo. De aspecto campechano, bonachón, ingenuo, en sus apariciones públicas era sin embargo locuaz y consecuente con su discurso. En ocasiones ha sido mencionada su falta de autocrítica. Pero también reconocía los límites de su bondad, cuando cantaba que confesaba que no era realmente un pacifista, que si un ejército invadiera su tierra, sería el primero en ponerse en la línea de fuego. Podía tener razón, podía no tenerla, pero estaba en su derecho a cantar sus canciones. Sensatez seegeriana.

Era, en el buen sentido de la palabra, bueno. Bueno en todo.

Pete Seeger on stage raising his hat

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