
Cualquier manifestación musical, exceptuando la recitación coránica, está prohibida en el norte de Mali. La reserva cultural del continente se ha transformado en un lugar peligroso para sus músicos. Cientos de ellos buscan rutas de escape hacia el sur, hacia Bamako, la capital. Otros se dirigen a países y ciudades extranjeras. Mientras, los cazas franceses resuenan en las ciudades de Tombuctú y Gao, en la zona norte de Mali que los tuaregs llamaban Azawad a secas. Hoy es el Estado Islámico de Azawad.
Desde hace un año se reparten el poder facciones militares, guerrillas, grupos terroristas y partidos políticos laicos. No fue hasta el pasado 27 de Mayo que decidieron fusionarse y proclamar la independencia del norte. La corriente islámica radical del Ansar Dine (Defensores de la Fe), ocupó dos tercios de la asamblea consultiva. Se impusieron así sobre los laicos del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad, de mayoría tuareg. De esta forma logran que los primeros acepten proclamar la independencia que los nómadas llevan un siglo reclamando, pero ceden en su control. Es decir, el Corán y la Suna «serán la fuente del derecho», dice el documento suscrito por ambos.
“Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”, escribió George Orwell en su novela “1984”.
Y es que la música en Mali es parte de cada ceremonia, bautizo y circuncisión. Se canta en las bodas y se reza para atraer la lluvia. Los trovadores de cada pueblo entonan canciones tradicionales y poemas del desierto, que han sobrevivido cientos de años de forma oral. Los héroes y las batallas tienen así su espacio en la historia de cada comunidad. Que en el norte del país se pretenda eliminar el oficio de músico es un drama social. Los músicos malienses aspiran legítimamente al mercado internacional, pero necesitan el contacto con su gente de la misma forma que su pueblo los necesita a diario. Son los Griots (o djéli en francés), los narradores de historias del África Occidental; los “Guardianes de la memoria”. Sin ellos no existe el pasado. La cadena que transmite la cultura se quiebra. Los defensores de la Fe no han establecido un sistema religioso que, por casualidad, además está en contra de las canciones. Simplemente no conocen otro modo para mantenerse en el poder. ¿Qué es vencer sino cambiar la historia? Y en este país la historia se transmite a través de las canciones.
Ahora sería imposible ver a Ry Cooder, Taj Mahal, Nick Gold y demás admiradores paseando con Alí Farka Touré, para luego tocar juntos a las orillas del río Níger y comprobar si era cierto lo del origen maliense del blues. Touré el agricultor, contaba historias de sus ancestros guerreros partiendo de la España musulmana para controlar las rutas saharianas del oro y la sal. Delante de Martin Scorsese, se transformaba en Touré el bluesman, para explicarle al músico afroamericano Corey Harris que ese sonido de guitarra es parte de una sola alma, y que esta comienza en África.
Te diré algo, no hay negros americanos. Hay negros en América. Partieron con su cultura y la conservaron en su espíritu. La biografía, las leyendas, las perdieron. Pero la música es africana. Un negro americano que viene a África, no tiene que sentirse un extranjero. Deja su casa para ir a su casa. Es su territorio. Es su ombligo. Su inspiración.
La conversación continúa en el documental “Feel Like Going Home”, dirigido por Scorsese para la serie “The Blues”.
Touré fue apenas uno de los primeros que convirtieron la música de Mali en uno de sus productos de exportación. Sus tonos melodicos y espirituales llegaron a un público global tras ser descubiertos por uno de los grandes exploradores musicales, Ry Cooder. Juntos parieron el álbum «Talking Timbuktu«, ganador de un Grammy en 1994. Incluso la revista Rolling Stone lo incluyó entre los 100 guitarristas más grandes de todos los tiempos; a este músico acostumbrado a componer en su granja de frutas y arroz. Murió tras ser elegido alcalde de su ciudad natal, Niafunké, dónde construyó carreteras, canales de drenaje y abastecía de gasóleo el generador de la ciudad.
Ali Farka y Nick Gold «trabajando», por Jonas KarlssonMuchos lo comparan con John Lee Hooker, pero el guitarrista del Mississippi dedicaba sus versos al bourbon, al scotch y la cerveza. El blues habla de mujeres y de sexo, de las monedas que necesitas para el autobús que te sacará del campo. La falta de una espiritualidad más profunda es la diferencia que encuentra Touré en aquel sonido que una vez partió de Mali. En el nuevo continente surgen otras necesidades. Hay que tener en cuenta que Touré nace en una sociedad de castas, religiosa y multiétnica (solo en Niafunké conviven los Tamasheck, Peul, Dogon, Songhai, Bambara, Bozo y Maure; siete etnias, siete lenguas diferentes).
Muchas de las antiguas normas de conducta se mantienen entre las clases sociales. Por ejemplo, no está bien visto que un miembro de la nobleza quiera convertirse en Griot. Es esencialmente algo deshonroso. Salif Keita es uno de los cantantes más admirados de África, y tambien descendiente de Sundiata Keita, el rey-soldado de los Mandingos y fundador del imperio de Mali en el siglo trece. Su sangre es azul, pero su piel es tan blanca como la leche. Los albinos son señal de mal augurio y son repudiados en la cultura Mandinga por todo el África Occidental. La ausencia de pigmento produce también problemas oculares y falta de visión. Keita fue apartado por su familia y por su comunidad, así que nada le impedía dedicarse a la música. Siendo aún veinteañero, abandonó su pueblo para instalarse en la capital. Allí se dedicó a cantar en los clubs de la zona. A los dos años se unió a uno de los grupos más conocidos de la historia de Mali, la Super Rail Band, una orquesta financiada por el gobierno para tocar en la estación de tren de Bamako, más concretamente en el Buffet Hotel de la Gare.
La inestabilidad política de los años setenta exilió a Salif Keita. Incluso su banda de por entonces tuvo que cambiar el nombre a Les Ambassadeurs Internationaux. Se trasladó definitivamente en Francia, donde se unió a la gigantesca comunidad de compatriotas de las afueras de París, y consiguió sus primeros contratos discográficos en Europa. Desde entonces, este músico apodado “La voz de oro de África”, ha grabado para Blue Note, la PolyGram de Philips y Universal Jazz France entre otros. Su música bebe del pop, del jazz y de ritmos cubanos y españoles. Experimenta con instrumentos sintetizados, teniendo presentes la kora, el djembe y las guitarras acústicas de sonidos africanos (que interpreta él mismo de forma impresionante).
Ni blanco ni negro. Foto promocionalA Keita se le conocen colaboradores y admiradores de peso. Con Carlos Santana grabó “Amen” en los años noventa, irregular mezcla de música africana y latin rock. ¿Y qué sería de del retrato del boxeador más grande de todos los tiempos, interpretado por Will Smith en “Ali”, sin el temazo “Tomorrow”? Más recientemente ha compartido canciones con la guapísima Esperanza Spalding en “Tale”, publicado en 2012. En ese mismo año su hija, también albina, ganó la medalla de bronce de 100 metros lisos en los paraolimpicos de Londres. Entre los dos llevan “The Salif Keita Global Foundation”, desde la que promueven campañas de educación e integración de las personas albinas y discapacitadas en Mali. En muchas partes de África los albinos son considerados malditos de dios y son sacrificados, en la creencia de que su cuerpo contiene poderes mágicos.
“La cultura es nuestro petróleo”, dijo el maliense Toumani Diabaté para The Guardian. Ha tocado la Kora (instrumento de 21 cuerdas con sonido similar a un arpa) para Damon Albarn y Björk entre otros. “La música es nuestro mineral. No existe un solo premio internacional de música en el mundo que no haya ganado un artista maliense”. Pero por suerte o por desgracia, Mali también tiene crudo del que tienta a las multinacionales. Por ejemplo, a la compañía francesa Areva, que desarrolla toda la industria nuclear del país y que cuenta con importantes yacimientos en Níger. Mali es vital en el control del sur del Magreb, pero es además un país rico en uranio, oro, litio y petróleo. Los conflictos en el África Occidental post-colonial recuerdan demasiado a los que redujeron al mundo árabe a la triste decadencia del siglo veinte; algo así como: “Las materias primas son escasas, están en África y yo las necesito”; parafraseando a Chema Caballero.
El grupo Tinariwen se formó antes de las rebeliones tuaregs en el Mali y Niger de los años 90. Legendarios guitarristas y cantantes, se conocieron en el exilio, y participaron juntos en la guerra. Por aquel entonces Muammar Gaddafi ofrecía en Libia asilo y entrenamiento militar a la población nómada, con la intención de montar un ejército sahariano. Por otro lado, la población tuareg luchaba por la independencia, en la que sería la cuarta intentona desde la primera insurrección anticolonialista de 1916. Las hambrunas de los años 80 y las represiones, trajeron el movimiento de refugiados y la guerra civil. Las leyendas hablaban de unos tipos lanzándose al campo de batalla con un kalashnikov en la mano y una guitarra eléctrica al hombro. Quién les diría a estos bereberes que terminarían tocando para los Rolling Stone (y para Thom Yorke, Herbie Hancock, Brian Eno…).
Yo que tú, no les cabrearía. Foto promocionalDe un modo u otro la guerra terminó, y los rebeldes fueron duramente reprimidos. La situación de marginación cultural y económica de la población nómada continuó invariablemente, y la crisis actual es un buen ejemplo de ello. Las canciones de Tinariwen siguieron reflejando la vida en el desierto y el sufrimiento de los refugiados, con un sonido simplemente único. Su último álbum “Tassili”, ganó un Grammy al mejor disco de World Music. Una joya del African Blues editado por “Anti Records”, que también lleva a Tom Waits y a Calexico.
El nombre Tinariwen proviene de la lengua nómada Tamasheq, y significa «desiertos», plural de tènere, «desierto”, que también se traduce como “espacio vacío”. Hoy los músicos occidentales deben pensárselo dos veces antes de internarse en las dunas de Essakane, a dos horas de Tombuctú, donde los tuaregs montaron el primer “Festival au Désert”. Un evento que a lo largo de doce años impulsó a Tinariwen al mercado global, y trajo definitivamente la atención del mundo de la música a Mali. Los músicos nómadas seguían tocando con sus amplificadores llenos de tierra, pero rodeados de artistas de todo el continente y de estrellas mundiales. Desde Robert Plant al omnipresente Bono de U2.
Para este año 2013, el Festival se dividirá en cinco caravanas que recorrerán Oriente Medio, Estados Unidos, Europa y parte de Asia, llevando un mensaje de paz y de cultura. Nace así el “Festival au Désert in Exile”, en una peregrinación obligada, al menos hasta que las arenas rojizas de Mali se calmen. Algo que nos gustaría que sucediese pronto.
«En África, sobre todo en el África Occidental, todos nacemos rodeados de música. Comienzas a cantar desde el día en que naces. Y te crías así, rodeado de música, de modo que ésta se encuentra dentro de ti. Y convives con ella» Salif Keita
Great story Fernando (thank God for google translate :P)… Now my only question left is… Do they have marula fruit in Mali?
http://lordsofthedrinks.wordpress.com/2013/02/04/african-animals-getting-shitfaced-on-ripe-fruit/
Thank you mate. I bet they have that marula thing, or something similar to juice it and get drunk anyways. You are the experts!
Hell yeah! I think soon we need to have a MB…. Marula Break! :D
hahaha that sounds nasty. Let’s make it trendy!